Las insurrecciones masivas con invasión del Capitolio en Washington son un poco como todo: depende de quién las protagonice. Si son de trumpistas indignados porque creen que ha habido un fraude electoral, equivalen a Pearl Harbor y al atentado contra las Torres Gemelas, y sirven para llevar a la cárcel a cientos de personas sin ningún otro delito en su haber.
En el caso que nos ocupa, en cambio, no es probable que nadie pise una celda. Porque, en este caso, son de izquierdas. Las protestas de extrema izquierda propalestina continúan en Estados Unidos y ahora activistas han ocupado el Capitolio y han acusado a los legisladores de tener las manos manchadas de sangre palestina.
Los insurrectos propalestinos ocuparon un edificio de oficinas de la Cámara federal en Washington gritando «dejen vivir a Gaza». Los insurrectos, muchos de ellos enmascarados, vestían de negro y enarbolaban una pancarta exigiendo que Israel deje de defenderse de los ataques con cohetes contra civiles. Ocuparon la planta baja del edificio de oficinas de Cannon, uno de los tres edificios principales donde trabaja el personal del Congreso y los diputados.
La congresista republicana Marjorie Taylor Greene, presente en el lugar, hizo notar la doble vara de medir entre los insurrectos propalestinos y los manifestantes el 6 de enero. «Debe haber una investigación sobre la invasión y ocupación organizada», manifestó. «Los insurreccioncitas están asaltando el Capitolio en apoyo a Hamás. Están interrumpiendo los procedimientos oficiales del Gobierno», afirmó la también congresista republicana Mary Miller.
Como ocurre con la mayoría de los esfuerzos de izquierda, el primer objetivo es un cambio narrativo en el que las personas que desencadenaron el conflicto sean presentadas como víctimas. Los soldados de Hamás que lanzaron ataques terroristas matando a miles de civiles en Israel son desestimados por el agujero de la memoria, y ahora la atención se centra sólo en la tragedia palestina.
