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uno de los periodos de mayor predominio masónico y el más enloquecido de la historia de España

150 años de la Primera República: cuando los locos dominaron España

Madrid, proclamación de la república por la Asamblea nacional. Pellicer
Madrid, proclamación de la república por la Asamblea nacional. Pellicer

En la historia alemana, el año de 1888 se conoce como el de los tres emperadores, ya que en él murieron el anciano Guillermo I y su hijo Federico III, que reinó 99 días, y fue coronado Guillermo II. España, siempre a la cabeza de las novedades, tuvo en 1873 cinco jefes de Estado.

El año comenzó con un rey, el italiano Amadeo I, que abdicó, y luego se sucedieron cuatro presidentes de república, cuyo título oficial era el de presidente del poder ejecutivo de la república española: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar.

En septiembre de 1868, un golpe militar, iniciado por la Armada en Cádiz, derrocó a la desprestigiada Isabel II de Borbón y abrió uno de los periodos de mayor predominio masónico y el más enloquecido de la historia de España. Entre ambas condiciones seguramente hay una relación de causa-efecto.

El general Juan Prim, héroe de la guerra de África, se negó a proclamarse presidente de una república y prefirió buscar un nuevo monarca. Un grupo de sus compañeros masones lo asesinó el 30 de diciembre de 1870 en Madrid, días antes de que Amadeo I desembarcase en Cartagena.

El italiano, hijo de Víctor Manuel II, soportó poco más de dos años las disputas cainitas de los políticos españoles. En octubre de 1868 había estallado la guerra de los Diez Años en Cuba y en abril de 1872 lo hizo la tercera guerra carlista. Horas después de la abdicación, el 11 de febrero de 1873, las dos cámaras de las Cortes elegidas en agosto de 1872 (las terceras en el reinado, todas con sufragio universal masculino) se reunieron en asamblea y proclamaron la República, actos completamente contrarios a la Constitución monárquica de 1869.

Esas mismas Cortes eligieron primer presidente al catalán, federalista y masón Estanislao Figueras, quien convocó elecciones a Cortes Constituyentes para el 10 de mayo. Con una abstención del 60% del censo, triunfó el partido republicano federal. El 1 de junio se proclamó la república democrática federal y empezó la redacción de una Constitución. Unos días después, el 11, Figueras dimitió y huyó a Francia. Las Cortes nombraron como sustituto a otro catalán, federalista y masón, Francisco Pi y Margall, que cumplió en el gobierno poco más de un mes, pues dimitió el 18 de julio.

Mientras tanto, estalló la tercera guerra civil: la rebelión cantonal, que se extendió desde Andalucía a Cataluña, con algunos focos en las Castillas. Las revueltas y los motines crecieron porque Figueras, Pi y Margall y el sucesor de éste, el andaluz Nicolás Salmerón, vacilaban en reprimirlos. En Cartagena, los cantonalistas se apoderaron de la base naval y de la flota, y hasta acuñaron moneda. Salmerón dimitió el 7 de septiembre ante el sabotaje permanente de los federales.

Las Cortes nombraron como jefe del Estado a su presidente, el levantino Emilio Castelar, gran orador y republicano unitario. Para salvar la República, Castelar imitó el ejemplo de Gustave Thiers, que reprimió a los anarquistas que arrasaron París durante ‘la Comuna’. Sin embargo, otros republicanos le reprocharon el recurso a militares monárquicos, la censura de prensa y la suspensión de los derechos constitucionales. Los protestones, entre los que se encontraban los envidiosos Salmerón y Pi y Margall, consiguieron que las Cortes, con mayoría federal, negaran a Castelar la prolongación de sus poderes extraordinarios en la sesión celebrada entre el 2 y el 3 de enero de 1874, por lo que éste dimitió.

Antes de la sesión, el general Manuel Pavía, vencedor de los cantonalistas de Sevilla y Málaga, y capitán general de Castilla la Nueva, le ofreció a Castelar su apoyo para evitar su destitución y el regreso de la anarquía, pero el presidente rechazó su ofrecimiento. En cuanto Pavía conoció el resultado de la moción de confianza, ordenó el cierre del Congreso por unos piquetes de soldados y guardias civiles.

Horas después de su golpe, Pavía animó a los jefes de los partidos a ponerse de acuerdo para elegir un gobernante sensato. El designado fue el general Francisco Serrano, amante de Isabel II, regente del reino entre 1869 y 1871, y por último presidente del poder ejecutivo de la república española. ¡El quinto! Antes de que concluyese el año, se restauró la monarquía en el príncipe Alfonso de Borbón. El nuevo monarca entró el 14 de enero de 1875 en Madrid montado en un caballo blanco y vitoreado por una multitud.

¿Dejó el Sexenio Revolucionario algo positivo? Y así es, una lista corta. Se unificaron los pesos, las medidas y las monedas, al trasladarse a España el sistema métrico decimal y fundarse la peseta. La Primera República mantuvo la popularísima bandera rojigualda. La sociedad civil se hizo conservadora hasta el punto de apoyar la monarquía liberal alfonsina; aceptar el ‘turno pacífico’ de partidos montado por Cánovas del Castillo, con la supresión del sufragio universal; y rechazar proyectos regionales autonomistas. El recuerdo de esos años de orates y perturbados fue el mejor cimiento para la Restauración (1874-1923).

El mismo sentimiento conservador se impuso también en el Ejército y la Armada. Aunque una parte considerable de los militares siguió siendo republicana y masónica, la mayoría apoyó gobiernos de orden. El último pronunciamiento del siglo XIX lo realizaron en 1886 los republicanos general Manuel Villacampa y el politicastro Manuel Ruiz Zorrilla, y lo desbarató el liberal-progresista (y masón) Práxedes Sagasta, entonces presidente del Gobierno, pero veterano conspirador republicano. La lealtad al sillón suele ser mayor que la lealtad a los correligionarios.

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