El secretario de Transporte del Gobierno de Biden, Pete Buttigieg, nos regaló ayer una hermosa y didáctica alegoría de la distancia que separa la realidad del discurso político de la mayoría de los gobernantes.
Quiso el joven Buttigieg (39 años) llegar con su automóvil oficial blindado y cuajado de escoltas hasta unas manzanas de distancia de su despacho en Washington. Allí, el demócrata se bajó del auto, montó en una bicicleta que había sacado su séquito de la trasera de uno de los vehículos de escolta, y seguido por la comitiva de todoterrenos de lujo (consumo medio de 15 litros a los 100) pedaleó hasta las oficinas de la Secretaría de Transporte de los Estados Unidos donde le aguardaban periodistas de la gigantesca órbita demócrata para inmortalizarle haciendo como que había usado ese medio de transporte ecológico, ecosostenible y un sinfín más de ecos para ir desde su casa hasta el trabajo.
La escena del cambio de vehículo fue grabada por la cámara de un ciudadano corriente, que lo subió a las redes sociales, donde se viralizó la teatralización del compromiso de Buttigieg con el Green Deal: ni ahorró combustible, ni ahorró emisión de gases contaminantes, ni nos ahorró la vergüenza ajena que, objetivamente, provocó su teatrillo y que también es contaminante en extremo.
La realidad es una y nada poliédrica y hace falta vivir blindado entre escoltas del servicio secreto y automóviles de lujo pagados con el dinero de los contribuyentes para menospreciarla como hacen a diario, y en los más diferentes lugares del mundo, esa oligarquía de políticos del establishment.
Esperamos siempre, por una cuestión de experiencia acumulada, que la izquierda política nos regale este tipo de disonancias vergonzosas entre verdad y discurso. Pero también esperamos que los políticos que no sean de izquierdas o no quieran serlo, reconozcan la verdad y se dejen la hipocresía aparcada en casa.
Si nos pidieran un ejemplo de lo que no queremos, podríamos citar sin duda las declaraciones del consejero de Justicia de la Comunidad de Madrid, Enrique López, que hace unos días, con ocasión de la noticia del enfrentamiento a tiros entre dos bandas de inmigrantes en un barrio obrero de Madrid, lo calificó como «un hecho aislado», a la vez que negó —en un teatrillo que no desmerece el de Buttigieg— que en Madrid haya «un riesgo que determine que haya peligrosidad por estas bandas».
En este caso, como en el del secretario de Transporte de Biden, recomendamos al consejero López que se deje el coche oficial en casa y que experimente a pie (o en bicicleta) y sin escoltas la realidad de la inseguridad en Madrid. Le animamos sin duda a que en su caminar, se detenga a hablar con los vecinos y comerciantes de Tetuán, Puente de Vallecas, Centro, Carabanchel, Villaverde, Hortaleza… y con las ONG que trabajan en esas zonas. Quizá así pueda trabajar para cambiar la realidad o, por lo menos, pueda ahorrarnos el bochorno contaminante.