Mientras el milagro de la vida se abre paso en Hungría, así como en los estados republicanos de los Estados Unidos que tras la derogación de Roe vs. Wade legislaron para proteger al concebido no nacido, en España se sigue imponiendo la «cultura de la muerte». Propagada por un Gobierno obsesionado en destruir la familia e incapaz de ofrecer alternativas a las madres que se enfrentan a un embarazo no deseado, esta «cultura» ha acabado con la vida de millones de inocentes en nuestro país.
La escalofriante cifra de 98.316 abortos en España en 2022 no puede pasar desapercibida. No es sólo un dato más de la involución política, social y moral española. Son 98.316 vidas truncadas en el seno materno las que demuestran que vivimos en una sociedad desquiciada y desnortada que mantiene las inercias relativistas —impuestas por ese «consenso» que llama «avance» y «derecho» a la barbarie— que nos conducen directamente al abismo.
Hace unos meses, el Partido Popular no dudó en mostrar su satisfacción por el aval del Tribunal Constitucional —presidido por el socialista Conde-Pumpido— a la ley de plazos del aborto que llegaron a recurrir en 2010. Dijeron que era «correcta», que estaba «bien construida» y que la sentencia merecía sus «respetos» (Feijoo dixit). «La sociedad española ha evolucionado», esgrimieron desde Génova. Nada más lejos de la realidad. El verdadero progreso llegará —en España y en el resto de Occidente— cuando se vea el aborto, un solo aborto, como hoy se ve la esclavitud, como una vergüenza histórica para toda la humanidad.
Aquellos que reclaman el aborto «libre, seguro y gratuito» deben saber que es una falacia del feminismo radical: Un «aborto libre» que el bebé no ha elegido; un «aborto seguro», donde lo único seguro es la muerte del bebé; y un «aborto gratuito», que cada año miles de inocentes lo pagan muy caro.
