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Quiere un espacio dispuesto a aceptar los mandatos de Ferraz

El adelanto electoral, una maniobra de Sánchez para hacerse con el control de toda la izquierda a la izquierda del PSOE

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; la ministra de Transporte, Raquel Sánchez; y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Europa Press

El adelanto de las elecciones generales al mes de julio se ha leído como un movimiento de Pedro Sánchez a modo de cortina de humo para distraer la atención sobre el éxito de la derecha o bien una maniobra para entorpecer el traslado de poder autonómico y municipal o bien un intento de resucitar la «alerta antifascista» contra VOX o bien una artimaña para desmovilizar el voto de la derecha en periodo vacacional. 

Estos análisis, en cambio, subestiman un rival clave del PSOE que Sánchez ha querido golpear: el espacio a su izquierda, que hasta ahora ocupaba Unidas Podemos. Es cierto que PSOE y Podemos han sido socios de gobierno, pero ante todo han sido competidores. Ya desde el primer momento, cuando Podemos intentaba sorpasar al PSOE, Sánchez afirmó que jamás habría acuerdo entre socialistas y aquellos que denominó «populistas». La primera vez que intentó formar gobierno prefirió hacerlo con Ciudadanos antes que con Podemos y, cuando finalmente logró gobernar (mediante moción de censura), intentó hasta el último instante hacerlo en solitario. Cuando la aritmética electoral obligó al PSOE a formar un Gobierno de coalición con Unidas Podemos, Sánchez ofreció a Pablo Iglesias una vicepresidencia diluida entre otras tantas y entregó unos pocos ministerios con una capacidad más simbólica que de verdadero calado (algunos ni siquiera eran ministerios, sino secretarías elevadas a tal rango, como Igualdad o Agenda 2030, o partes desgajadas de otros, como Universidades o Consumo).

Esta configuración del «espacio a la izquierda del PSOE» fue el regalo envenenado de Sánchez a Iglesias. Aquellos ministerios garantizaban que los podemitas sólo podrían dedicarse a hacer reformas destinadas a sus nichos identitarios (leyes feministas, animalistas, trans) que no interferirían con la política seria, cuyo control estaba en manos socialistas (desde Economía hasta Exteriores). Y, además, dichas carteras seguramente iban a servir para socavar la popularidad de los propios podemitas y realzar por contraste la seriedad del PSOE: ha sido el caso de las campañas de Alberto Garzón contra los juguetes sexistas o el escándalo de los violadores liberados a raíz de la ley «sólo sí es sí».

Pero el desprecio de Sánchez hacia el sector de Unidos Podemos no enturbia su capacidad estratégica: él sabe que, con las encuestas en la mano, le hace falta una fuerza a su izquierda que le sirva de muleta para que cuadren los números que le permitan retener el poder. Simplemente desearía que esa fuerza no fuese Unidas Podemos. Es por ello que desde el PSOE se ha mimado el proyecto Sumar, liderado por la única integrante de Unidas Podemos que había recibido un ministerio capaz de gestionar políticas materiales serias para la vida de la gente: el de Trabajo. 

Yolanda Díaz era más popular que el resto de los ministros podemitas, cosa no especialmente difícil. Al votante le daba imagen de estar centrada en «las cosas de comer» y no en género-fluidos y racializados, mientras que a la jefatura del PSOE no le resultaba particularmente amenazante, pues sus famosos ERTE no eran más que la política recomendada por el Banco Central Europeo, mientras que su reforma laboral no era más que la acordada con la patronal. Yolanda Díaz era la indicada para el proyecto de cambiazo de Sánchez.

Dicho proyecto ha buscado minar a un Podemos que, aun en posición de debilidad como socio minoritario, no hacía más que quejarse del papel de Nadia Calviño en Bruselas, de los planes de Escrivá de retrasar la edad de jubilación, de los precios de Naturgy o Mercadona, de la traición al Sáhara o del envío de armamento a Ucrania. Y, una vez cortada la coleta de Iglesias, los spin doctors de Ferraz introducirían al sustituto controlable y controlado de Unidas Podemos, un edulcorante artificial que cambie la izquierda morada por una izquierda rosa. El problema es que «el espacio a la izquierda del PSOE» se estaba resistiendo a esta hoja de ruta de La Moncloa: Unidas Podemos se negaba a ser fagocitada por Sumar.

Estas elecciones autonómicas y municipales acaban de arrasar a los podemitas hasta el punto de quedarse sin ningún poder negociador ante la aspiradora de Yolanda Díaz. Quizá les hubiese dado tiempo a reconstruirse de alguna forma de aquí a diciembre, cuando estaban previstas las generales, y haber ultimado alguna ley que les devolviera a los morados la iniciativa política sobre «el espacio a la izquierda del PSOE». Quizá en unas largas negociaciones que durasen un par de trimestres, la presión de Pablo Iglesias y de sus bases y de su proyecto mediático habría arrancado amplias concesiones a Sumar. Pero Pedro Sánchez ha dado al traste con todas estas posibilidades anunciando el adelanto electoral.

El mensaje que da el PSOE es claro: se acabaron los juegos a su izquierda. Se configurará un espacio a su gusto, con gente de su confianza, dispuesto a aceptar los mandatos de Ferraz. O, de lo contrario, todo ese espacio desaparecerá y, aunque con ello quede el PSOE sin posibilidad de formar gobierno, al menos reabsorberá todo el voto de aquel espacio y será una oposición fuerte al nuevo Ejecutivo.

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