Juan Pablo Mucci es profesor de Comunicación en Argentina y aborda, desde la distancia física y la proximidad emocional (vivió durante diez años en España), el problema separatista desatado en Cataluña. A su juicio, el Art.155 es «un parche». La clave estaría en el Art.27, esto es, en la competencia de Educación
Españoles, Franco ha muerto hace 42 años.
Desde entonces se han reconocido a “regiones y nacionalidades” y a “las demás lenguas españolas”. Se ha descentralizado la gestión política, económica, cultural y educativa. Han empoderado a las culturas nacionales en un nivel pocas veces visto en Europa. Pero… algo falta.
Ranko Bugarski, conocedor de secesiones y filología, criticó al monolingüismo como parte del nacionalismo romántico de siglo XIX y lo hizo desde una lógica integradora del eslavismo sureño, pero lo pensó para toda Europa. El pensador veía artificial asociar una nación a una sola lengua, justamente una de las premisas de las que parte el nacionalismo catalán. La clave para este pensador es asimilar, de una sagrada vez, que la divergencia no implica ruptura. En esa dirección ha ido España estas cuatro décadas. Doble movimiento mismidad/diferenciación. Aún así, no se los ve conformes.
Hablemos de lenguas. Habiendo sido impuesto en procesos colonialistas en otro tiempo y lugar, es justo decir que hoy, si una lengua está en retroceso en Cataluña, es el español. Al punto que en el sistema educativo público catalán el español es lengua oficial pero tiene carga horaria de lengua extranjera. Algo extraordinario, pero aceptado como normal por espiral de silencio. España, esta España, ha reconocido lenguas y les ha dado institucionalidad. Lo que por ejemplo Italia o Francia ni bosquejan. Mientras un italiano habla dialetto calabrese -una lengua romance más con el mismo valor que el catalán- lo hace con el derecho de quien vive a través de la lengua de sus ancestros, pero sin soporte del Estado. Nació lactando el calabrés, pero irá a la escuela, lo casarán y su acta de defunción estará escrita en italiano. España supo estar un paso adelante al reconocer la diferencia en la unidad. Pero, ya lo vemos, no es suficiente.
La comunicación y la ‘inacción’ del Estado
Ahora analicemos la comunicación. Fuimos espectadores de una revuelta espantadiza. La última escena es un gag. Muestra un antihéroe sin carisma, con una mueca por sonrisa, que sin entender por qué, se encuentra con un botón rojo. El público no sabe qué esperar ¿Sabrá lo que tiene entre manos? ¿Tiene peligro? ¿Lo detonará? No sabemos si es drama, comedia o tragedia. El director nos mantiene tensos. Y ahí va la independencia en pausa, que si, que no, tropezones, rewind, forward. Y… ¡BOOM!… se nos desvela, no sin alivio pero con bastante enojo, que era un simulacro. Sólo nos sobresalta una bocina tipo corneta y una nube de papel picado. Contrapunto, clown music, el personaje se aleja varavivado de poder. Ridículo y final.
Hija de ricos clasistas y pagesos conservadores, votada en secreto, con un pie en Bruselas y el otro embarrado en la disculpa de la declaración simbólica, no se ha visto “revolución” más aprensiva en la historia. En términos comunicacionales regalaba flancos. Muchos. Empezando por su legitimidad. Aún así, el espacio que ha ocupado en la agenda de la prensa mundial desde el 1-O hasta la DUI ha sido el que la comunicación catalana había planeado: víctimas, nosotros los oprimidos y victimarios, el Estado invasor.
Cabe aquí identificar un doble dispositivo de construcción de sentido: el nosotros es sinecdóquico (“independentismo” por “catalanes”) y paralelo a ello, la relación con España es siempre una falsa dialéctica (mutuamente excluyente, ellos-/de- fuera, nosotros-de- dentro)
Los sucesivos gobiernos catalanes han sabido construir poder. Lo que es también decir, han sabido fundar la realidad entendida como experiencia colectiva a partir de los marcos normativos, el currículum educativo y los medios de comunicación. Basta ver la inacción del gobierno español en construir otro relato en los medios internacionales. Algunos medios digitales y las redes sociales se dedicaron a montar un quinto poder y a exponer lo desnudo que iba el rey, como pasó con Help Catalonia.
Pero la inteligencia comunicacional de los centros de poder españoles estuvo lenta de reflejos. Y si bien los apoyos que ha tenido la DUI, por ejemplo en Argentina, han sido marginales, uno se encuentra bastante con el “ya votaron y ganó la independencia” o “parece una dictadura”. Sin embargo, un solo espacio político pidió reconocer a “la nueva república”. Para mi sorpresa, fue el respetable trotskismo argentino. Es tan contradictorio el espectáculo que un internacionalismo de izquierda apoya una política clasista y de exaltación sangrepurista. Y es que, entiendo, hay matices que a la distancia se pierden en la búsqueda de la contradicción principal.
¿Cómo gestionar el problema separatista?
Ahora bien ¿Cómo saciar a la criatura? Alimentándola, se ha probado que no. Un nacionalismo jamás te invita a negociar, te instiga a ceder. Y como la identidad nacional es siempre una construcción, tal vez la clave sea recrearla y recriarla.
España tendrá que replantearse su deseo de seguir existiendo, en primer lugar. La ley, la escuela y los medios de comunicación son hijos de las relaciones de poder y tutores de la verdad. Como agentes normalizadores, construyen realidad. En esos tres ámbitos debe interesarse el Estado. Pero sobre todo y exhaustivamente en los niveles formativos. No desde un españolismo antiguo sino progresista. Poniéndose a la vanguardia del reconocimiento y solidaridad con las minorías. Evitando la nostalgia del nacionalismo centralista. En un país plural, cada punto es un centro.
Por lo tanto, tal vez sería útil revisar las prescripciones y controles del sistema educativo. Conseguiría abrir las arterias de la cultura común a través del fortalecimiento del español para lograr la precitada doble tendencia de unión en la diversidad. España está en el derecho de reconstruir su medio ambiente colectivo. Acaso sea momento de volver a insuflar aire a través de políticas educativas prescriptivas y nacionales. Sin retroceder al modelo opresivo y de “lenguas menores”, sin adoctrinar, solo hacer valer la lengua de todo un pueblo en paralelo al precitado reconocimiento de su naturaleza plurilinguística.
Artículos 155 y 27 de la Constitución
Lo más interesante es que tal vez lo anterior esté contenido, en espíritu, en su Carta Magna. Luego de tanta fama, el 155 no deja de ser un parche. Desde su misma enunciación. Empieza con un “Si…(tal cosa no se cumpliere)”. Es decir es un condicional hipotético de incumplimiento. Por definición es circunstancial y piensa en cortos plazos. Hablemos, pues, de futuro.
Pongo en relieve el artículo 27 de la Constitución Española. Este segmento hace referencia a la educación. De sus leyes y reglamentos derivados dependen otros derechos proclamados.
El acceso al trabajo, a la vivienda digna, a la cultura, vienen de la mano de la educación. Luego, sólo es posible que el castellano sea la lengua de un Estado (art.3) y que se cumplan los deberes y derechos de todos los sectores afectados en tanto funcione el control y la homologación del sistema educativo conforme a ley suprema (arts. 27.5 y 27.8).
Planificar la batalla cultural que viene es estratégico. De ello dependerá el perímetro futuro de España. Y aún más importante, la hondura de su democracia.
Juan Pablo Mucci Tellería es experto en Comunicación y ejerce la docencia en Mar del Plata, Argentina.