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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¡A por ellos! La respuesta de los vascos tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco

‘Era el momento de ir a por ellos. Antes, cuando pasó, después y ahora’. Son palabras de Consuelo Garrido, madre de Miguel Ángel Blanco.

El espíritu de Ermua tomó España. Los ciudadanos, de manera espontánea, se concentraron entre los días 10 y 12 de julio de 1997 en solidaridad con el edil popular secuestrado y posteriormente asesinado por ETA. Las calles de toda España estaban repletas de gente, todos unidos en señal de repulsa a la barbarie de los terroristas vascos, esa misma que algunos se empeñan ahora en borrar o suavizar.
Pero no todo fueron manos blancas señalando al cielo. Hubo lugares, los más castigados por la sanguinaria banda, donde las palabras de esa madre desgarrada calaron hondo.

‘Sí, sí, sí, lo vamos a vengar’. La sociedad vasca despertó, dijo basta. El rastro de sangre de la banda terrorista teñía las calles de los pueblos, la ira terminó por apoderarse de los vecinos y, lo más importante, la sonrisa cómplice de aquellos que jaleaban a ETA obtuvo una merecida respuesta.
La explosión de indignación y furia incendió herriko tabernas, sedes de HB, provocó peleas, enfrentamientos, concentraciones masivas… La sede social-bar de batasuna en Ermua ardió. La localidad natal de Miguel ángel Blanco se encaró con Batasuna, el brazo político de la banda terrorista que acababa de asesinar a su concejal.
En ese mismo lugar, un día después del crimen, ciudadanos se enfrentaron a jóvenes de Jarrai que se habían acercado a reventar una protesta por el atentado. La Ertzaintza tuvo que intervenir, la masa se comía a los abertzales. ¿Qué pintaban ahí? Provocar. Una furgoneta policial tuvo que evacuar a los cachorros de HB para evitar que el conflicto llegara a mayores. Estas imágenes, compartidas por las redes sociales, atestiguan lo ocurrido en esos días, cómo la vida de un joven concejal y las lágrimas desesperadas de una madre levantaron a todo un pueblo.
El clima de indignación se propagó por más localidades, e incluso comunidades autónomas. El País informaba el 14 de julio sobre el ingreso en hospitales de Pamplona de 18 proetarras. El casco antiguo de la capital navarra se convirtió en una auténtica batalla campal. »Cientos de jóvenes enfurecidos intentaron linchar a provocadores de Herri Batasuna -incendiaron los pañuelos depositados en señal de protesta en la fachada del Ayuntamiento- , y asaltar la sede central del brazo político de ETA en Pamplona», publicaba el diario.
Los pamplonicas, miles de ellos, salieron a la calle a pedir la suspensión de la celebración de Sanfermines. »Cientos de pamploneses hicieron frente a los provocadores y se enzarzaron en multitudinarias peleas callejeras’‘, relataban. Las marchas, por esos días, no tenían fin. Los ciudadanos se pasaban la noche en vela condenando el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Pero los ‘batasunos’ tampoco descansaban. Tras el incendio que provocaron en el Ayuntamiento, tuvieron la osadía de protagonizar una manifestación proetarra. La respuesta fue mayúscula y tuvo que intervenir hasta la Policía Nacional.
Las reacciones llegaron hasta Miranda de Ebro (Burgos) donde hubo un asalto a la herriko taberna entre gritos de cientos de ciudadanos que jaleaban indignados: «ETA asesina!» y «¡Vascos sí, ETA no!», entre otras consignas. En Berriozar las llamas engulleron un local juvenil de abertzales y Lasarte, lugar en el que lo etarras abandonaron al concejal moribundo, fue escena de decenas de enfrentamientos.
Los vascos no cedieron al chantaje. Tras años de silencio, algunos incluso brindando un apoyo tácito a los terroristas, el asesinato de Miguel Ángel Blanco logró lo que nada ni nadie había conseguido hasta el momento, una respuesta contundente a la barbarie.
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