«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
amenaza la supervivencia de su identidad

Gentrificación: la punta de lanza del globalismo que pone a los barrios en peligro de extinción

Desarrollo de las obras de la Operación Canalejas. Alejandro Cuevas. 2014

Dos meses de adelanto, un mes de agencia, un mes de fianza, otro de reserva y el corriente. No es exagerado encontrarse ante un desembolso semejante en la búsqueda de piso en Madrid. Si alquilar era antes la solución barata ante la imposibilidad de poder ser propietario, hoy sigue siendo la alternativa –visto que los precios de compra no bajan– pero dista ya de ser barata.

Con todo, encontrar un piso en alquiler en Madrid no es ninguna odisea. Sí lo es que el piso se alquile por años o meses, y no por noches. Si en 2017 Madrid contaba con una oferta en Airbnb, la plataforma digital más reconocida del sector, de 3.023 pisos en el distrito Centro, hoy son ya 6.896. En apenas cinco años, el número de pisos dirigidos al alquiler turístico temporal se ha visto incrementado casi un 45%. 

Como es natural, un cambio de este calibre tiene una reacción consecuente no sólo en los precios de los alquileres, que siguen subiendo desde los mínimos de abril, mayo y junio de 2021 (16,20 euros/m2 en el distrito Centro) fruto de la indeseada pandemia, sino en muchos otros aspectos no tan medibles de forma cuantitativa, pero fácilmente apreciables en un corto paseo por el distrito. En diciembre de 2022, el precio medio por metro cuadrado en el centro de Madrid era de 20,30 euros, muy superior al anterior máximo histórico de 18,80 euros del mismo mes de 2008, annus horribilis de la economía española. 

La fachada trasera de la gentrificación 

Porque en un paseo por el centro de Madrid uno puede percibir el problema si abre los ojos. Aquel bloque de pisos ahora está inundado de apartamentos reformados destinados a alquiler turístico. Aquella librería de la esquina, junto con el edificio, es el nuevo y flamante buque insignia de una marca de ropa ya no tan barata. Aquel cine también es ahora una tienda de ropa. Y aquel otro, también. Al final, incluso en una ciudad arquitecturalmente tan rica como Madrid, es fácil percatarse de que el mismo modelo se repite una y otra vez, y que nuestras calles parecen copias de aquellas construidas en Estados Unidos, dentro de centros comerciales boutique, a imitación del encanto de la Vieja Europa.

Y es que hay un Madrid que es cada vez más decorado y menos Madrid. Es más para otros y menos para nosotros. Construido sobre las ruinas castizas del distrito centro de la capital, un nuevo modelo unifica nuestros barrios y extirpa su personalidad, su historia y los centenarios usos vecinales. Las plazas ya no son salones, ni siquiera paseos, son pasos agigantados que la cruzan rápido. No hay lugar a detenerse. Las calles están abarrotadas, pero no de vecinos, sino de visitantes. 

El distrito Centro soporta el 52% de todos los apartamentos dedicados al alquiler turístico en la ciudad de Madrid (los mencionados 6.896 del total de 13.251). Pero mientras la ciudad de Madrid se extiende por 604,3 kilómetros cuadrados, el distrito Centro apenas ocupa 5,23 –el 1% del total de la ciudad–. Un peso tan grande para un distrito tan pequeño provoca efectos del todo indeseables. 

La gentrificación es un arma de doble filo: una bonita rosa para el visitante ocasional y el turista cuyas espinas son letales para el vecino. Si bien el aumento de la inversión en el distrito Centro ha mejorado en muchos aspectos la vida de sus habitantes, con mayores instalaciones, mejores accesos, rehabilitaciones y reformas sobre reformas; la concentración del disfrute de los espacios en las manos de unos pocos ha ocasionado que el vecino de a pie se halle ahora ajeno a su propio barrio. Edificios antaño abandonados hoy presentan preciosas fachadas. Pero son eso: fachadas. Porque el habitante de la calle, el vecino… no tiene acceso a su interior. 

