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El concepto... ¿promueve la envidia?

Cinco apuntes sobre la «justicia social» que niega Ayuso

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Europa Press

Ha dicho la presidenta de todos los madrileños, Isabel Díaz Ayuso, que no existe la «justicia social», que es «un invento de la izquierda», un concepto con que la progresía «promueve la envidia», haciendo ver que existe una «supuesta lucha de clases» para así «intervenir la economía, expropiar, repartir riqueza y trabajo» y demás fechorías terribles. ¿Qué hay de cierto en estas declaraciones? La respuesta corta es: nada. La respuesta larga habrá que hacerla por cuestiones, igual que el catecismo.

1.- ¿Existe la justicia social?

Existe, al menos, en tanto que tiene definición. El susodicho catecismo la describe en su punto 1.928 como la situación en que personas y grupos pueden conseguir lo que necesitan y merecen, en función de su naturaleza y vocación.

Justicia social sería, en el caso de las personas: que un tendero pueda vivir de su profesión sin ser aplastado por una multinacional. Que un trabajador pueda aprender el oficio familiar sin que en una sola generación sea sustituido sin alternativas por una inteligencia artificial. Que un padre y una madre puedan disfrutar de su permiso de paternidad o maternidad sin ser despedidos inmediatamente después. En el caso de los grupos: que la asamblea de vecinos rija su barrio o su aldea sin que todo esté comprado por fondos de inversión. Que el ocio sea productivo, en manos de peñas en un festín o de asociaciones deportivas en una bolera, en lugar de ser un consumo solitario en manos de Uber Eats o de Netflix. Que la política proteja a los sindicatos de base antes que a los lobbies de la cúspide.

Como destino plenamente alcanzado, evidentemente, la justicia social no existe aún. Incluso está en retroceso. Todo ello gracias a ciertos poderosos que, como Ayuso, niegan su existencia precisamente porque la intuyen y ello les aterra, como ocurre con tantos ateos ante la idea de Dios. Hay quien quiere que olvidemos la justicia social igual que los lotófagos querían que Ulises olvidase Ítaca, para extraviarle de su Odisea.

2.- ¿Es la justicia social un invento de la izquierda?

Definitivamente no. Los diversos elementos que configuran la idea de «justicia social» pueden encontrarse desde Platón y Aristóteles hasta Agustín y Tomás, que son más cercanos a San Pablo que al Foro de São Paolo. 

El término aparece como tal en el siglo XVIII, lo sistematiza el sacerdote Luis Taparelli en 1843 y lo populariza el sacerdote Antonio Rosmini en 1848. Entra en la Doctrina Social de la Iglesia en 1931, con la encíclica Quadragesimo anno del papa Pío XI. Allí se define la justicia social como la necesidad de revocar la actual desigualdad «entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados». Ayuso preferiría, por el contrario, que esas multitudes fuesen felices sin tener nada, como manda su catecismo, el de la Agenda 2030. Ella no suele llevar el pin multicolor, pero tampoco todos los monjes llevan hábito.

3.- ¿Sirve la idea de justicia social a la causa de la izquierda?

Poco, o nada. Es cierto que en 1976 el término entró en la recién estrenada Constitución revolucionaria de la Cuba castrista, sí, pero ya se había incorporado cuarenta años antes en la Constitución de la muy católica Irlanda, redactada por figuras conservadoras como el político Éamon de Valera o el arzobispo John Charles McQuaid. 

También es verdad que ha sido un concepto relevante para la izquierda, desde el documento fundacional de la Organización Internacional del Trabajo. Pero aquello fue en 1919, y es de destacar que la izquierda actual tiene bien poco que ver con aquella. La progresía contemporánea renunció hace mucho al vocablo de «justicia social», no digamos ya al de «socialismo», no digamos ya al de «revolución». Y en la extraña ocasión en que se mencionan algunas de estas cosas, su contenido está alterado hasta el punto de significar lo contrario. Cambian la igualdad por la «diversidad», el bien de la mayoría por el de las minorías (étnicas o sexuales), las conquistas materiales por las limosnas simbólicas, la causa del proletariado por la de no tener prole, la protección de quien trabaja la tierra por la protección de Mamá Tierra contra quien la trabaje, etc.

