«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
El socialista cree que España está a su servicio

Por qué Pedro Sánchez es peor que Carlos II «el Hechizado»

El secretario de Organización del Partido Socialista, Santos Cerdán y el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, reciben a la portavoz de EH Bildu en el Congreso de los Diputados, Mertxe Aizpurua y al senador de EH Bildu Gorka Elejabarrieta. Europa Press

¿Sustos en la noche de Halloween causados por niños disfrazados de fantasmas o de vampiros? Para susto el que el 1 de noviembre de 1700, fiesta de Todos los Santos, le dieron en el Alcázar Real de Madrid al embajador del emperador Leopoldo I.

Acababa de morir Carlos II, apodado «el Hechizado», sin descendencia. Del dormitorio donde yacía el débil cuerpo aún caliente del último de los Austrias salió el anciano duque de Abrantes, conocido francófilo. En la antecámara aguardaban expectantes los cortesanos y los embajadores. Sin mirar al embajador francés, el duque se dirigió al austriaco, el conde de Harrach, le abrazó y, cuando todo el mundo tomaba el gesto como una felicitación, le dijo las siguientes palabras: «Con la mayor alegría de mi vida, despido en vos a la Augusta Casa de Austria».

Hace 323 años, el rey Carlos II murió y con él se extinguió en España la dinastía más leal a la Iglesia católica. Su lugar lo ocupó la Casa de Borbón después de una larga guerra causada por la soberbia y la torpeza de Luis XIV, que había ofrecido a los demás gobernantes europeos, incluida la rama germana de los Austria, repartirse España y su imperio cuando se produjera el fallecimiento de Carlos II.

El testamento del Rey

Este monarca nació en 1661, hijo de Felipe IV y de la archiduquesa Mariana de Austria, y empezó su reinado en 1665. Aunque el rey casó dos veces, no fue capaz de engendrar hijos y se planteó el problema de la sucesión. Un sector de la corte defendía que la decisión correspondiese a unas Cortes convocadas para ello y otro, el triunfador, que fuese prerrogativa del monarca. Los embajadores de Leopoldo I y de Luis XIV de Francia (hijo de una infanta española) pugnaban por los derechos de sus señores.

1700 mostró la decadencia de Carlos, que no había cumplido los 40 años. La Gaceta de Madrid, periódico de la corte, anunció que el soberano había otorgado testamento el 2 de octubre. A pesar de la fama de indiscretos de los españoles, nada se supo de su contenido.

Carlos II se pronunció así en su célebre testamento: «Arreglándome a dichas leyes, declaro ser mi sucesor, en caso de que Dios me lleve sin dejar hijos, al Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal le llamo a la sucesión de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos».

Tanto el rey como sus consejeros más íntimos, entre los que destacó el cardenal Portocarrero, arzobispo de Toledo, optaron por un Borbón porque creían que era la mejor manera de mantener la integridad de España y de todos los demás reinos de la Monarquía. Luis XIV pasaba de esta manera de ser el mayor enemigo de España a su principal aliado.

Luego Felipe V apartó a Portocarrero y lo desterró de Madrid a Toledo, donde murió en 1709. El cardenal fue el primer español víctima del borboneo.

Estéril, narigudo… y patriota

Las potencias europeas no aceptaron la sucesión pacífica fijada en el testamento y apoyaron la reclamación del archiduque Carlos, hijo de Leopoldo, que prometió pedazos de la Monarquía Hispánica a sus aliados. Unidas por vez primera las viejas enemigas España y Francia, se enfrentaron durante más de diez años al Imperio, Inglaterra, Holanda, Portugal y Prusia.

La guerra concluyó con el Tratado de Utrecht, en el que el rey de España tuvo que reconocer la conquista de Gibraltar y Menorca por el Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda; y el reparto de sus otras provincias europeas en Italia y Flandes entre los vencedores.

A Carlos II se le pone en la historiografía española como ejemplo de monarca abúlico, incapaz y retrasado. Su esterilidad y su fealdad, innegable en los retratos, han contribuido a su desprestigio. Pero fue un patriota (cuando los historiadores académicos nos aseguran que España aún no existía) y procuró el bien de sus súbditos y la pervivencia de su corona.

Carlos testó a favor de un nieto de su mayor enemigo con la condición de que el duque de Anjou, futuro Felipe V, mantuviera íntegros los territorios que formaban parte de la monarquía. Su sucesor, el primer Borbón, trató varias veces de recuperar lo arrebatado en Utrecht. Él y su hijo Carlos III sitiaron Gibraltar y atacaron Menorca. Sólo la isla balear volvió a España y lo hizo en 1802.

Apuesto, socialista… y antiespañol

Si comparamos el patriotismo del deforme Carlos de Austria con el del apuesto Pedro Sánchez, el socialista cae derrotado. Para este último España está a su servicio. Lo reconoció el pasado sábado ante sus cortesanos del comité federal de su partido: o sigue cediendo al chantaje de los partidos separatistas o no continuará como presidente del Gobierno, y va a ceder.

Delante de un auditorio que no le iba a abuchear, defendió la amnistía a los golpistas condenados y huidos, cuya constitucionalidad había negado antes de las elecciones generales, como «condición para que pueda haber un Gobierno de progreso (sic) y para evitar un Gobierno de la derecha y la ultraderecha». ¡Como si VOX y el PP hubieran liberado a violadores y cambiado el Código Penal para complacer a sus aliados!

Sánchez aparece como el creador de Derecho en España, como un dictador alemán del siglo XX.

Uno de sus mandados, Santos Cerdán, secretario general del PSOE, se trasladó el pasado lunes a Bruselas para ser recibido por el huido Carles Puigdemont. Éste le sentó delante de una fotografía que ensalzaba la rebelión de 2017.

Carlos II nunca cayó tan bajo como el socialista republicano Sánchez. Y seguramente tampoco lo hizo Fernando VII. Una cosa es rebajarse ante Napoleón en la cima de su gloria y su poder, ¿pero hacerlo ante Puigdemont, un golpista y un cobarde que huyó en un maletero?

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