La dimisión de Cristina Cifuentes ha dado una pausa al interminable proceso del ‘procés’ en las primeras de nuestras cabeceras.
Una feo, feísimo asunto; no tanto el de la presidente madrileña como el de su partido, en pleno proceso de ‘ucedización’. Los dos ‘escándalos’ que la han derribado, los dos viejos y mezquinos, hablan a las claras de una ‘vendetta’ premeditada, de guerra sucia y de una mano que guarda porquería y la filtra a voluntad.
Sería maravilloso que los seres humanos nos avergónzáramos de lo que hacemos mal en exacta proporción a su gravedad, pero todos sabemos que no es así; un gran robo, una matanza, pueden indignar, pero no resultan ridículos. Por parafrasear a Stalin, dos botes de suavizante son un hurto; dos millones son una estadística.
Cifuentes podrá ser o no indigna del cargo que ocupaba; pero quien mantiene un archivo de miserias antiguas que suelta cuando quiere destruir es, además, peligroso.
En este sentido, el titular más preciso quizá sea el de El País: ‘El fin de Cifuentes deja un PP desprestigiado y a la deriva’. Solo matizaría que no ha sido exactamente ‘el fin de Cifuentes’ el que lo ha dejado así; lleva años haciendo denodados esfuerzos para llegar a esa situación.
ABC abre con el rostro entristecido de la presidente y titula: ‘La «obligada» dimisión de Cifuentes’, y sostiene en un subtítulo que «un empresario ofreció el dosier a varios medios a cambio de no informar sobre los negocios de Ignacio González». ¿Cuánto más sucio se puede volver este asunto? Habría que investigar cómo ese vídeo, que es ilegal hacer público y que los locales como el concernido tienen obligación legal de borrar al cabo de pocos días.
Cifuentes, de espaldas y marchándose, en El Mundo. ‘Un vídeo humillante guardado desde 2011 remata a Cifuentes’. Uno no puede dejar de imaginar al ilegítimo propietario de ese vídeo, logrado a saber con qué oscuras artimañas, acariciándolo figurativamente como a una bomba de relojería, sintiéndose poderoso. Y da bastante asco.
La Razón es, por una vez, escueta: ‘Cifuentes dimite’. En la brevedad quiere mi malicia escuchar un suspiro de alivio.