«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

No se le ve en el papel

Es oficial: Venezuela está gobernada por un orate. Tras ser visitado por el difunto histrión en forma de pajarito –anécdota que daría para la incapacitación fulminante de cualquier líder en una sociedad mínimamente cuerda–, ahora Chávez se ha aparecido bajo el avatar de mancha de pared, lo que su sucesor, Nicolás Maduro, se ha apresurado a anunciarlo urbi et orbi.

La ironía funciona porque la realidad –la humana, al menos– es irónica. Eso explica cosas como que el movimiento más rabiosamente antifemenino se llame feminismo o que los adalides de la perfecta igualdad acaben creando castas perfectamente incomunicadas (nomenklatura y pueblo) en cuanto les dan la oportunidad. Por eso no ha de sorprender demasiado que los colectivistas, teóricos amantes de la masa anónima, acaben propiciando invariablemente los personalismos más delirantes.

La historia del socialismo ha sido muy pródiga en este tipo de anécdotas, de tiranos que cambian los nombres de los meses rebautizándolos con el propio y el de parientes y amigos o que hacen de su cumpleaños una fiesta nacional. Pero el caso que nos ocupa no es una anécdota trivial, fácil de pasar por alto, ni es Venezuela una insignificante Ruritania caribeña. Hablamos de uno de los principales países productores de petróleo, además de liderar una variante de socialismo indigenista que engloba a nueve países. Por eso da especial grima ver a tanto intelectual de izquierda en Occidente vitorear al hombre de los pajaritos y su revolución bolivariana que ya tiene su departamento de Felicidad Suprema, imaginamos que para compensar que los venezolanos se han quedado sin papel higiénico.
En vez de cañones y mantequilla –el ejemplo con que intentaron enseñarme la ventaja comparativa en Economía–, en el caso de la lucha ideológica deberíamos hablar de Felicidad Suprema frente a Papel Higiénico. La izquierda ofrece la primera y gana, si no siempre el poder político, siempre el cultural. No importa que no haya salido nunca y se haya perdido siempre, junto al papel higiénico, la felicidad, la libertad y la prosperidad.
Los que hemos vivido el final de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín albergamos en su día la esperanza, tras hacerse evidente el nivel de miseria, desigualdad y opresión de los regímenes del Este, de que el socialismo tendría los días contados. Pero la izquierda no se da por enterada y que aún mantenga la hegemonía cultural y la superioridad moral solo puede explicarse como el triunfo de la esperanza sobre la experiencia, parafraseando a Samuel Johnson.

Mientras, los intelectuales de Occidente seguirán justificando las locuras chavistas y los venezolanos seguirán viendo el rostro del amado líder muerto en paredes, rocas, ríos, nubes, árboles y hojas. Donde cada vez será más difícil que lo vislumbren es en un humilde rollo de papel higiénico.

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