«Me fío de la justicia de España, no de la de Suiza». Estas declaraciones de Hervé Falciani, el hombre que filtró ilegalmente a la prensa la lista de quienes tenían cuentas secretas en el país helvético, abren triunfantes la primera de El País de hoy.
Para entender por qué El País considera semejante nadería la noticia que supera en valor todas las otras hay que conocer un contexto que, en principio, no tiene nada que ver con Suiza, ni con el secreto bancario ni con el propio Falciani, y sí mucho o todo que ver con el esperpento que estamos viviendo a cuenta del 1-O.
Que un hombre buscado en un país por un delito y detenido en otro declare que se fía de la justicia del segundo es, sencillamente, una estrategia de defensa. Está tratando de caer bien a los jueces españoles que deben decidir sobre su extradición, a la vez que indica al mundo que, de ser condenado por los suizos, será porque su sistema de justicia es indigno de una democracia moderna y hay motivos meramente políticos tras la sentencia.
Es decir, está diciendo exactamente lo mismo que nuestros prófugos procesistas, siguiendo al pie de la letra la misma línea. Y El País lo usa como un bálsamo y una refutación de estos que se dedican en el extranjero a poner nuestro sistema judicial como chupa de dómine. «¿Veis? ¡Este tipo italo-francés dice que nuestra judicatura es más fiable que la de Suiza!», que en el imaginario hispano es como el colmo de la civilización.
Pero, como digo, es exactamente lo mismo que hacen los otros, y precisamente porque advierte o intuye que funciona.
El segundo tema es que ‘EE UU y sus aliados buscan nuevas sanciones contra Siria’. Lo de bombardear ha estado bien para demostrar quién manda aquí, pero no basta. Siria tiene que sufrir aún más, y con un poco de suerte nos llegarán nuevas olas de refugiados.
En la foto, una marcha llena de esteladas sobre el titular: ‘Los sindicatos encabezan la marcha por la libertad de los presos del ‘procés’. Imagino la gracia que debe hacerle al obrero sindicado de Cáceres o Valladolid que paga religiosamente sus cuotas y ve esto. Pero en nuestro pintoresco sistema ya apenas hay institución pública que se dedique a otra cosa que a la agitación política.
‘Un grupo de eurodiputados impulsa leyes en la UE contra noticias falsas’. Ya saben que la prensa en papel de hoy está escrita en código, y para leerla y comprenderla se necesita la clave. En este caso, El País trata de mantener con vida su ilusión de que el poder político afiance el oligopolio de la información de Prisa y los demás a costa de la libertad de expresión en las redes, que les están convirtiendo, de guardianes de la actualidad, en ruinosos dinosaurios irrelevantes.
ABC saca uno de sus dibujitos inquietantes y amateur para escapar de lo que pudiera haber sucedido ayer: ‘Solo el 36% de los diputados saben lo que es trabajar en una empresa’. Y una proporción mucho menos de los que trabajan en una empresa saben lo que es ser diputado. Que la democracia de partidos tiende a la profesionalización de la política es algo sabido, y que irá a más.
Un sonriente Puigdemont dentro de un coche y portando el obligado lacito amarillo habla por el móvil en la foto que abre El Mundo. ‘La vida secreta de Puigdemont en Berlín’, es el titular que acompaña la foto.
Pero la noticia que abre es una declaración del ministro de Hacienda, Cristobal Montoro, al que entrevista el diario: «Acepto que al PP le pasa algo, pero el problema no es Rajoy».
Como en el titular de El País, las palabras de Montoro no son necesaria o principalmente una exposición de alguna verdad, sino un mensaje estratégico. En cualquier caso, estoy de acuerdo con la frase: el problema no es Rajoy; Rajoy es un epifenómeno, es el síntoma terminal de ese algo que le pasa al Partido Nihilista.
Abajo, El Mundo informa de la manifestación en Barcelona con más garra: ‘UGT y CCOO asumen la doctrina separatista: «España vive una involución democrática». Ya ven, como Suiza.
En La Razón abren con la carta de la madre del teniente agredido en Alsasua: «Pido, sin odio, justicia». Toda mi solidaridad, toda mi rabia e indignación están con ella. Pero por parte del diario me parece repugnante. Es la destilación del método Puigdemont, del método Falciani de sentimentalización de las decisiones judiciales.
A la derecha, más presión política sobre los jueces: ‘Los presos piden una solución ya porque «Puigdemont les mantiene en la cárcel».