Pablo Casado ha sabido entender que la renuncia a defender principios y valores, la abstención en el debate de las ideas o el abandono de la controversia en el campo cultural, que el PP de Mariano Rajoy había establecido como regla de comportamiento, no sólo provocaba, unos comicios tras otros, la desafección de sus votantes, sino que dejaba al partido que pretende liderar la derecha española sin más proyecto que una gestión económica aseada. Escasos motivos para suscitar más entusiasmos que resignaciones. Por ello la Convención del PP del fin de semana pasado ha querido transmitir la idea del rearme ideológico como la nota más destacable en la nueva etapa del PP que inaugura Casado. Para algunos llega demasiado tarde, ya se han pasado con armas y bagaje a VOX, para otros no resulta creíble, cuando se conserva a líderes como Feijoo o Maroto, abiertamente partidarios de mantener el mismo perfil tibio que representaba Rajoy.
Pero se quiera creer o no en el cambio de rumbo que significa Casado, la sensación que trasmite el PP es que va por detrás de los acontecimientos. Tarde, mal y arrastras, que dirían los castizos. Más aún si nos centramos en su discurso ideológico, que no es capaz de evolucionar y sólo insiste, como gran alternativa a la insipidez del periodo de Rajoy, en los mismos leves postulados conservadores y liberales, que quizá serían muy válidos hace 40 años, pero que hoy aparecen insuficientes para dar respuestas a los retos de la sociedad del futuro. La Vieja Derecha no sólo sigue sin atreverse a cuestionar el modelo autonómico, la inmigración masiva o la ideología de género, no sólo proclama como lema la libertad sin impugnar en lo más mínimo un Estado cada día más burocrático, tributariamente abusivo y omnipresente, no solo duda entre si propugna un sistema fundado sobre la producción y el ahorro, o una economía basada en el consumo y la deuda, sino que es incapaz de elaborar o sostener una teoría política capaz de abordar las grandes cuestiones de fondo que la posmodernidad plantea.
No parece que en el PP sepan ir más allá de un análisis superficial de la realidad. Decir que la irrupción de Podemos y Ciudadanos constató el agotamiento del modelo político español basado en el bipartidismo clientelar es, a estas alturas, una perogrullada. Pero si somos capaces de coger un poco de altura para echar un vistazo al panorama político circundante podemos intuir que estamos asistiendo a la crisis del orden político que se instauró tras la Segunda Guerra Mundial. Habríamos creído, junto a Fucuyama, que la caída del Telón de Acero traería el fin de la historia de las ideas políticas y el triunfo inapelable del sistema capitalista en lo económico y la socialdemocracia en lo cultural. En el PP desde luego se lo han creído a pies juntillas. Pero sorpresivamente los europeos se han revuelto contra este statu quo. El primer aviso fue el rechazo francés a la Constitución europea que Giscard d’Estaing y el consenso capitalismo-socialdemocracia había preparado. El progresivo ascenso de lo que llaman populismos ha sido el siguiente aviso de que se barrunta un cambio de ciclo en Europa y de que el futuro político se decidirá entre lo que llaman una sociedad abierta, caracterizada por el relativismo, el individualismo y el mundialismo, frente a unas sociedades que pretenden salvaguardar su identidad, que creen en las comunidades naturales y en los vínculos de solidaridad como garantía de la dignidad de sus ciudadanos como personas.
En España, más interesante que Ciudadanos, un partido que ideológicamente no aporta novedad alguna y se adhiere a la defensa del consenso capitalista-socialdemócrata, fue la aparición de Podemos, un grupo político que recogía supuestamente las inquietudes de un movimiento ciudadano que estaba indignado con el sistema imperante. Desgraciadamente ha demostrado que está demasiado anclado en el pasado y que carece de altura intelectual suficiente para superar los prejuicios marxistas y ser algo más que una reedición de la ultraizquierda de siempre, adornada con alguna de las reflexiones sobre la democracia deliberativa de Habermas, pero en esencia petrificada en el pensamiento sesentayochista.
La novedad en el campo de las ideas políticas está fraguándose desde una Nueva Derecha que fuera del pensamiento progresista-liberal y neo-marxista, reivindica el arraigo, la familia, la nación, la jerarquía y el esfuerzo personal, pero a la vez cree en la solidaridad de la comunidad. VOX parece que está en sintonía con estas nuevas tendencias en el modo de interpretar la realidad, pero se enfrenta al reto de controlar un crecimiento en aluvión que puede extraviar lo verdaderamente actual de los planteamientos que esta Nueva Derecha ha puesto encima de la mesa como alternativa al consenso capitalista-socialdemócrata.
La tensión entre el modelo de sociedad atomizada en consumidores, las comunidades naturales y los modelos colectivistas. El reto del arraigo ante la aldea global. Repensar la relación entre Estado e individuo. El debate sobre multiculturalismo, heterogeneidad, homogeneidad cultural e identidad. La división entre las clases populares, las clases medias, cada día más depauperadas, y la gran burguesía mundialista. Las consecuencias de la fragmentación de la comunidad en minorías o de la necesidad de buscar un equilibrio entre el utilitarismo mercantilista y la ética social. El saneamiento del sistema prescindiendo del Estado de partidos, que, en vez de representar a la Nación soberana, cuida de las oligarquías a través de las redes clientelares financiadas con unos tributos cada día más extenuantes, son algunas de las cuestiones de fondo que están dentro de las reflexiones que presenta al público la Nueva Derecha, y sobre las que la Vieja Derecha aparece impotente y estéril. Mucha gente se ha cansado de los postulados neomarxistas y neocapitalistas, de más o menos Estado o mercado, y quieren más puntos cotidianos de referencia donde asirse, más contenidos donde buscar seguridades, más comunidad, más libertad, más valores morales y más justicia social. Desde luego el PP no parece estar en condiciones de ofrecer estas respuestas, lógicamente las miradas se vuelven hacía VOX.