Las elecciones de EEUU humillaron al mainstream mediático de forma abrumadora. Los reyes de la opinión pública estaban más desnudos de lo que pensábamos y el público se los señaló haciendo caso omiso de todo lo que decían y publicaban. Los principales medios de comunicación de Estados Unidos dieron a Biden un apoyo acrítico, fingiendo demencia frente a su demencia, como lo habían hecho antes frente a sus escándalos familiares y a su gestión ruinosa. Cuando la casta demócrata se deshizo de Biden, los medios comenzaron a alabar acríticamente a Kamala. No exigieron una conferencia de prensa, ni una rendición de cuentas respecto del gobierno del que era parte. Para Kamala, la cobertura de la campaña fue positiva en un 78%; mientras que para Trump, fue negativa en un 85%. El 96% de las donaciones de periodistas para la campaña presidencial fue para Kamala. Las universidades y asociaciones de periodistas lograron lo imposible, vaciar la profesión de profesionales republicanos. Pero algo salió mal, X.
El periodismo no fue el único inclinando la cancha y pisoteando toda pretensión de imparcialidad. El sesgo a favor de Kamala se vio en las encuestadoras, en el mundo del espectáculo, en la academia y en la inmensa mayoría del ámbito corporativo, así como en los políticos del mundo, incluyendo a muchos que son miembros de los gobiernos. La victoria de Trump significó para el aparato de poder fáctico y simbólico una derrota global. Todos debieron hacer una autocrítica, enfocada a una reflexión profunda respecto de sus prejuicios y dogmas, o por lo menos revisar su fallida estrategia. Las redacciones deberían haber pensado en replantear esa política de pensamiento único, ese conformismo hegemónico que los había cegado. Pero no. Eligieron en su lugar buscar un culpable, alguien a quien adjudicar la responsabilidad por sus fracasos. Ese hombre fue Musk.
Elon Musk es el malo perfecto para el progresismo, es varón, blanco y heterosexual. Es rico, pero del tipo de ricos que no le gustan a la izquierda, es un empresario que triunfa en la actividad privada. A la izquierda le gustan los ricos como Cristina Kirchner, como Zapatero o Pablo Iglesias, como Biden, como Lula, como Maduro; esos ricos que nadan en dinero sin haber pasado jamás por la actividad privada, alimentados exclusivamente a base de fondos públicos. Pero los ricos como Amancio Ortega o Galperín, esos son odiados. Y Musk es el más importante de ellos. Así que fue Musk el tótem que eligieron para culpar por su fracaso y de paso ahorrarse la muy necesaria autocrítica. Y para hacerlo pagar eligieron a su red social: X.
Durante las elecciones, X batió sus récords de tráfico. Se trata, sin dudas, de la red de influencia política más importante del mundo, y esto tiene una explicación: X pone en paridad las cuentas de reyes, presidentes y ciudadanos de a pie. Tiene el más eficiente y honesto sistema de fact checking: sus notas de comunidad. Cuando X era Twitter la izquierda tenía el control, sesgaban, baneaban e incluso suspendían las cuentas que no respondieran a las máximas del pensamiento único. Tanto así como para suspender la cuenta de un presidente estadounidense en funciones. Desde que Musk la compró redujo los sistemas de censura y es en consecuencia la red más libre y tolerante. Y, sobre todo, es la red de circulación de información política con más inmediatez y diversidad, las cosas pasan antes en X que en los medios, cualquiera puede informar y hacerlo muy bien a través de X.
Pero también durante las elecciones tuvo un récord de desactivaciones de cuentas. Muchas celebridades han iniciado una campaña masiva de lo que llaman «X-odus» y están cerrando sus cuentas en X. Lo mismo están haciendo organizaciones benéficas, empresas y políticos. Las eliminaciones de cuentas crecieron luego de que Trump revelara que Musk liderará un flamante Departamento de Eficiencia Gubernamental destinado a reducir la burocracia y las regulaciones gubernamentales. El Musk millonario y funcionario del presidente de los EEUU se transformó en un enemigo prominente, el monstruo que mueve los hilos de la ultraderecha hipermalvada. La narrativa es, ahora, escapar de las garras del monstruo.
