Las mujeres cobran menos que los hombres -75 céntimos por cada euro es una de las proporciones más repetidas- por el mismo trabajo. Esa es la ‘brecha salarial’ tal como se presenta habitualmente y que, de ser cierta, no solo constituiría una flagrante injusticia, sino un enorme asombro, un misterio insondable.
Significaría que todos los economistas que han descrito el mecanismo del mercado yerran, que el empresario no se mueve esencialmente por el deseo de maximizar los beneficios sino que deja que un extraño prejuicio misógino se imponga a lo evidente y provechoso.
Significaría que una clamorosa vulneración de la ley es, a la vez, flagrante e ignorada por el ejército de abogados que hay en España y por todos los sindicatos, que no están llevando masivamente los casos a los tribunales.
Significaría que un fenómeno así de masivo es irresponsablemente ignorado por los medios, que no llenan sus páginas de denuncias con casos concretos, como hacen con cualquier otra crisis.
Significaría que una generación de mujeres fuertes, empoderadas y responsables en todo lo demás consienten la más descarada ilegalidad que les perjudica sin denunciarlo y ponerle nombre y apellidos al abuso.
Significaría que el capital es mucho más tonto y desatento de lo que podría deducirse de la ley de la competencia, porque no contrata en exclusiva un medio de producción que, a igualdad de resultado, está sustancialmente más barato.
Significaría, en fin, que vivimos en un mundo mágico e irracional hasta el extremo.
Hoy El País abre con la famosa brecha, en preparación de la huelga, con un titular bastante más moderado: ‘Las mujeres cobran un 13% menos por tareas similares’. Ah, «similares». Ahora bien, «la misma tarea» es fácil de medir, pero la similitud es un término más amplio que ya depende del criterio de quien la define. ‘Similar’ quiere decir que no es igual, es decir, que es en algo diferente. ¿Podría ser diferente en, digamos, un 13%? Es una idea.
Dedicado a lo mismo, aunque no abriendo la información del día, la derechita de La Razón nos ofrece dos datos, uno institucional y otro costumbrista. El primero es que ‘Rajoy rectifica la «huelga a la japonesa» de las mujeres del PP’.
No tenía la menor idea de que las políticas peperas fueran a hacer un esfuerzo extra de trabajo el día 8; se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo. Pero que Rajoy se baje los pantalones ante la presión de la izquierda es cualquier cosa menos noticioso. Si hasta el Arzobispo de Madrid recluta a la Virgen María en apoyo de esta ridícula huelga, ¿cómo no va a ceder Mariano?
El sumario nos ofrece otra perla: ‘Los chicos rechazan los piropos más que las chicas’. Y leen más el Marca, añado. Si vale de algo el apunte biográfico, yo no los rechazo, ahí queda.
En El Mundo, afortunadamente tampoco abriendo, nos enteramos de que ‘El 36% de los hombres deja las tareas del hogar al vivir en pareja’. Esta es la ‘denuncia’ que más me aterra, porque abre la puerta de modo bastante obvio a que el funcionariado ideológico entre en nuestros hogares para decidir a quién le toca planchar. El matrimonio y pactos asimilados dejarán de ser acuerdos voluntarios entre adultos libres y responsables para pasar a ser regulados por la autoridad competente. La línea entre lo público y lo privado se difumina hasta desaparecer. Si la Unión Soviética hubiera ganado la Guerra Fría, dudo que hubiera llegado tan lejos.
La noticia que todos salvo El País dan abriendo es que un empresario alemán afincado en Cataluña ha abroncado al presidente del Parlamento catalán y ha amenazado con irse si se sigue vulnerando la Constitución.
Es un solo empresario; a mí me parece una anécdota buena para páginas interiores, sobre todo con todo lo que ha pasado y está pasando. Pero yo cada día entiendo menos de este oficio. Les dejo, que se me va a pasar lo que tengo en el horno.