El vicepresidente primero del Congreso de los Diputados, el socialista Gómez de Celis, quitó el turno de palabra a la diputada de VOX Patricia Rueda por llamar a los filoetarras exactamente eso, «filoetarras». La imposición de la ley del silencio llega a la sede de la soberanía.
La decadencia de la política española no es nueva. La Transición, esa que muchos tildan de modélica, sentó las bases de un sistema de partidos con una ley electoral que beneficia a los partidos regionalistas (ahora llamados nacionalistas, por eso de también erosionar el patriotismo español aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid).
Los primeros años de mayoría absoluta de Felipe González & Co significaron la impunidad de un partido que vino a mejorar lo ya existente pero que acabó partiendo las piernas a todos los españoles. Ellos lo llamaron «división internacional del trabajo» por eso del marketing político, pero en la práctica supuso el fin de la independencia del país en numerosos campos económicos. La llegada de la «derecha» del Partido Popular de Aznar significó la sumisión a los separatistas/regionalistas, en especial del corrupto y molt deshonorable Jordi Pujol. Este hombre diminuto en tamaño —pero enorme en ambición— consiguió todo lo que quiso de los gobiernos centrales.
El Programa 2000 diseñado por Pujol suponía construir primero la noción cultural de nación para, poco a poco, crear el Estado que, según el romanticismo alemán, merece cualquier nación cultural. Las instituciones del Estado miraban para otro lado por orden de los gobiernos. De hecho lo siguen haciendo en gran parte a pesar de la corrupción imperante en todo el sistema político español. La corrupción supura por todos los poros del Leviatán. Y los responsables son conocidos por muchos. Tienen nombres y apellidos.
Si comparamos la vía catalana con la vía vasca, está claro que la primera ha sido más metodológica y más inteligente. Aunque el PNV no se queda atrás en maldad, corrupción y mezquindad. Los separatistas catalanes daban apretones de manos con sonrisas falsas mientras sus bolsillos se llenaban (caso de Terra Lliure aparte). Los separatistas vascos apretaban gatillos y hacían volar vehículos y edificios. En ambos se imponía una ley del silencio. La primera por complicidad económica (la corrupción vertical); la segunda por miedo a ser el siguiente en poner la nuca no de manera voluntaria.
En ambas vías el totalitarismo se vistió de una falsa pluralidad, más evidente esto en Cataluña —donde ha habido más combate político— que en Vascongadas. Los beneficios alcanzados por sendos e injustos Estatutos de Autonomía les permitía dirigir el territorio como un clan mafioso. O a su manera, o puerta. Control de colegios profesionales, control de medios de comunicación, control de asociaciones culturales y deportivas, control de la educación, control de la sanidad, control de las iglesias, control de las herramientas culturales, control de la política… en definitiva: control de todo. Y esto es precisamente el totalitarismo. La creación de una atmósfera irrespirable para el que piensa diferente, la conversión de la ciudadanía en zombis que responden a estímulos básicos. Las técnicas ya se probaron en la Alemania nazi y en la esfera soviética, de hecho algunos partidos como ERC y PNV estaban encantados en su momento con el racismo darwinista alemán por considerarlo un apoyo moral y político a su racismo antiespañol que muchos niegan. Quien dude de esto que bucee en la historia de los años 30, verán qué risa. Una pista: Joventuts d’Estat Català de ERC.
El proceso de ruptura de legalidad es obvio. Los catalanes abrieron paso con la declaración unilateral de independencia (golpe de Estado en toda regla); los vascos aprendieron y se han sumado al carro de manos del condenado por terrorismo Otegi. Para ser honestos, no se podían haber sumado a ningún carro de no ser porque está Pedro Sánchez en Moncloa. Nunca antes lo han tenido tan cerca por la vía legal y el presidente, que sabe que depende de ellos, obedece o cumple.
El PSOE, partido golpista y corrupto donde los haya, ha iniciado el procés en todo el territorio español. A saber: la subversión del Estado a través del Estado de Derecho. Deconstruir el Estado-nación histórico español, corromper el Estado hasta la médula, hacerse con todos los resortes de poder, controlar medios de comunicación, acosar a la justicia, controlar la educación, etc.
En Vascongadas y Cataluña se impuso la ley del silencio por activa o por pasiva. Ellos ahora pretenden hacer lo mismo a nivel nacional. Para eso, la izquierda antiespañola y los socialdemócratas antiespañoles (verbigracia: Ciudadanos y Partido Popular) aprobaron leyes de delitos de odio con el fin de implantar una nada sutil y evidente censura sobre el disidente y el que ose pensar diferente. Ellos son ahora los poseedores de la verdad y los representantes de la democracia. Ellos son los dictadores del bien y del mal (nunca mejor dicho).
Suelo comparar la situación actual a lo acontecido en los años 30 antes de la Guerra Civil. Socialistas, comunistas y separatistas por un lado (en su momento sovietizados, hoy al servicio de la esfera anglosajona-bruseliense); en el otro, una derecha incapaz de dar la batalla o acobardada frente al rodillo ideológico de los otros (véase la CEDA). La sociedad polarizada, el Frente Popular 2.0 al poder, acoso por pensar diferente a lo establecido, acoso por ser cristiano, crisis económica y destrucción de la producción en nombre de la justicia social. La gran diferencia es que en aquellos años la gente sabía reconocer al adversario y a los amigos. Hoy, con unos medios de comunicación nunca antes vistos y controlados a través de cheques con muchos ceros, se confunde a propósito a los amigos con adversarios y viceversa. Hoy, los etarras son hombres de paz. Hoy, claudicar frente al separatismo es «construir convivencia». Hoy, destruir la unidad de España es hacer democracia. Hoy, destruir la familia es proteger la familia. Hoy, subir impuestos es proteger el bolsillo de los trabajadores. La guerra contra la población es total. Eso es el procés: lavar el cerebro de una población, utilizar las instituciones contra los propios ciudadanos, violar los derechos de una parte del país. Tenía razón Alfonso Guerra cuando dijo eso de que «a España no la va a conocer ni la madre que la parió».
Lo que estamos viviendo en los últimos meses en el Parlamento español no es fortuito. Es una estrategia de aislamiento del disidente. En este caso el único que respira por su propio pulmón es VOX. Se les puede llamar (a ellos y a sus votantes) «fascistas», «nazis», «ultraderechistas», «ultracatólicos», «machistas», «asesinos», «xenófobos», «homófobos», «tránsfobos»… pero tú a ellos no puedes llamarles «filoetarras» o hacer referencia a la posición de una ministra por sus relaciones con Pablo Iglesias.
No es el qué, es el quién. O se entiende esto o lo tendrán todo ganado. Hay que empezar a llamar a las cosas por su nombre. Que cunda el ejemplo de Patricia Rueda.