El poderosísimo medio británico The Guardian, publicó sus planes de dejar de usar la red social X porque «se vuelve cada vez más tóxica» y porque abundan «teorías conspirativas de extrema derecha y racismo«. A partir de la victoria de Trump, todo son sinsabores para The Guardian, que aparentemente tuvo que ofrecer «asesoramiento» a su personal porque estaban desconcertados. Paralelamente, en España, el diario La Vanguardia apuntó en la misma dirección, señalando que la red social se ha transformado en un altavoz para teorías conspirativas y desinformación y que la reciente campaña electoral en los Estados Unidos, sirvió como un recordatorio de la creciente polarización en X.
Cuesta confiar en periódicos cuyos periodistas necesitan contención para afrontar que en una elección ganó el candidato que no les gustaba. Imaginemos a esos periodistas que necesitan «espacios seguros» y terapia de apoyo, cubriendo el frente en Saigón en 1974. Con su berrinche, The Guardian y La Vanguardia nos están revelando algo triste y ridículo.
En los medios del establishment las emociones surgidas a raíz de la victoria de Trump están a flor de piel. Y parece ser que la variable emocional define todo, desde líneas editoriales hasta relaciones vecinales, laborales, educativas o familiares, incluyendo las amorosas. Desde estrellas de Hollywood hasta adolescentes ignotos, la progresía está ansiosa por decirle al mundo que se sienten frustrados o amenazados. Una sobreexposición de llantos y ataques de nervios han inundado las redes sociales, incluyendo aquellas como X a las que culpan de todas las desgracias. En una paradójica e infantil jugada, personajes como Guillermo del Toro, Bárbara Streisand, Lizzo, Ben Stiller, Jamie Lee Curtis o George Takeiy han publicado en X que dejarán de publicar en X. Hollywood abusa de su derecho a la imbecilidad.
La locura es total y está desbordada, la inefable Whoopi Goldberg ha dicho alegremente que Trump va a realizar matrimonios forzados basados en la pureza racial. Eva Longoria sostuvo que EEUU se va a transformar en una distopía aterradora, estudiantes de varias universidades han sido consolados con «comida reconfortante» y juguetes Lego para distraerlos de los resultados electorales. Un movimiento delirante de señoras se está afeitando la cabeza y haciendo una huelga de sexo como protesta por el resultado de las urnas. Se multiplican los llamados a organizar espacios seguros y las demandas de que maestros y jefes se conviertan en terapeutas postelectorales de empleados infantilizados.
El Festival Internacional de Cine de Berlín, Berlinale, ha decidido irse de X el próximo 31 de diciembre de 2024, y el Clifton Suspension Bridge & Museum publicó en X que el aumento de contenido inapropiado en X les hace cerrar la cuenta de X. La empresa de bebidas veganas, sostenibles The Collective implementó un día de duelo colectivo luego de las elecciones y no atendió al público «para proteger a nuestro equipo y sentir lo que se necesita sentir». Harvard y la Universidad de Pensilvania permitieron que los estudiantes saltearan las clases y exámenes para «permitirse sentir un montón de emociones». La Universidad de Princeton organizó «círculos de escucha» para procesar sentimientos en un «espacio seguro». La Universidad de Puget Sound en Washington organizó una semana de «autocuidado» y la Universidad de Oregon organizó talleres de terapia de mascotas para procesar la ansiedad.
Ahora sabemos que las clases populares estadounidenses impulsaron la victoria de Donald Trump. Es evidente que los trabajadores con salarios más bajos no pueden darse esos lujos de autocomplacencia de la elite de izquierdas cuando están molestos por el resultado de las elecciones. Toda esta histeria colectiva no hace más que afianzar el estereotipo de que los votantes progresistas viven en una cámara de eco totalmente divorciados de la realidad y llenos de privilegios que les permiten mantener a flote sus caprichos, incapaces de amortiguar como adultos los golpes de la vida. Según un informe del grupo de recursos humanos SHRM, las empresas estadounidenses han estado perdiendo fortunas en vísperas de las elecciones debido a la reducción de la productividad y el ausentismo. Han convertido su incontinencia emocional en algo positivo y digno de ser exhibido. Y posiblemente les haya servido durante mucho tiempo como herramienta.
