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LAS CONTRADICCIONES DEL EXLÍDER DE PODEMOS

Cuando Pablo Iglesias consideraba una «estupidez» usar «fascista» como insulto

El ex secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. Europa Press.

Esta semana, en el Congreso de los Diputados se ha vivido un debate acerca de los calificativos que se vierten a diario entre sus señorías en nuestra Cámara Baja. El detonante fue la retirada de la palabra a Patricia Rueda, diputada de VOX, por haber tildado de «filoetarras» a los miembros de Bildu.

El vicepresidente del Congreso, el socialista Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, expulsó de la tribuna de oradores a la parlamentaria de la formación de Santiago Abascal, básicamente, por decir que el pasto es verde. Al margen de que el término en sí no creo que ofenda a los diputados del partido de Arnaldo Otegi ―lo recibirán con orgullo―, la cuestión es que, para compensar el sinsentido, Gómez de Celis anunció esta semana que tampoco se podría calificar a nadie de «fascista».

«Cada vez que se produzca una ofensa a cualquiera de los grupos de esta Cámara, bien sea fascista u otro término será retirado del diario de sesiones», señaló Gómez de Celis desde la mesa del Congreso. Esto ha provocado la histeria de la izquierda que, día sí y día también, utiliza este calificativo para insultar a todo el que se ponga delante, especialmente a los miembros de VOX.

Uno de los ofendidos por la exclusión del manido término ha sido Pablo Iglesias, ex secretario general de Podemos, alguien que ha usado ese adjetivo para referirse a Albert Rivera, Abascal, Ayuso, o quién se ponga por delante ―«alerta antifascista», recuerden―. «La palabra “fascista” ya no puede usarse en el Congreso. Y lo prohíbe una presidencia con carnet del PSOE. Más allá de que lo hacen para proteger a VOX y al PP, el ridículo intelectual es absoluto: prohiben el uso de términos políticos ¡En el Congreso de los diputados!», escribió Iglesias este jueves en su cuenta de Twitter.

Sin embargo, Iglesias es un mar de contradicciones. Ya lo vimos con el famoso chalet ―cuánto habrá tenido que ver en la decadencia electoral del partido morado―, su nepotismo, los salarios de los cargos y, en fin, un sinfín de opiniones y posiciones matizadas con el paso de los años.

También ha ocurrido lo mismo con el uso del calificativo de «fascista». Mientras en su carrera política Pablo Iglesias llamaba ―y sigue llamando― «fascista» hasta al apuntador, poco tiempo antes se burlaba de los que hacían precisamente eso.

En el programa Fort Apache de Hispán TV ―por cierto, otra incoherencia eso de trabajar para la propaganda del régimen islámico iraní, ¿no?―, en 2013, Iglesias dedicó su editorial a la «estupidez» de banalizar este fenómeno político de los años 30. «Por desgracia, el término fascista se ha convertido en un adjetivo muy habitual en el vocabulario político que suele usarse para descalificar al oponente», lamentaba Iglesias en el programa que le catapultó a la política.

«ETA es fascismo, Cristina Cifuentes es fascista, la PA es nazi, el comunismo soviético era fascismo, los de Intereconomía son fascistas, Barrio Nuevo, Vera y Felipe González eran fascistas y si tu padre te dice que vuelvas a casa antes de las 10 o que madrugues para ir a la manifestación del primero de mayo, tu padre es un fascista», ironizó el ex secretario general de Podemos, metiéndose con su ‘yo’ del futuro y todos sus secuaces.

«No hay mayor estupidez que banalizar un fenómeno político tan crucial como el fascismo convirtiéndolo en un indescifrable significante apto para el insulto», afirmó. En fin, según Pablo Iglesias, la mitad de los diputados, los partidos de izquierdas, el progerío mediático patrio, y él mismo, son estúpidos.

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