Hablarle hoy en día a las izquierdas de «justicia social» sirve, más que para confraternizar con ellas, para ponerlas en un buen aprieto.

4.- La idea de justicia social… ¿promueve la envidia?

No debería, siendo que le envidia es tener rencor a quien ha recibido justamente un bien proporcional que uno podría obtener de esforzarse lo mismo. El sistema económico actual es, por el contrario, una estructura de pecado en que las mayores fortunas lo son de forma inmerecida (la especulación financiera como BlackRock), o a cambio de un mal (las industrias del entretenimiento basura, la publicidad, la moda, la pornografía), o de forma desproporcionada (los milmillonarios como Jeff Bezos), o de manera irrepetible (los monopolios como Amazon o Google). El odio a este orden de cosas no es un pecado de envidia, sino que es justicia (social).

Es cierto que en la izquierda puede hacer mella la envidia, pero en vista del panorama descrito, tiene una cierta legitimidad. La misma que tiene el pecado de la ira entre la derecha que ve sus valores pisoteados o traicionada su soberanía. Envidia e ira serían, en todo caso, pecados inferiores al de la avaricia y -sobre todo- al de la soberbia, que definen al actual orden de mercado.

Ayuso afirma que la idea de justicia social trae un pensamiento de división de la comunidad: «aquel al que le va bien es culpable de que a mí no me vaya bien». Pero claro, ocurre que a veces es exactamente así. A los afectados por las preferentes o por las hipotecas les fue mal, porque a unos pocos banqueros les fue bien. A los pensionistas les va a ir mal porque les fue bien a los que saquearon la hucha de las pensiones. Estos últimos tenían, por cierto, el carné del mismo partido que Ayuso.

El planteamiento verdaderamente divisivo y peligroso es el que promueven los que son como ella: «el que tiene se lo ha ganado, el que gana menos es porque es inferior». Y esta idea no emana de la envidia de los de abajo, sino de la mencionada soberbia de los de arriba.

5.- La justicia social, ¿sirve para inventarse una «pretendida lucha de clases»?

La lucha de clases no es «pretendida», sino una guerra de los muchi-millonarios contra los trabajadores corrientes, tal y como confesó Warren Buffett. «Y la vamos ganando nosotros», añadió. También aparece la lucha de clases en Quadragesimo anno, «cuando el capital abusa de los obreros y de la clase proletaria para plegar toda la economía a su exclusivo provecho». «El cristianismo no ha de negar la existencia de la lucha de clases», escribía el teólogo ruso Nicolás Berdiaef, «estamos obligados a reconocer la existencia de un antagonismo entre la clase explotada y la explotadora, desaprobando este estado del mundo y pidiendo su enmienda».

Lo que sí hay que desechar son las muchas antiguallas «marxistas» al respecto de la lucha de clases: no es el conflicto del campesino sin tierra contra el que tiene una parcela, ni el de cualquiera de ellos contra el que vive en una ciudad («burgués»), ni el del camarero contra el pequeño hostelero. No es tampoco la lucha de clases apoyar al mantero senegalés ante el precario español (acusado de ser «aristocracia obrera»). Ni tomar por enemigo al dueño de la zapatería de la esquina y por camarada a un futbolista estrella, porque el primero posea «medios de producción» y el segundo no.

La lucha de clases realmente existente es la de la economía real contra la economía financiera. Y la lucha de las periferias rurales y urbanas contra los núcleos desarraigados (algunos de ellos «progresistas», como Silicon Valley). Es la lucha de sectores enteros de la agro-ganadería o la industria contra las élites del tecno-capital. Es la lucha de la clase productiva contra la clase ociosa (la derecha de «business school» como Ayuso, pero también la izquierda universitaria que supuestamente se le opone). Incluso es la lucha de las menguantes burguesías nacionales contra las crecientes oligarquías globalistas. Y —oh casualidad— en todas esas luchas Ayuso está en el bando al que le conviene negarlo todo.

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