Vecino de un distrito que, por otra parte, está cada vez más envejecido: la proporción de jóvenes en el Centro es de 7,36% (10,1% en 2005; 9,2% en 2013), la menor de toda la ciudad de Madrid; mientras que las de envejecimiento y sobreenvejecimiento son del 15,69% y del 31,42%, respectivamente. Sólo el 9% de la población residente es menor a 19 años. El número de niños es un buen indicador de la salud y vitalidad de un barrio: en el centro, apenas hay 9.600 menores de 15 años. No en vano, la edad promedio del habitante del distrito es de 43,99 años. Y aunque el Centro gana habitantes, lo hace a costa del saldo migratorio y a pesar de la tasa negativa de movilidad intramunicipal (-15,62%), ya que el crecimiento vegetativo negativo provoca que haya un exceso de 203 muertes anuales sobre la cifra de nacimientos. De hecho, el 36,2% de los vecinos del distrito no nacieron en España. 

Además, casi uno de cada dos vecinos del Centro de la capital vive solo: el 48% de las viviendas están ocupadas por una sola persona. Y otro dato demoledor: apenas el 24% de los hogares se compone de tres personas o más. Gentrificación, envejecimiento, turistificación, pérdida poblacional y encarecimiento van siempre de la mano. Es la cara menos amable de este proceso de las grandes urbes. 

La solución maniqueísta

Como con cualquier problema multicausal, resulta difícil aducir qué conduce a la gentrificación, y en qué medida, ya que no todas las relaciones son simétricas ni directas. Es más complejo, más holístico, un aspecto en el que precisamente Madrid siempre ha estado necesitada. Se trata también de un asunto en el que resulta demasiado sencillo adoptar un tono derrotista o maniqueo, que acaso oculte, por una parte, nuestra renuncia a actuar o, por la otra, cierta rabia clasista del que, queriendo y no pudiendo, prefiere que nadie pueda. Y la criminalización del propietario es fácil, pero no es solución. 

Cierto es que hay casos que claman al cielo, y desgraciadamente se oyen con más frecuencia de la que deberían: tu propietario te llama y te dice que se ve obligado a subirte el alquiler por el incremento de los precios. Por suerte para el inquilino, la subida del alquiler está limitada al 2% anual, pero el arrendador, ante la negativa del arrendatario, tiene una salida, deshonesta pero salida: «Necesito el piso porque mi hija ha terminado la carrera y va a venirse a vivir a Madrid». El inquilino tiene dos opciones: o bien ceder y pactar una subida de precios abusiva, o dejar el piso, comenzar una nueva misión imposible y comprobar que su antiguo hogar vuelve a estar en los portales de alquiler a los dos meses. Eso sí, con un precio en mucho superior.

Propietario chico y propietario grande

Malos usos y abusos aparte, es natural que un pequeño tenedor quiera sacar rendimiento a su inmueble. Desde luego, no se le puede culpar por querer mantener su nivel de vida ante un horizonte de inflación persistente. Si el transportista o el vendedor reflejan la subida de los precios, ¿por qué el propietario no podría hacerlo? 

Podría argumentarse que plataformas como Airbnb son simples herramientas, como portales como Idealista, que los propietarios pueden emplear para encontrar inquilinos. Y se puede emplear, pero no se emplea: en Airbnb, el 93,5% de los apartamentos se ofertan para estancias cortas. Apenas el 6,5% está disponible para estancias de más de 30 días. 

Pero a quien sí se puede culpar es al que no sube el alquiler para vivir, sino para aprovechar y exprimir un poquito más. La acumulación de poder inmobiliario es un peligro para una sociedad democrática, porque impide la convivencia de los muchos para el beneficio de los pocos. Con todo, es cierto que el gran tenedor invierte en poner a punto de ese parque de pisos, cuyas reformas son generalmente demasiado costosas para el particular, pero yerra a su responsabilidad social con su destino. 

Siguiendo su perspectiva empresarial, tras un importante desembolso de compra y reforma, el gran propietario no se preocupa del vecino, sino de su bolsillo: es más rentable, sin duda, destinar su inmueble al alquiler turístico temporal que a uno de larga estancia. Es lo natural, pero también lo es que el dirigente vele por el bien social, garantizando el derecho de sus ciudadanos a la vivienda. En Airbnb, el precio medio por noche en el centro de Madrid en los últimos doce meses es de 180 euros. Teniendo en cuenta el precio medio por metro cuadrado del distrito (20,30 euros), el alquiler de un piso de 50 metros cuadrados destinado a uso residencial rondaría los 1015 €. Es decir, cinco noches de alquiler turístico. 

