Artículo publicado originalmente en La Gaceta el 7 de junio de 2017
La historia de Comillas es inherente a la visita periódica de los papardos. El término, muy lejos del turismo actual, hace referencia a un pez estacional que devora cuanto puede y luego desaparece, pero también a la llegada cada verano de decenas de familias cuyas raíces más profundas están fundidas con la villa. A uno le tocó lidiar con ellos de cerca -las mujeres de mi vida son ilustres comillanas- y muchos de los recuerdos de mi infancia pasan por tardes de enfrentamientos e insultos al aire. La edad ayuda después a diferenciar y con él lo hizo.
No conocí a Manano. Las escasas imágenes que guardo de él son en la pista de skate del polideportivo y atravesando El Corru a toda velocidad esquivando veraneantes. No creo siquiera que esté legitimado para escribir sobre su recuerdo, pero desde que el pasado domingo saltó la noticia de su desaparición he presenciado una movilización de vecinos y amigos de Comillas que ilustra la altura moral de un héroe que decidió hacer frente al terrorismo armado con su inseparable monopatín.
«Era un gran chaval, un buen papardo», recuerdan los locales en las redes sociales. Todos lamentan su muerte, pero no es mero protocolo. Hay algo más. Unos hablan de las tardes de patinaje y nordeste, otros de las noches que irremediablemente terminaban en Pamara, pero la conclusión es la misma: «Siempre estaba de buen rollo, tenía una sonrisa para todos».
Los halagos se cobran caro en Comillas. Hacen falta muchos veranos para quedar en la retina de todos ellos como una buena persona. Manano lo logró. Nadie merece el horror que ha tenido que pasar su familia en estos días de profundo descontrol en Reino Unido. Mariano Rajoy debe estar a la altura de las circunstancias para darle a él y a los suyos el homenaje que merecen.
Se nos ha ido un héroe y, sobre todo, una buena persona. Un hombre que decidió poner la otra mejilla frente al fundamentalismo islámico y que logró salvar la vida de muchas personas. Quizás muchos de esos ciudadanos no recuerden tu nombre, pero seguro que tu pueblo, Comillas, nunca lo olvidará.
En recuerdo a Ignacio Echeverría.