No hay un solo céntimo de dinero público destinado exclusivamente a los hombres, si no es para calumniarlos, aleccionarlos, o denigrarlos, o todo a la vez, como hacen en cualquier ayuntamiento en esos llamados talleres de nuevas masculinidades. No hace falta que te diga que España y casi todo Occidente está repleto de programas, carteles, subvenciones, leyes y campañas que buscan promover a la mujer, pero no al conjunto del género femenino, sino solo a la mujer que la izquierda considera mujer. Ni por un segundo estoy insinuando que ahora, además de despilfarrar millones en chiringuitos de género, tengamos que hacer lo propio en chiringuitos masculinos. Sin embargo, sí me ha parecido relevante este provocador —supongo— análisis de Delano Squires en The Federalist que advierte que los conservadores que quieran ser pro-familia primero deben ser pro-hombres.
«Los demócratas han pasado décadas apoyando políticas que hacen que los hombres y los padres resulten económica y socialmente obsoletos», escribe, «han promovido la idea de que las familias y las sociedades florecen cuando se empodera a las mujeres, incluso en detrimento de los hombres. Por ejemplo, ven el hecho de que las mujeres superen en número a los hombres en la fuerza laboral con educación universitaria como una victoria para la igualdad de género».
Restituir al hombre arrinconado artificialmente por la propaganda progresista (…) es una labor primordial para desarrollar un discurso de políticas familiares
«Los críticos de izquierdas, así como algunos de derechas, sin duda acusarán a los conservadores que se centran en los hombres de promover un regreso regresivo a los rígidos roles sexuales de la década de 1950. De lo que no se dan cuenta es de que la revolución sexual y 60 años de política social liberal no destruyeron el patriarcado: lo distorsionaron al minimizar la importancia de los hombres mientras maximizaban la influencia que las instituciones dominadas por hombres tienen en cada área de la vida familiar estadounidense», zanja Squires.
Restituir al hombre arrinconado artificialmente por la propaganda progresista, amordazado legalmente por leyes de dudosa constitucionalidad, y ninguneado por instituciones y corporaciones entregadas a la borrachera woke, es una labor primordial para desarrollar un discurso de políticas familiares que no esté basado en las ilusiones ópticas del revanchismo electoral progresista.
De modo análogo, también resulta oportuno volver la vista atrás en el terreno educativo. Los progresistas han hecho creer al mundo que todo progreso es bueno y todo retroceso es malo, pero lo cierto es que será bueno o malo no en función de la dirección, sino del destino al que conduzca. En ocasiones, cuando las instituciones públicas se empecinan en el avance ciego, son los hechos los que miran atrás. Por ejemplo, los últimos datos de las universidades cristianas americanas.
En un artículo elocuentemente titulado «Vuelta a los clásicos» en First Things, Jeremy Tate nos desvela el auge de las universidades tradicionales basadas en la fe, con datos que demuestran que están capeando el temporal posterior a la pandemia mucho mejor que la media de universidades americanas. «Resulta que perseguir modas educativas y enfatizar los temas políticos del día no impresiona mucho al público moderno», escribe, «por el contrario, un número creciente de estudiantes hoy en día se sienten atraídos por escuelas que enfatizan la tradición y la fe».
En este contexto, resulta inspirador el ensayo de Collin D. Pearce en The American Conservative, sobre cómo el estudio sobre Platón de Jan Patocka puede ayudar a construir nuestra propia filosofía política. «Hablando históricamente», Patocka dice que «la filosofía platónica fue de hecho ‘el embrión de Europa-Grecia’. A su debido tiempo, evolucionó hasta convertirse en una fuerza que podría ‘despertar al hombre de la tradición a la presencia del universo’. Tanto el orden político histórico de Europa Occidental como la vida del espíritu distintivamente europea son atribuibles a esta herencia platónica».
Sobre las crisis actuales de Europa, «un momento de necesidad humana genuina requiere menos ironía y más de un verdadero empoderamiento espiritual. ¿Y de dónde podría derivarse mejor tal vigorización del espíritu? De ningún otro lugar sino de su fuente más alta en el pasado de Europa-Grecia: el legado de la filosofía platónica». En definitiva, «Patocka les está diciendo a sus lectores que podemos cultivar una sensibilidad a esa luz que trasciende la plaza pública, por tenue que sea, o podemos condenarnos a nosotros mismos a la vida ilusoria de la famosa caverna de Platón». La elección es nuestra.