En Inside Airbnb podemos contabilizar fácilmente la influencia real de los grandes propietarios: en el distrito Centro, el 66,5% de los anfitriones de Airbnb ofertan más de un piso en la plataforma. De hecho, el 48% de esos anfitriones disponen de más de diez inmuebles (el 32% del parque total). Tan sólo uno de cada tres arrendadores dedica un único piso al alquiler turístico.

La solución realista

Los datos no mienten, y en Madrid demuestran que la ciudad tiene mucho que perder si esta tendencia prosigue su imparable avance. Sin criminalizar al turista o al propietario, las autoridades (Comunidad y Ayuntamiento) tienen que reconocer este problema y atajarlo con celeridad, por el bien de los ciudadanos. La buena noticia es que hay mucho por hacer. Sin caer en el populismo ni en medidas absurdas, es muy posible limitar esta corriente, aunque ya sea imposible revertir mucho del daño causado.

En primer lugar, evitando de forma tajante la adquisición de bienes inmuebles con fines puramente especulativos, de forma especial y específica en distritos clave, como es el caso del Centro de Madrid o de los centros históricos de otras grandes ciudades. La introducción de un periodo de tiempo de residencia obligada, o de imposibilidad de destinar el inmueble al alquiler turístico temporal, puede aminorar el problema y evitarlo en el futuro. El gran tenedor se lo pensará dos veces antes de adquirir una nueva propiedad de la que no pueda sacar rendimientos en, quizás, cinco años. 

En segundo lugar, dificultando la compra a extranjeros, empresas o grandes propietarios. Este aspecto, además, se relaciona en gran parte con muchas otras de las causas de la gentrificación, como son el arraigo a la ciudad, la pertenencia al medio, el respeto al patrimonio, la estima a la memoria, la consideración con los vecinos y el entorno, etc. En última instancia, y por qué no decirlo, se trata también de una medida en línea con la defensa de la soberanía sobre el suelo.

En tercer lugar, fomentando el alquiler, mediante un incremento de la oferta y mediante una simplificación del modelo. Actualmente el distrito Centro soporta un peso excesivo del parque de apartamentos turísticos, y es natural dado a su gran riqueza patrimonial, artística, e histórico-cultural, pero el fomento de turismos alejados del modelo tradicional puede redundar en un mayor reparto del impacto económico que esta importante industria deja en la capital. Una descentralización del modelo turístico madrileño provocará una mayor dinamización en otros distritos, y daría un respiro para los vecinos del distrito Centro.

En último lugar, concienciando. De nada serviría limitar al extranjero para porfiar el nacional en la misma mala praxis. La recuperación de nuestros barrios no pasa solo por recuperar su patrimonio material y conservarlo, como una antigüedad en un museo, sino en democratizar su disfrute, acercándolo a la ciudadanía, poniéndolo a su servicio y haciendo al vecino sentirse parte del todo y, por tanto, copropietario y responsable. Proyectos de recuperación como el de la estación de metro de Gran Vía, por mencionar un caso más sonado y reciente, son buenos ejemplos de cómo una reforma puede mejorar la calidad de vida del residente, el acceso al turista y al mismo tiempo poner en valor una conciencia histórica y una memoria compartida. Afortunadamente, en Madrid existen muchos casos de recuperación de espacios para el público, que verdaderamente han llegado a revitalizar y dinamizar barrios enteros. Pero existen, también, demasiados ejemplos de apropiación del espacio de todos para unos pocos. 

Se trata, en última instancia, de decidir qué Madrid queremos tener: el de todos o el de unos pocos. El compartido y común del arraigo, o el excluyente, de pasos dados deprisa y sólo fachada. Ningún madrileño que se precie de serlo busca impedir el disfrute de un destino como Madrid a los turistas o visitantes; su deseo es compartir su ciudad, pero sin que ello conlleve perder su identidad.

TEMAS |
+ en
.
Fondo newsletter