«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Un héroe popular

7 de mayo de 2024

Diríase que fue una paliza de consenso. La tunda que el boxeador Antonio Barrul propinó al individuo energuménico que presuntamente maltrataba a su mujer ha despertado un inusual acuerdo. El feminismo —el mainstream— perdona la violencia cruda, el molinillo de hostias, porque se trataba de parar a un maltratador y en la derecha, unos aprecian el ideal caballeresco y otros la virilidad puesta al día, porque Barrul le zurró un poco al estilo MMA, según un modelo que se cultiva en los gimnasios. Entonces, podría decirse que Barrul es, de repente, un punto de encuentro entre los imitadores de Ilia Topuria y el feminismo hegemónico y ambiental; entre la cultura gym y las monsergas de género.

Tenemos un héroe popular. Un deportista con principios. Un caballero caló. Alguien que pidió perdón a los niños por el espectáculo.

Aunque no tenga lo suyo tanto mérito como lo tuvo Jesús Neira, el hombre que hace años salió en defensa de una mujer sin ser boxeador, solo profesor. Los golpes que recibió por tan arrojado impulso le provocaron daños enormes que afectaron seriamente a su salud. Neira fue un héroe fugaz porque además de valor tenía opiniones y protestó contra la ausencia de democracia en España —lo peor que se puede decir, salvo que lo diga un izquierdista—. Empezó a resultar incómodo y aprovecharon el consumo de alcohol para defenestrarlo —el alcohol y las sustancias también tienen doble rasero; divertido si lo hacen boyeramente los progres, un baldón para otros—. Esperemos que lo de Neira no le suceda a Barrul, que parece no contradecir ninguno de los dogmas y ha asumido una postura muy humilde y adecuada: yo a mi deporte, la violencia no es el camino, a los maltratadores hay que pararlos como sea, etc.

¿Hubo «proporción» en Barrul, que se arrancó flamencamente a palos cuando mentaron a sus muertos? No se discute y en las televisiones le han felicitado. La defensa propia tiene peor prensa que la de una mujer. No digamos la del domicilio. Ahí el régimen aprieta pero no ahoga: el feminismo hegemónico deja un espacio abierto para el arrojo viril, la fuerza bruta y el machismo con códigos de gimnasio, los caballeros bros. El maltratador, ser nefando, enemigo público, despierta una zona de «libertad» en su contra. En ese claro del bosque aflora un consensillo. Ahí el feminismo ambiental se intersecta con el digamos liberalismo jungeriano derechista y proporciona una zona «western», una zona de libertad arcaica, zona libre de la total esterilización donde John Wayne o incluso Jason Statham  puede zurrar al malo.

Hasta que inventen algo contra la hibristofilia —gusto femenil por el macarra—, siempre habrá una damisela en apuros y donde no llegan las campañas institucionales ni la pedagogía del hombre deconstruido, llegarán el boxeo y las artes marciales mixtas.

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