Suena a poco, lo sĆ©, pero podrĆa marcar el principio del fin, o el fin del principio, en la hasta ahora arrolladora campaƱa de adoctrinamiento woke por parte de las grandes empresas de consumo. Desde luego, es la primera vez que la presión conservadora consigue una victoria asĆ: Alissa Heinerscheid, vicepresidente de marketing de la cervecera Anheuser-Busch, fabricante de Bud Light, la persona que tuvo la brillante idea de hacer de un presunto actor transgĆ©nero, Dylan Mulveny, su imagen de marca, estĆ” ya fuera.
Anheuser-Busch InBev ha adoptado la repentina decisión de cambiar de jefe de marketing de Bud Light solo tres semanas después de que la marca intentara posicionarse como el rey de las cervezas progres sirviéndose de influencers trans de TikTok.
Según la revista del gremio publicitario, Ad Age, Alissa Heinerscheid, vicepresidente de marketing de la cervecera, se ha tomado una baja. Bud Light confirma que la sustituirÔ Todd Allen, hasta hace poco vicepresidente de marketing global de Budweiser. Parece ser que contratar a un actor conocido por su imitación paródica de una quinceañera no es la estrategia de marketing mÔs eficaz para un producto destinado a camioneros y universitarios juerguistas.
La empresa parece haber escarmentado con la brutal caĆda de las ventas y no quiere repetir, asĆ que desde ahora, ha anunciado un portavoz de la compaƱĆa, los altos ejecutivos estudiarĆ”n con lupa las actividades de marketing de Bud Light.
Ha sido un error detrÔs de otro. Primero, hacer de Dylan Mulvaney, el mÔs paródico de los influencers trans, imagen de marca de una cerveza que le sienta como a un santo dos pistolas, toda la pinta de un insulto deliberado a su consumidor habitual. Para arreglarlo, nada mÔs estallar la polémica, en marzo, aparece en Twitter una entrevista a Heinerscheid, el prototipo de ejecutiva progre blanca, producto del sistema universitario norteamericano, sermoneando sobre la necesidad de alejar a Bud Light de la imagen de fiesteros de fraternidad universitaria completamente ajenos a la opinión ilustrada de los guerreros de la justicia social y la nueva «inclusividad».
La gracia costó a la empresa mÔs de 6 mil millones de dólares en capitalización de mercado y un boicot a nivel nacional que, por primera vez en mucho tiempo, logra doblarle el brazo al capitalismo woke.
Puede parecer poco, repito, pero los viajes mĆ”s largos empiezan siempre con un paso. Y, en este caso, tiene el mĆ©rito de ser la primera vez que la opinión conservadora logra usar su fuerza de mercado para echar para atrĆ”s la enĆ©sima iniciativa empresarial para avanzar la normalización de la distopĆa progre.