Durante décadas nos hemos ufanado de la Sanidad española. El eslogan de que teníamos el mejor sistema sanitario del mundo enraizó en la sociedad. Aparte de las sempiternas acusaciones sobre las listas de espera, los partidos políticos rehuyeron el combate electoral en torno a la Sanidad. Hasta que llegó la pandemia y mostró lo que los propios sanitarios sabían: que la leyenda era un mito. El sistema público de salud, troceado en comunidades autónomas y de unas desigualdades profundas e insolidarias, mantenía su buen nombre gracias a una mezcla de profesionales competentes que aguantaban un pésimo diseño de la contratación y el alivio que para lo público supone la actividad de lo privado, tan injustamente denostado por la izquierda.
El sistema público, y es una evidencia, colapsó durante la pandemia y no se ha recuperado. A las sucesivas oleadas de miedo y de bajas de personal sanitario afectado por una mezcla de virus y graves problemas psicológicos, se les juntó la resaca de enfermedades no diagnosticadas y no tratadas durante cerca de un año y que tienen, hoy, a cientos de miles de españoles en una espera desesperada.
A esta situación objetiva de crisis, se le ha unido el éxodo de personal médico y de enfermería, en una cantidad que ronda los 20.000 en los últimos años. Un personal que, recordemos, se forma en su inmensa mayoría en España —la mayor parte gracias a un sistema universitario público de máxima exigencia y bajo coste para los alumnos— y luego emigran a otros países de Europa que, ellos sí, ofrecen sueldos acordes a la categoría de nuestro personal sanitario.
Que nosotros los formemos y otros países se aprovechen, Francia y Reino Unido a la cabeza, nos relata la pésima gestión que hemos padecido. Hoy, más de la mitad de los jóvenes licenciados en Medicina y en Farmacia mira su futuro lejos de España. Una España que en el próximo lustro necesitará más de 50.000 nuevos médicos y un número superior de enfermeros. Que la semana pasada, cerca de 20.000 enfermeras exigieran al ministro Escrivá la jubilación anticipada fruto del cansancio físico y mental arrastrado durante estos últimos años, es un síntoma evidente de que el sistema está enfermo. Igual que la falta permanente de médicos en los centros de atención primaria. Igual que la demora de más de seis meses de las operaciones quirúrgicas…
Ayer, en una entrevista en su periódico favorito, el presidente del Gobierno anunció lo que la reforma laboral ya prevé: la contratación como fijos de alrededor de 67.000 sanitarios. No sabemos en qué condiciones, no sabemos cómo sorteará las competencias de las comunidades autónomas; veremos qué sorpresa nos tiene preparada Sánchez mañana, pero podemos estar seguros de que este parche sólo sirve a la afición de Pedro Sánchez de dar titulares que luego, jamás, se convierten en soluciones de nada.
La realidad es que nuestro sistema sanitario necesita una profunda reforma que va mucho más allá de la creencia de que el puesto fijo es solución de algo. Para empezar, se debe respetar y aprovechar la vocación por la Medicina de miles de jóvenes que cada año no logran acceder al sistema público de enseñanza y que no pueden permitirse los elevados precios de las universidades privadas. Debemos contemplar, al menos contemplar, un sistema como el de las Fuerzas Armadas que forman en la excelencia a sus futuros médicos a cambio de un compromiso de larga duración. Igual que deben ser abordadas las profundas desigualdades de sueldos entre los sistemas sanitarios de las comunidades autónomas. Las desigualdades deben ser corregidas y las administraciones deben encontrar la forma de atraer y retener al personal sanitario con salarios competitivos en un mundo globalizado en el que la Salud es la clave de la prosperidad de una nación.
El tiempo de acometer las reformas imprescindibles fue ayer. Hoy, la pésima gestión de los partidos que se han sucedido en el Gobierno nos condena a un presente de improvisaciones y parches. A corto y a medio plazo nada se puede hacer por mejorar un sistema sanitario que la pandemia demostró que, pese al esfuerzo de la mayoría de sus profesionales, no es el mejor del mundo. Toca trabajar con la mirada en el largo plazo. Pero trabajar. Que es lo que ni el PP, ni mucho menos el PSOE, han hecho hasta ahora.