«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¡Como me levante y vaya para allá…!

Se entiende que la Constitución, cualquier constitución, es algo parecido a un acuerdo de mínimos. Es la ley de la que dependen todas las demás leyes, la que rige el funcionamiento del Gobierno y sus instituciones, y lo que podría esperarse es que fuera, también, la que menos asustara aplicar.
En fin, que nada debería ser más normal, nada debería estar más cargado de legitimidad, que apretar el botón de tal o cual artículo cuando se presenta la ocasión pertinente. Si un artículo da demasiado miedo, que se quite: no puede haber normas constitucionales que se mantengan como esos espantapájaros inútiles sobre los que se posan todos los pájaros que sobrevuelan el sembrado.

El 155 no es una cachiporra amenazante, bueno solo para blandirlo, para amagar y no dar. Ni siquiera es un castigo o un daño, sino la reparación de un daño. Si uno juega a amagar con la Constitución, si un gobierno emplea el articulado de la Carta Magna para asustar, la está banalizando, está anunciando que no la considera realmente legítima, que es opcional, que no se la toma en serio.
Eso que llaman ‘la política’, y que es en realidad el chalaneo de los políticos, es más flexible que la ley, y eso está bien. Pero cada vez es más común llamar «solución política» a saltarse la ley, a ignorar la ley. Y eso es muy peligroso, porque si quienes tienen la obligación de hacerla cumplir ignoran la ley, el ciudadano considerará que cuando la aplican en su perjuicio cometen un acto de tiranía.
Eso lo sabe bien Marhuenda, que le gusta más una encuesta de opinión que a un tonto una tiza y entiende que las vacilaciones temblorosas de su patrón sobre el 155 le están dejando como la chata de Pumarín. Por eso abre con un inverosímil: ‘Moncloa: «El 155 es imparable». Casi puedo ver a Paco en pose del Teniente Mulder, de Expediente X, con su «quiero creer».

En Prisa matizan, para no pillarse tanto los dedos. Nos cuenta El País en su primera que ‘Solo la plena restauración de la legalidad evitaría el 155’. Y eso suena bien, muy bien, si no estuvieramos ya al cabo de la calle de lo que significa.
Significa que Rajoy está aterrado de que las cosas no vayan, como suelen, como le gustan, al trantrán, y manda a sus ministros a anunciar que, a la mínima, al menor gesto, devolverán la espada a su vaina porque tienen tantas ganas de usarla como Falstaff, el soldado fanfarrón.

El Mundo mira el panorama desde el otro lado y titula de apertura: ‘Puigdemont prevé ir al Senado y abre la vía para evitar el 155’. Dos no pelean si uno no quiere, parece decirse.

ABC vuelve a la Escuela Simbolista, que los malos hábitos cuesta dejarlos, y abre con el dibujo de una gigantesca barretina bajo la que ocultan sus cabezas una docena de individuos anónimos. Todo para decirnos que ‘La Generalitat colocó a 25.000 interinos en plena crisis económica’.
Ahora, me van a perdonar, pero esto no es periodismo, aunque sea un dato contrastable y relevante. No lo es porque no es de hoy, porque, o bien en su momento dio pereza investigar o desgana informar de ello, o se ha desenterrado ahora con el más descarado de los fines propagandísticos. Hoy la noticia es otra, y eso es solo echar un poco de fango sobre el enemigo a batir, con algo, por lo demás, que es como fijarse en el cazo e ignorar cuidadosamente la sartén. Quien esté libre de asesores interinos que tire el primer titular de portada.
En la República Suspendida de Cataluña, los diarios tienen tanto miedo al 155 como el mismísimo Rajoy, pero disimulando menos. El Periódico usa para abrir palabras del teniente alcalde socialista de Barcelona Jaume Collboni: «El 155 hace daño y es poco inteligente». Mira, como las rondas de Agustín Lara.
Y La Vanguardia: ‘Puigdemont quiere rebatir en el Senado la aplicación del 155’. Pero ahí, debajo, nos saca, como El Periódico, foto del pleno en el que se están planteando si la DUI o no la DUI. Que esa, a lo que parece, no hace daño, no trae pena ni se acaba por llorar.

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