Frente a lo que uno podría imaginar y a lo que las asociaciones mentales nos empujan, los piojos evitan en lo posible cabellos ralos y enfermizos. Quieren, como todo ser vivo, prosperar, y buscan como cobijo y alimento, si la suerte les da la ocasión, melenas tupidas, sanas y lustrosas.
No de otra manera, los políticos se suman a la abundancia y a la salud allí donde la encuentran, como en la manifestación del domingo en Barcelona.
No es, advierto, que esté comparando políticos y piojos sino solo en ese aspecto del que hablaba arriba, porque los humildes ftirápteros, que se sepa, no tienen la pretensión de que el pelo que ocupan ha crecido gracias a sus desvelos ni la intención de liderar su desarrollo.
Societat Civil Catalana convocó aquel mar de banderas y sonrisas que ha impedido la perpetuación de un espejismo forzado, pero ni siquiera esta excelente organización puede o pretende arrogarse el éxito de aquella gloriosa marea en Barcelona.
Fue la gente. Si se prefiere, fueron Puigdemont, Forcadell, Junqueras los que sacaron de sus casas a una Cataluña intimidada y amordazada; los que, como el rostro de Elena en el Fausto de Marlowe, fletaron mil autobuses desde toda España.
La gente anegando las calles ha vencido a la narrativa. La prensa internacional vio aquello y no se atrevió -con excepciones siempre divertidas, como el Daily Mail- a ignorarlo o representarlo como un menguado escuadrón de invasores nostálgico avanzando al paso de la oca. Han dado la noticia casi bien, en conjunto.
Y entonces llegaron los políticos, que miraban a la ingente muchedumbre como el segador mira las espigas.
¿Alguien duda por un segundo que si los líderes de nuestros partidos sospecharan u olfatearan que la manifestación iba a ser modesta, por idénticamente justa que fuera su causa, no se acercarían a ella ni con un palo?
Pero aquello fue un desbordarse de rostros alegres y, sobre todo, de votantes potenciales, y allá que fueron. En un secuestro por el que pedirán, no lo duden, el consiguiente rescate.
Pero de esto, si puedo, hablaré en otra ocasión.
Y empezamos.
El País. Oh, El País, me emociono. No solo saca a primera una foto sin trampas, sino que tampoco hay trampas en su titular de apertura: ‘Histórica manifestación contra el separatismo y por la Constitución’. Hasta el orden de motivos es el adecuado, vivir para ver, ver para creer.
Debajo, ‘La oposición descarta que se forme ahora un Gobierno de concentración’.
Y más: ‘La imagen de Cataluña se hunde por la huida de las empresas; y ‘Bruno Le Maire, ministro de Finanzas francés: «La división no es buena para la estabilidad financiera». No vayamos a pensar que pueda haber otra cosa que la pela. Tampoco pidamos milagros de un grupo mediático que le debe su angustiosa supervivencia a la banca y las finanzas.
ABC, en un plano más corto de la marcha, titula simplemente en amarillo: Cataluña. Está bien para un cartel; no sé si para un diario.
El Mundo también vibra de ardor patriótico, con una vista desde una terraza que permite, al tiempo, una magnífica panorámica de la multitud y un primer plano de vecinos enarbolando la rojigualda.
Y La Razón, muchedumbre a medio plano y mensaje personalizado: ‘Escucha, Puigdemont: España somos todos’.
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