Hace tan sólo unas semanas, el Papa Francisco sorprendió a la Iglesia con el nombramiento de Víctor Manuel Fernández —conocido por el apodo Tucho— como nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el importantísimo cargo vaticano que ocupó, entre otros, el cardenal Joseph Ratzinger antes de convertirse en Benedicto XVI.
El nuevo guardián de la Fe del Vaticano, que será además creado cardenal a finales de septiembre, afronta su nueva responsabilidad con la mirada puesta en las periferias de las que fue párroco. En lo que ha definido como «nueva etapa» del pontificado de Francisco, Tucho quiere aportar novedad e ilusión. Con un pie en La Plata —diócesis de la que era arzobispo por voluntad del Papa Francisco— y otro en Roma, Fernández atiende a La Gaceta y sentencia: «De alguna forma, el mundo nos ayuda a descubrir nuestra Tradición».
¿Tiene vértigo ante su nuevo nombramiento?
Sí, mucho vértigo. Pero en estos últimos días la oración me ha ayudado a recuperar la fortaleza y la paz. Y también un poco de humildad.
¿De qué modo va a influir sus años en La Plata en su nuevo puesto en Roma? ¿Hay más Iglesia en las grandes periferias del mundo que en Roma?
Sin duda, esa experiencia en La Plata me deja mucha riqueza, pero también rescataría mis años como párroco en el interior del país. Es importante explicar que cuando uno es pastor de una comunidad, se preocupa en primer lugar por transmitir sana doctrina, pero también por infundir vida, por estimular el crecimiento de las personas y de las comunidades. Y esto, en definitiva, alienta una teología en íntimo contacto con la vida del pueblo de Dios.
Algunos critican que su nombramiento se debe a una cierta amistad con el Santo Padre. Sin embargo, usted ha sido durante muchos años presidente de la Sociedad argentina de Teología, presidente de la Comisión Episcopal de Fe y cultura… ¿Cree que los ataques hacia usted se dirigen verdaderamente hacia Francisco?
Seguramente. El intento de ridiculizarme es para burlarse de sus decisiones.
¿Podemos esperar un hilo conductor entre la labor del cardenal Ladaria y su futura gestión en la Congregación para la Doctrina de la Fe?
El Cardenal Ladaria ha desarrollado su tarea con un estilo propio del cual hay que aprender.
Pero…
Bueno, es que él es un estudioso jesuita y yo tengo un corazón de párroco de periferias. Los distintos orígenes aportan diferentes riquezas y perspectivas.
Estuvo una semana entera con Francisco. ¿Cómo vio al Santo Padre? ¿Sigue joven de espíritu?
El Papa está muy joven de espíritu, y eso se nota en las decisiones que está tomando últimamente y se seguirá notando. Está con las energías renovadas. Se cumplió lo que le anticipó el médico: ‘No lo quiero operar sólo para curarlo de un mal sino para que esté mejor que antes’.
Con la cuestión alemana de fondo, el dicasterio tendrá que dar respuesta a los nuevos retos teológicos. ¿Cuáles son las líneas rojas?
Creo que hay inquietudes legítimas, y quiero comprenderlas mejor. El intento de crear un organismo sinodal que pueda ser paralelo a la Conferencia Episcopal Alemana o situarse por encima de las diócesis no respondería a la constitución de la Iglesia. Además, sabemos que a Francisco no le gusta el exceso de estructuras, y cómo se ha resistido siempre a que todo deba convertirse en una norma canónica. Quizás todavía tengan que comprender mejor el espíritu de Francisco. Todos necesitamos entenderlo mejor.
Otro desafío es la bendición de parejas homosexuales. ¿Existe o puede existir un matrimonio para este tipo de parejas?
No un matrimonio como lo entiende la Iglesia. Pero sí quizás necesitemos formas más cercanas, paternas y comprensivas de acompañamiento pastoral.
¿La doctrina de la Iglesia cambia? ¿El depósito de la fe puede actualizarse?
No en sí mismo, porque lo que está en la Palabra revelada contiene todo lo necesario para la salvación. Ya está todo allí y es un pozo inagotable de verdad y de vida.
¿Y este pozo no renueva su agua?
Claro, el asunto es que a nosotros siempre nos supera este depósito de fe. Por eso la Iglesia necesita crecer constantemente en la comprensión de ese abismo luminoso.
El dicasterio para la Doctrina de la Fe lidia con la Tradición de la Iglesia. Algunos progresistas olvidan la tradición, ignorando lo que decía Chesterton: la tradición no son cenizas sino llama ardiente. ¿Cuál es el papel de la tradición en un mundo tan cambiante?
Cada época de la historia puede ayudar a explicitar mejor algunos aspectos de la enseñanza de la Iglesia. De hecho, en los últimos siglos la Iglesia pudo aprender mucho sobre los derechos humanos, por ejemplo. No porque eso provenga del mundo y no esté en la Revelación, sino porque ya estaba en el Evangelio de Cristo, pero todavía nos hacía falta desentrañarlo mejor.
¿El mundo entonces nos ayuda a descubrir nuestra Tradición?
De alguna forma, sí. Si logramos explicitar mejor los contenidos de la tradición gracias al estudio en diálogo, entonces la tradición puede ayudar al mundo a crecer en una comprensión más amplia. No olvidemos que el mundo se desarrolla con corsi e ricorsi, siempre corre el riesgo de volver atrás. Si hoy apareciera un nuevo Hitler, por ejemplo, la Iglesia en su tradición ha desarrollado muchos elementos que le permitirán ayudar a reaccionar más rápidamente. Todo lo que Francisco nos ha insistido sobre la dignidad de la persona humana, por ejemplo, no es algo que hoy se vea tan claro en algunos lugares del mundo.
Algunos señalaban a Benedicto como pontífice conservador y a Francisco como progresista. ¿Existe una continuidad entre ambos? ¿Puede permitirse la Iglesia una tabula rasa?
Es verdad, existe una hermosa continuidad entre Benedicto y Francisco con distintos estilos y acentos. Hay una reciprocidad. Francisco ha hablado mucho sobre la importancia de recoger la riqueza del pasado y de los mayores, y jamás propondría una tabula rasa.
La última: algunos arremeten contra usted por su pasado de poeta, artista, etc. ¿Cuál es la relación entre la fe y el arte? ¿No debemos reivindicar más la belleza de nuestra fe?
Por supuesto, y yo no puedo renunciar a mi corazón de poeta y de autor espiritual. Cada uno tiene la obligación de sacar afuera los dones que recibió de Dios sin renegar de esos regalos, que son para los demás.