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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

De la ‘radicalización’, la ‘islamofobia’ y otras dolencias

 

El último de los terroristas sueltos, Younes Abouyaaqoub, ha sido encontrado y abatido, y esa es la noticia hoy.

Durante el día de ayer, ya saben, la noticia fue qué chico tan estupendo era este Younes, un modelo de integración, delegado de clase y todo. Los grandes medios rivalizaban para ver quién daba con la declaración más elogiosa, algo que ni en sueños harían con un maltratador.

Las víctimas no tienen quien las escriba. Quince muertos, un centenar de heridos, y nadie dice de ellos en portada que eran «tíos de puta madre», como hacen con Younes. No es cosa de remover las emociones en ese sentido, que luego va y llega la islamofobia.

La islamofobia es el coco de nuestra infancia, en el sentido de que siempre va a llegar y nunca acaba de hacerlo. Es la principal preocupación de los políticos y de nuestras clases ilustradas cada vez que nos matan, siempre es lo primero de lo que nos avisan, desde septiembre de 2001, pero el marcador sigue afortunadamente a cero.

Como de algún modo hay que justificarlo, nos enseñan, temblando de horror e indignación, una pintada en las puertas de una mezquita, prueba definitiva. Llevo tiempo estudiando ese mismo fenómeno en Estados Unidos, donde casi cada amenaza ‘de odio’ jaleada por los medios es, cuando la investiga la policía, un fraude perpetrado por las víctimas.

No diré que lo sea en este caso; no creo en absoluto descartable que una masacre perpetrada por quienes habían sido acogidos y generosamente financiados por nuestras autoridades lleve a alguno a ese desahogo odioso.  Sí digo, en cambio, que si esa pintada es todo lo que tienen de la temible islamofobia, la cristianofobia debería ser noticia de primera, que apenas hay iglesia sin su grafitti de «la única iglesia que ilumina es la que arde», y las profanaciones de imágenes cristianas son una ocurrencia común.

‘Los Mossos matan al autor de la masacre de Barcelona’, es la apertura de El País, sobre una imagen del interfecto cruzando tranquilamente a pie el mercado de la Boquería en una grabación de cámara de seguridad, después del atentado.

Abajo, ‘Seducción del mal en Ripoll’. Ya saben, la temible ‘radicalización’ que ataca a los primeros de la clase, a esos chicos perfectamente integrados que pagarán nuestras pensiones. Younes pilló la misteriosa infección, qué le vamos a hacer. Pese a su terminación técnica que sugiere enfermedad, la islamofobia, en cambio, es una decisión consciente sin eximente posible. Un lío.

En ABC, el rostro elíptico del ministro del Interior muestra una foto sonriente de Younes, ese ‘tío de puta madre’, sobre el titular: ‘Abatido el autor de la matanza de Barcelona’. Entiendo el esfuerzo del diario monárquico por dar protagonismo al Estado, pero creo que a estas alturas ya conocemos la historia de absoluta descoordinación, de modo que podía ser Jean-Claude Juncker quien saliera a dar la noticia y enarbolara la foto.

El Mundo dedica toda su primera al asunto y sus ramificaciones. ‘La ayuda de una mujer permite cazar al yihadista de La Rambla’. Un sumario nos alerta de que ‘Younes asesinó al cooperante Pau Pérez para poder huir de Barcelona’. No sé si ese ‘cooperante’ lo añade El Mundo para agravar el delito cometido por Younes; espero que no, aunque advierto una inquietante tendencia en los medios a ponderar el grado de maldad de los crímenes según la calidad atribuida a la víctima.

Debajo, ‘El imam tenía una orden de expulsión que nunca se ejecutó’, no que nadie vaya a pagar por una negligencia que ha costado la vida a quince personas, naturalmente.

La misma foto de Younes sonriendo inocente abre La Razón, en la mano de Zoido. Y un titular sucinto: ‘Younes, cazado’. Y van dos titulares cinegéticos en la prensa patria. No sé yo si pasar del relato extra empático a la identificación con un animal salvaje resulta razonable, pero ahí lo dejo.

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