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3 de noviembre de 2022

A Ayuso se le pone cara de Sánchez

La presidente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (Alejandro Martínez Vélez / Europa Press)

Conocemos bien, porque los hemos padecido, los defectos ya históricos del Partido Popular. Algunos, como la soberbia, los hemos sufrido. Otros, como la codicia, los hemos señalado. Pero si tuviéramos que nombrar el peor de todos los defectos de los populares, que es el que siempre le abre camino a la vuelta del socialismo al poder, sería la incoherencia. Decir una cosa, por lo general muy bien dicha, y hacer otra, siempre muy mal hecha.

Si tuviéramos que jugar al ‘Un, dos, tres… responda otra vez’ por 25 pesetas recitando ejemplos de incoherencia del Partido Popular, saldríamos millonarios de la prueba. Pero escojamos, casi al azar, un ejemplo sencillo. Aquel Mariano Rajoy que cuando era un político bisoño pero ya ambicioso en Galicia y publicaba en la prensa gallega artículos cabales repletos de sólidos principios éticos en defensa de la vida del nasciturus, es el mismo Mariano Rajoy que, una vez en el poder, asumió el mandato de la izquierda globalista de proclamar como derecho reproductivo y sexual lo que era un crimen. Despenalizado, pero crimen.

La incoherencia de esta y otras muchas decisiones del Partido Popular —la corrupción como cúspide de la inconsecuencia— crearon un abismo entre el PP y una parte notable de su electorado que no quería que el centroderecha español se comportara como izquierdistas de salón o sindicalistas corruptos.

Han sido décadas de baronías regionales y de presidentes peperos que decían una cosa y hacían la contraria. De promesas electorales que prometían devolver la independencia al Poder Judicial y ahora chalanean jueces con el socialcomunismo. Que llegaron a enviar delegaciones a los congresos del Partido Demócrata estadounidense y no a las del Partido Republicano; y que con sus hechos legitimaron todas las insensateces del socialismo, del nacionalismo (recuerden la infamia del Pacto del Majéstic) y del globalismo.

De improviso, casi por accidente, llegó Isabel Díaz Ayuso, una periodista joven, con poco bagaje político. La nombró Pablo Casado despuès de que media docena de notables se negaran a encabezar ua lista destinada a perder la Comunidad de Madrid. Ayuso podía, como todos, haber rechazado la oferta de su buen amigo (ahora ya no) Pablo Casado. Pero aceptó.

No perdió, aunque sí tuvo que asumir (de buen grado) la herencia de Cristina Cifuentes y un pacto con ese experimento fallido de centro-izquierda nacional que fue Ciudadanos. En su primera legislatura inconclusa, aquella alianza maniató sus principios (por otra parte, poco conocidos) y por eso se permitió disfrutar de ciertas incoherencias entre lo que el electorado madrileño quiere del PP y lo que ese electorado recibe. Durante ese tiempo, Ayuso tuvo la habilidad de rodearse de gente inteligente. Alguno con pocos o ningún escrúpulo, pero animales políticos.

Todo lo anterior, su encanto, sus dotes de comunicación, su aparente normalidad y cercanía castiza en contraste con ese reino de egos que es la política, pero sobre todo la llegada de la pandemia, la incompetencia descarada del Gobierno de la nación, sus reflejos a la hora de encarar la crisis sanitaria tras un primer momento de pereza, crearon en ella una aura de sólida coherencia, de lo que digo lo hago, impropia en una líder del PP.

El resultado final fue que al frente de la candidatura de un partido en decadencia con un líder exasperante como Pablo Casado, Ayuso arrasó en las elecciones que ella misma adelantó a mayo de 2021 para prevenir la traición de Ciudadanos y que supusieron el final político de ese bluf llamado Pablo Iglesias Turrión y también el principio del final de Pablo Casado.

Es cierto que no consiguió la mayoría absoluta, pero la generosidad de Vox y la desaparición de Ciudadanos le han permitido gobernar en solitario. Y ahí, en esa soledad, es donde Ayuso ha demostrado toda su incoherencia. Muy establishment del Partido Popular, pero también muy estilo sanchista de responder con manzanas traigo cuando se le pregunta que a dónde va.

Ejemplos hay muchos. Sin repasar apuntes (y sin mencionar su defensa obtusa de los menas que campan en la región a despecho del evidente crecimiento de la inseguridad en Madrid), pongamos tres.

Desde que se hizo con el Gobierno de la región, Ayuso se comprometió a asumir la exigencia de Vox de bajar impuestos, reducir el gasto político y dedicar ese dinero para lo importante. Mejorar la vida de los médicos y enfermeros y eliminar las grietas evidentes de la Sanidad madrileña, lo primero de todo. Sin embargo, los presupuestos que prepara su equipo no sólo no rebajan la carga impositiva de los madrileños (deflactar no es bajar impuestos), sino que aumenta el gasto en Consejerías accesorias como la de Presidencia, además de mantener las subvenciones a los inútiles sindicatos de clase, por no hablar de su negativa a reducir los diputados regionales como pide Rocío Monasterio. De pagar más a quien más se lo merece, como los profesionales de la Sanidad, tampoco tenemos noticias.

Un segundo ejemplo, mucho más banal, es el del reciente anuncio de la gratuidad del abono transporte para los mayores de 65 años. Nada que objetar si no fuera porque es la misma presidente que anteayer, en el mes de julio, criticó la gratuidad en el transporte ofrecida por el Gobierno de la nación acusando a Sánchez de ofrecer «cheque-votos» obviando la realidad de que esos servicios cuestan un enorme esfuerzo a las administraciones que se financian con el dinero de nuestros impuestos.

El tercer ejemplo de incoherencia de Ayuso es más grave y traspasa una lamentable barrera ética porque pone en riesgo la salud mental y física de determinadas personas, incluidos menores de edad que deben gozar de una especial protección. Dice Ayuso que la polémica Ley Trans del Ministerio de Igualdad «niega el sexo a las personas» y «las confunde y lleva a situaciones muy dolorosas que van a pagar siempre». Estamos de acuerdo. Y si lo estamos, no entendemos por qué Isabel Díaz Ayuso se niega a derogar o sustituir las leyes ideológicas de género aprobadas por el PP y vigentes en toda la región, que se diferencian apenas nada en su articulado, con régimen sancionador incluido para acallar la disidencia, de la de Irene Montero.

Aunque es verdad que Ayuso no abusa de estas leyes como hará la ex cajera hoy ministra, esta contradicción supina, ejemplo de pensamiento blando, daña la credibilidad de Ayuso y borra la esperanza de encontrar la coherencia perdida hace ya tanto tiempo en el Partido Popular. Mírese la señora Ayuso en un espejo fiel y si nota que se le está poniendo cara de Sánchez o, peor para sus votantes, de Rajoy, reflexione con urgencia y haga lo que dice.

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