La unidad 1 de la central nuclear de Almaraz volverá a estar operativa este fin de semana después de 35,5 días de parada, necesarios para completar su trigésima recarga de combustible. Este proceso exhaustivo implica reemplazar un tercio de los elementos combustibles del reactor, lo que transforma el ambiente en la central con un aumento considerable de la actividad. Mientras el reactor 2 continúa en funcionamiento, alrededor de 1.200 trabajadores adicionales, principalmente de la zona, se han unido al equipo habitual de 800 empleados para realizar cerca de 11.000 órdenes de trabajo, según adelanta Libremercado.
Antonio Calero, jefe de Soporte Técnico, explica que durante estos días se gestionan 1.600 entradas diarias en la zona controlada del reactor, se lavan 3.000 kilos de ropa cada día, se montan unos 2.000 andamios y se acumulan 500.000 horas de trabajo. Este incremento en la actividad es evidente, desde el constante movimiento en el edificio de las turbinas hasta los altavoces del aparcamiento que no paran de sonar. Todo se planifica y revisa detalladamente en reuniones diarias para asegurar que cada tarea se ejecute de forma precisa y segura.
La recarga incluye tanto la renovación del combustible como una inspección y limpieza exhaustiva de los equipos. Robots realizan la inspección de los generadores de vapor y de la vasija del reactor, lo que asegura un monitoreo riguroso de los elementos clave. Este año, se proyecta que sea la penúltima recarga de la unidad 1, que tiene programado su cierre en octubre de 2027, seguido del reactor 2 en 2028.
Una de las escenas más impactantes ocurre junto a la piscina de combustible, donde técnicos de ENUSA inspeccionan con robots el material gastado. En este espacio, el combustible irradiado se almacena en celdas bajo el agua, lo que proporciona un blindaje natural mientras se enfría durante al menos cinco años. Alrededor de la piscina, los trabajadores y visitantes, equipados con la indumentaria obligatoria, observan un proceso casi secreto en el que se traza un «mapa» del combustible gastado, que eventualmente será trasladado a un almacén temporal dentro de la central.
El edificio de contención, una robusta estructura de hormigón de 1,40 metros de grosor, simboliza la fortaleza de la instalación. Su puerta de acero se asemeja a una esclusa submarina, y en su interior, unas escaleras conducen a la cúpula a 14 metros de altura, donde están los generadores de vapor, la tapa de la vasija del reactor, las barras de control y la grúa polar que permite levantar la tapa del reactor. Esta área, diseñada para soportar más de once veces la presión atmosférica, es donde se convierte el calor de la fisión en electricidad. El agua del circuito primario alcanza los 307 grados y transfiere el calor a un circuito secundario, donde se convierte en vapor que acciona las turbinas.
Con cada recarga, la central genera un importante impulso económico en la región, beneficiando al comercio y la hostelería. Muchas familias locales dependen de estos empleos de alta calidad, que podrían desaparecer con el cierre de la planta, una perspectiva que Calero subraya al recordar el «efecto tractor» que esta actividad tiene en diversas industrias españolas.