«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La soledad de la máscara

Estaría plenamente justificado si Carles Puigdemont acabara sufriendo una profunda crisis de identidad, porque tiene todas las papeletas.  

Durante años, quizá toda la vida, creyó no ser español, siéndolo, aunque en esa confusión son tantos los que le acompañan que apenas es reseñable.
Vino luego a creer, tras pasar las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, que era presidente de una república que ni Corea del Norte reconoció y que solo aparece pintada en los atlas del deseo.
Ha venido, al fin, haciendo últimamente el papel de monarca en el exilio desde Bruselas, reclamado por un Estado que su mente, anhelante de incruentos y cómodos martirios, dibuja como opresor y fascista.
Y ya no es ni eso, mientras los suyos se impacientan y siguen su vida sin él, abochornados por tanto histrionismo  y decididos a salvar los muebles del naufragio.
Puigdemont, que no era ya presidente de la Generalitat por mucho que sus acólitos lo repitan con la conmovedora fe del carbonero, ahora no es ni siquiera prófugo de la justicia, habiendo retirado el magistrado Pablo Llarena las órdenes internacional y europeo de detención contra él.

‘El separatismo mantiene el ‘procés’ sin un plan explícito’, es el titular, un tanto desangelado, con que abre hoy El País.
No podía ser de otra forma. El proceso es la única justificación, en punto programático único de esta banda. Pero después de la astracanada de los Puigemont, Junqueras y Forcadell y su república de mentirijillas, después de todas las mentiras que se dijeron, es difícil ponerle patas y habrá que dejarlo en retórica y lágrimas de cocodrilo amarillo.
Va bien el titular de primera con la foto, aunque traten noticias distintas y distantes. Aparece en esta última la liberación en Kiev de Mijeíl Saakashvili por un grupo de sus partidarios. Saakashvili, se recordará, fue presidente de la República de Georgia, aliado de los americanos y educado en Estados Unidos, que quiso jugar a Napoleón del Cáucaso y perdió en horas veinticuatro frente a un Putin poco dispuesto a aguantar patochadas.
Vino luego a recalar en Ucrania, donde su desafío a Rusia se premió con la gobernación de la provincia de Odessa, pero en su tierra natal tenían un grueso dossier de cargos contra él que iban desde torturas hasta malversación, siendo detenido por las autoridades ucranianas y, ahora, liberado cuando era trasladado en un furgón policial.
Todo muy poco serio.

Abre ABC con nuestro hombre Puigdemont, que aparece en un cartel promocional de su chiringuito personal, Junts per Catalunya, mientras su partido originario empieza a pasar de él y que la vida siga: ‘El PDeCAT da por amortizado al huido Puigdemont’. ‘Huido y amortizado’ suena bien, aunque triste.
En la foto de primera de El Mundo, Theresa May, en la puerta del 10 de Downing Street, parece estar ensayando torpemente con Mariano Rajoy los primeros pasos de un foxtrot. No me le sabía en Londres, donde le han expresado el ya rutinario «apoyo claro y firme» en la cuestión catalana.

La retirada de las órdenes internacional y europea de captura contra nuestro prófugo favorito la da El Mundo con literatura y su poquito de recochineo: ‘El Supremo atrapa a Puigdemont y lo hace rehén de su propio juego’. ¿Jugada maestra?

Más protocolaria es la foto del encuentro de Rajoy y May en La Razón, con un árbol de navidad de fondo y, esperamos, lejos del muérdago.
Para abrir, los de Marhuenda han recurrido al socorrido expediente de la encuesta, que siempre te hace el apaño cuando la eliges con cierto mimo: ‘La mayoría rechaza dar un estatus diferente a Cataluña’.
No sé cuánto habrá costado la broma, pero yo podía haberles contado lo mismo por una décima parte del precio.

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