Fueron muchos los sesudos analistas que cuando el partido Vox impulsó, sin tutelas, el nacimiento de Solidaridad, auguraron una vida breve a la descabellada idea de crear un sindicato de trabajadores desde principios patrióticos, y por lo tanto distintos y contrarios, a la hegemonía sindical de la izquierda.
Sin pausa alguna, desde su creación hace apenas dos años, Solidaridad, bajo el mando de su secretario general, Rodrigo Alonso, ha contrariado a esa inmensa mayoría de analistas timoratos instalados en mantras obsoletos e incapaces de reaccionar ante la constatación de que los corruptos sindicatos de clase hace demasiado tiempo que no representan a los trabajadores, salvo, quizá y con reparos, al gremio de mariscadores.
La información publicada por los medios de que Solidaridad es ya el segundo sindicato más votado en las cien elecciones en las que ha participado, sólo por detrás de la UGT y muy por encima de Comisiones Obreras, es una gran noticia. No sólo para Solidaridad, sino para aquellos que pensamos que sólo la irrupción de un nuevo sindicalismo honrado y limpio que anteponga los intereses de los trabajadores españoles a cualquier otro, podrá algún día poner orden en esta confusión de corrupción sindical y devolver la confianza perdida de los españoles en el papel esencial que la Constitución asigna a los sindicatos.
Ayer, como informa La Gaceta, Solidaridad dio un nuevo paso hacia el éxito con la firma de un acuerdo de colaboración con otros cinco sindicatos europeos. Lo esencial del manifiesto suscrito por estos sindicatos patrióticos es que habla el lenguaje de los trabajadores y no el de los burócratas europeos ni el de los partidos de la Agenda 2030.
Solidaridad y sus aliados europeos no advierten de inclusividades, sostenibilidades, resiliencias ni falsas brechas de género, sino que manifiestan que defenderán los derechos de los trabajadores y del honrado jornal frente a problemas reales como la competencia desleal de productos extranjeros de calidad deficiente, el reetiquetado ilegal que daña tanto a los productores honrados como a los consumidores; la deslocalización de fábricas y empresas a terceros países que agravan el fenómeno de desindustrialización de Europa y arrasa los puestos de trabajo, la inmigración ilegal que acarrea inseguridad y que sirve a gobiernos y elites financieras para abaratar los salarios y, por supuesto, el fanatismo climático que, entre otras descabelladas decisiones, ha decretado la muerte del sector del automóvil que representa más del 10 por ciento del PIB español.
Después de la experiencia de décadas de sindicatos vendidos al poder para mantener sus corrupciones, el éxito de Solidaridad sólo está condicionado por su capacidad para seguir diciendo la verdad con honradez y defendiéndola junto a todos los trabajadores españoles que están convocados a regenerar un sindicalismo que, hasta hace dos años, parecía irrecuperable. Pero que ya no lo parece.