Hace más de dos años, el 21 de octubre de 2020, el hoy secretario general de Vox, Ignacio Garriga, líder de la primera fuerza nacional en Cataluña, subió a la Tribuna del Congreso de los Diputados y en su defensa de la moción de censura presentada por su partido contra Pedro Sánchez, predijo que «la reforma del delito de sedición es sólo una muestra más de lo que están dispuestos a hacer». Insistimos, hace más de dos años, el partido de Santiago Abascal, junto a millones de personas sensatas y con un recuerdo exacto de lo que es capaz el socialismo por aferrarse al poder, sabían que Pedro Sánchez había pactado con el partido golpista catalán ERC y con los proetarras vascos el desmantelamiento del Estado de Derecho en España y que sólo era cuestión de tiempo que esa convergencia de intereses (unos, el poder a cualquier precio; los otros, la destrucción de la nación española) reformara el delito de sedición para allanar el camino judicial a los sediciosos y permitirles que lo volvieran a hacer.
Sólo eso, aunque había mucho más, le bastó a Vox para presentar una moción de censura que, por más que los números no dieran, buscaba el efecto de devolver la confianza a los españoles en que media nación no estaba dispuesta a rendirse.
Sin embargo, el Partido Popular que hoy se hace cruces cínicas ante la traición de Sánchez anunciada hace dos años por Vox y los restos de lo que un día fue una esperanza para Cataluña, el partido Ciudadanos, dieron la espalda, y de qué manera, de qué dolorosa manera, a su deber. Un deber nacional. Vox tenía razón y se quedó solo.
Lo que no alcanzaron a ver los de Abascal es que Sánchez no va a reformar el delito de sedición. Sánchez lo va a derogar. Y lo va a hacer por el método legislativo abreviado que impedirá que las instituciones del Estado que deben servir como contrapeso a la tendencia autocrática de las mayorías, redacten informe alguno que pueda cuestionar este proceso —éste es el verdadero procés— de burla a la Constitución y de aniquilación del Estado de Derecho.
A estas horas, media nación, más de media nación de españoles, asiste desesperanzada a la culminación de la traición del socialismo. La felonía, de una entidad descomunal, como no se recordaba desde los últimos estertores frentepopulistas de la Segunda República, es el final de un camino que comenzó con la llegada al poder de Rodríguez Zapatero y que no fue corregido por el Partido Popular cuando tuvo la oportunidad y la confianza de los españoles para haber devuelto a España su soberanía nacional, hoy golpeada, alarmada, fracturada y derogada.
El nuevo delito que sustituirá al derogado llevará quedará tipificado como «desórdenes públicos agravados», con unas penas irrisorias y que, además, impedirán que un concurso medial con otros delitos necesarios para la preparación de un golpe de Estado, agrave el castigo. Qué burla insensata. Qué burda traición. Esperamos de la Justicia, de lo que queda de ella, de la misma que rechazó en la sentencia de los condenados por la intentona golpista del 1 de octubre de 2017 que se pudiera reducir el reproche penal de los sediciosos, que se manifieste y que lo haga con la contundencia necesaria para despejar cualquiera duda de que sirve al poder, como si España ya fuera una república bolivariana y la Justicia, un resorte más de una dictadura.
Exigimos también a los partidos que se dicen españoles y que dejaron solo a Vox en la moción de censura que no se limiten «a subirse a lomos de la inercia que conlleva la ruina del Gobierno de Pedro Sánchez como método para alcanzar La Moncloa». Estas palabras, por desgracia también proféticas, fueron pronunciadas por Ignacio Garriga en aquel mismo discurso cercano, pero a la vez lejano, del 21 de octubre de 2020.
Ya no basta con rasgarse las vestiduras como hace el PP y anunciar que algún día se derogarán las leyes injustas del socialcomunismo. Puede que ese día, si es que llega, ya sea tarde. Hay que combatirlas, ahora, con todos los resortes de lo poco que queda del Estado de Derecho y la movilización de esa mayoría de españoles que no quieren dejar de serlo.