Entendemos a la perfección el temor de los partidos del sistema —sistema que esos partidos consideraban establecido e inamovible— al avance imparable de la intención de voto a Vox. No porque el partido de Abascal suponga un riesgo para España, que todo lo contrario, sino porque Vox supone un riesgo cierto para la política contemplada como un negocio de reparto del dinero de nuestros impuestos para cargos, prebendas y agencias de colocación. Que haya políticos honrados en esos partidos con ese largo historial de corrupción, permanente en el caso del Partido Socialista, es ya, por desgracia, indemostrable. Pero esa es otra historia y deberá ser editorializada en otra ocasión.
Lo que importa ahora es la observación reciente de cómo el miedo al crecimiento de Vox ha llevado al socialismo andaluz a activar un mecanismo heredado del nacionalismo rupturista como es el de negar la capacidad de representar a los andaluces a quien ha nacido en otra parte de España.
No nos referimos a la mera cuestión administrativa del empadronamiento de la candidata de Vox a la Presidencia de la Junta de Andalucía, la alicantina Macarena Olona, diputada por Granada desde hace ya tres años, sino a la campaña identitaria excluyente que recuerda lo peor del nacionalismo. Que por miedo a Vox, la izquierda recurra a la movilización de sentimientos identitarios de exclusión entre los andaluces y el resto de los españoles para tratar de frenar a la irrefrenable Macarena Olona, sólo siembra la semilla del aldeanismo cuyos frutos podridos se pueden ver en determinadas zonas del norte peninsular dejadas de la mano de España.
Hacer campaña sobre el lugar de España en el que haya nacido un español es peligroso. Pero más que peligroso, es estúpido y en cierta manera, siciliano. La izquierda andaluza es esas tres cosas: peligrosa, estúpida y siciliana. Y no en ese orden.
Macarena Olona es, como dijo su compañero en Andalucía, el también español Manuel Gavira, un cañón de candidata. Sí que lo es. Pero que nadie dude de que la fuerza de Vox no radica en dónde hayan nacido sus candidatos, ni siquiera en quiénes sean, sino precisamente en que todos ellos —Macarena Olona, Jorge Campos, Ignacio Garriga, Juan García-Gallardo, Rocío Monasterio, Amaya Martínez…—, podrían ser candidatos en cualquier lugar de España porque allá donde estén defenderán lo mismo: la necesidad de acabar con el desastre que para prosperidad de los españoles supuso que los partidos del establishment nos parcelaran en islas mínimas, identitarias y corrompibles.
Ojo en cualquier caso a la deriva de esos partidos que no dudan en retorcer la legalidad hasta el borde de la prevaricación como ocurre con la pretensión de anular el empadronamiento de Macarena Olona en un pueblo gobernado por socialistas. Claro que si recordamos que el socialismo andaluz esquilmó, sólo o en compañía de sus sindicatos, cerca de mil millones de euros de los andaluces, su falta de escrúpulos se entiende y hasta se disculpa (de aquella manera).
No son los socialistas andaluces, sino la propia naturaleza corrupta y delictiva del socialismo español lo que Macarena Olona, y con ella todo Vox, señala sin complejos, sin eufemismos y sin hacerse fotos con comunistas y otros incapaces en la caseta de un sindicato corrupto. Y eso, claro, les da miedo. Será la falta de costumbre.