Durante muchos años tuvieron éxito político y mediático gracias a este híbrido de víctima-bully. Bailecitos desacompasados en espacios públicos, videos con cartelitos y caritas de artistas conmovidos, horrendos gorritos rosas que tejían como protesta vaya uno a saber de qué y las eternas amenazas de mudarse si no se les daba el gusto. Pero nadie se mudó en 2016 y es improbable que se muden ahora. Pero queda claro que no toleran escuchar voces que les desagradan y que su idea de diversidad es el ejercicio desenfrenado de la censura.
A diferencia de lo que ocurría con Dorsey, Musk no ha censurado ninguna cuenta, ni de medios de comunicación ni de personas. Son libres de decir lo que quieren, entonces ¿de qué se quejan? Se quejan de que X no sea un espacio seguro para su ideología, se quejan de que se permita la discusión que desmonte sus mentiras. Se quejan, en definitiva, de que Musk no los deje jugar solos y haciendo trampa. Son muy débiles cuando el tablero no está amañado. Ahora sólo les queda una opción: pavonearse con sus caprichos. Sencillamente no quieren que otros opinen.
Es notable que quienes hoy se van de X, no expresaban preocupaciones cuando Twitter se alineaba con sus posturas. El progresismo estaba cómodo con la censura que ejercía Twitter y no les molestaban las cuentas de las peores dictaduras, las cuentas a favor de las peores perversiones pero sí las que tenían posiciones contrarias a su narrativa hegemónica. Ahora sostienen que las ideas que atentan contra los derechos humanos, se encuentran cada vez más entre los contenidos virales de X. Se ve que las cuentas amigas de los regímenes de China, Irán o Venezuela les parecían respetuosas de los derechos humanos. Paradojas progresistas.
Muchos están migrando a Bluesky, la aplicación creada por el fundador de Twitter, Jack Dorsey, que dice haber ganado millones de usuarios. Otros se están dirigiendo a Threads, una red de Meta, que ya tiene millones de usuarios. Otros están migrando hacia alternativas que prometen un discurso más buenista como Sez.us, que se lanzó en octubre. Resulta necesario recordar el éxodo que se produjo cuando se eliminó a Trump de Twitter. Hasta Trump creó una alternativa que fracasó, como todas las demás, en su intento de reemplazar a Twitter. A la gente le resulta demasiado difícil abandonar X, la conectividad casi universal, la cantidad de información y opiniones que circulan y lo barato y fácil que es opinar, generar contenidos y relacionarse la convirtieron en un ágora de brutal influencia.
Nadie sabe qué pasará con los emigrados de X, por ahora sabemos que otros boicots han fracasado y que las empresas que abandonaron X ofendidas cuando Musk la compró están volviendo con el rabo entre las patas. Pero la histeria colectiva desatada alrededor de X devela varias desgracias sobre la privilegiada, intolerante, infantilizada, entumecida y perversa élite periodística y cultural mundial.
La primera es que no soportan que la realidad, los datos, las elecciones, el debate abierto o la información contradigan sus creencias. Su idea de un safe space son medios de comunicación donde pueden publicar cualquier cosa sin feedback que los desafíe.
La segunda es que promueven espacios «seguros» aislados, cámaras de eco o abiertamente la censura, para que los estudiantes, lectores o votantes se aferren a una opción política derrotada.
La tercera es que no tienen miramientos éticos o políticos a la hora de engañar a las mentes débiles o confundidas, con el fin de sostener una audiencia acrítica e incapaz de plantearles una objeción. Creen que quienes no piensan como ellos no merecen acceder a su burbuja.
La cuarta es que usan el desborde emocional, el berrinche amenazador, como arma de extorsión política. Se filman gritando en los autos, llorando y pataleando en la cama o en su baño y lo suben a las redes sin sentir vergüenza de mostrar sus miserias de esa manera, porque están convencidos de que actuar así los vuelve auténticos y eso les resulta positivo. Han tergiversado por completo el concepto de emotividad.
La quinta es que la progresía se volvió hiperbólica al punto que no distinguen ámbito personal del político, ni distinguen el duelo de una derrota electoral. Y por supuesto, no aceptan un no por respuesta, actitud que mina los cimientos de cualquier convivencia democrática.
Hicieron todo lo que pudieron para entronizar a Kamala Harris, perdieron, eso es todo. En el camino mostraron en lo que se convirtieron, y por eso perdieron la confianza del público, el respeto de la sociedad, dinero e iniciativa y su capacidad de influencia. Esperemos a ver si pueden revertir la decadencia, seguramente volverán a X para contar cómo sigue la novela.