«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Por parte de Joe Biden, Hillary Clinton y actores de Hollywood

«Peor que Hitler», «psicópata», «amenaza nacional»… ocho años de odio demócrata contra Trump

Muestra del odio a Donald Trump. Red social X

El enfrentamiento social en Estados Unidos no lo trajo Donald Trump. Es otra de las muchas mentiras difundidas desde 2016. Empezó en los años de Barack y Michelle Obama, cuando convirtieron la raza en uno de los asuntos principales de su presidencia.

Entre 2009 y 2017, todos los acontecimientos y sucesos se miraban con los anteojos raciales; también se puso en circulación el concepto del «privilegio blanco», que los activistas progres espetaban a parados de Ohio o incluso a hispanos de Texas que se negaban a que sus hijos fueran adoctrinados en la culpabilidad eterna de Estados Unidos por la esclavitud. Trump surgió de ese maremoto de indignación. Y él y sus seguidores sufren los insultos de la clase moralmente superior desde el inicio de la campaña electoral de 2016 hasta ahora.

Así, Hillary Clinton afirmó en una cita célebre que la mitad de los votantes republicanos se reunían en una «cesta de deplorables«. Incluso ahora sigue con el mismo discurso para tratar de explicar su derrota. ¿Por qué Trump mantiene tantos partidarios? «Porque son personas repugnantes a las que ‘quizás’ no les gustan los negros, los gays o las mujeres que tienen ascensos laborales».

Hollywood se ha convertido en uno de los bastiones del progresismo y del Partido Demócrata. La industria del cine no sólo es uno de los divulgadores del izquierdismo y el wokismo en todo el mundo, sino, además, uno de los financiadores principales de los demócratas. La actriz Meryl Streep participó en la campaña de Clinton caracterizada como Trump. ¿Se habría atrevido a pintarse la cara de negro para imitar a Obama? Por supuesto que no.

El número de octubre de 2016 de la revista Letras Libres presentó a Trump como un nuevo Hitler. A su director, Enrique Krauze, la fundación FAES le había premiado en 2014 por “su firme defensa de la libertad”. La libertad, como el progreso, es monopolio de las clases superiores.

La sexagenaria cantante Madonna, que prometió felaciones a quienes votaran por Hillary Clinton, en enero de 2017, con el matrimonio Trump recién instalado en la Casa Blanca, declaró «he pensado mucho en volar la Casa Blanca«. Los explosivos empoderan que da gusto.

En mayo de 2017, la tertuliana Katthy Griffin se hizo fotografiar sosteniendo una cabeza ensangrentada de Trump. Fue despedida de la CNN. No se ha arrepentido de su gesto repugnante y dijo que sólo se estaba burlando del «payaso en jefe».

La Internacional Progre no conoce fronteras. Las ideas, las imágenes, los eslóganes y las consignas circulan entre todos sus miembros y llegaron a esa provincia sumisa que es España. Forges presentó este juicio de la presidencia de Trump en febrero de 2017: un individuo que llevaría al mundo a una guerra mundial. El humorista falleció en 2018, por lo que no ha podido comprobar lo erróneo de su pronóstico. Da igual. Nunca se habría disculpado.

Otro ejemplo. El socialista Javier Solana, que fue ministro español en el Gobierno que montó el escuadrón de la muerte conocido como los GAL y que en 1999, como secretario general de la OTAN, ordenó bombardeos aéreos sobre Yugoslavia que causaron cientos de muertos, reprochó a Trump que, como presidente, ordenase la ejecución de seis penas de muerte dictadas por tribunales federales.

En agosto de 2017, la exquisita revista New Yorker acusó a Trump de alentar el racismo. El Ku Klux Klan, cuya capucha característica aparece en esta portada, lo fundaron demócratas sudistas derrotados después de la guerra civil. Los republicanos, por el contrario, libraron una guerra para conservar la unidad del país y abolir la esclavitud.

La expresidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, con la que convivió Trump, anunció en 2019 una investigación al republicano por traicionar su juramento y la seguridad nacional y por adulterar las elecciones. No pasó nada, pero los creadores de bulos son siempre los otros.

Cuando los demócratas y sus jefes recuperaron, por las buenas o por las malas, la Casa Blanca, demostraron que no son partidarios de hacer prisioneros ni de firmar treguas. La diputada por Nueva York Alexandra Ocasio-Cortez pidió a sus seguidores que recopilasen los mensajes de los trumpistas en redes sociales para luego usarlos como pruebas infamantes en el futuro. O quizás se lo pedía al FBI, que tenía agentes ejerciendo de censores en Twitter.

Gracias a Elon Musk, el Twitter que cerró la cuenta del New York Post por publicar en octubre de 2020 información del portátil de Hunter Biden y que prohibió la cuenta de Trump durante los incidentes en el Capitolio, ya es libre, aunque en Europa Bruselas trata de someterlo. Es que la libertad acaba en libertinaje… o en Moscú.

La llegada de Joe Biden a la presidencia y los distintos juicios a que ha tenido que enfrentarse Trump no calmaron a las tropas de choque de la izquierda, sobre todo a medida que se comprobaba la senilidad de Biden y aparecían sus meteduras de pata (el abandono de Afganistán, la inmigración de millones de extranjeros, los escándalos sobre la vacunación del Covid, la guerra de Ucrania…).

Un jugador de la NBA declaró que le gustaría aporrear en la cara a los negros que llevasen camisetas de Trump. A falta de argumentos, puñetazos. Pero los matones son los trumpistas.

El actor Robert de Niro, oponente de Trump desde el principio, dijo las mismas palabras en mayo, cuando el año electoral se torcía para los demócratas. Y llamó a votar a Biden.

Su argumento principal es que Trump de nuevo en el gobierno sería «peor que Hitler». Pues para evitar un Hitler, mejor eliminarlo antes de que invada Polonia, ¿no? Es un bien para la humanidad.

Parte de los propietarios del Partido Demócrata quieren que Biden se retire para no estropear su inversión, pero otros creen que cambiar de caballo, o de jamelgo, a esta altura de la carrera será más perjudicial que beneficioso. Por eso, uno de los accionistas de los demócratas, Alexander Soros, pidió la pasada semana unir filas contra «la amenaza existencial que es Donald Trump».

La actriz Scarlett Johansson, más desinhibida, ha llamado a Trump «psicópata» y ha revelado que está «aterrorizada» por una victoria de Trump en noviembre. Un asesino ha estado a punto de quitarle el pánico.

Como candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden se presentó como el unificador y el pacificador del país. En agosto de 2020 se preguntó en Twitter si alguien creía que habría menos violencia en Estados Unidos si Trump era reelegido.

A los cuatro años de este mensaje, la respuesta es que Biden ha escindido el país aún más. Él mismo ha contribuido a ello. Ya como jefe de Estado, en 2022 calificó a Trump y a sus partidarios de «amenaza nacional».

El sectarismo y los negocios de los demócratas y sus aliados de la gran finanza, la industria militar y Hollywood les llevan a votar a un candidato decrépito, como ellos mismos reconocen. Eso sí, hasta el debate a finales de junio entre Biden y Trump nadie en ninguna tertulia de las televisiones como CNN, ABC y CNBC y MSNBC, reconocía la chochez del presidente. Quien lo dijese en redes sociales o blogs pasaba a ser un engranaje de la «máquina del fango» puesta en marcha por los republicanos.

Después del atentado frustrado contra Trump, los zurdos no han podido aguantarse su odio. Quien se les opone o les estropea el negocio merece morir.

El antiguo humorista Guillermo Fesser, residente en Estados Unidos, convierte en kétchup la sangre de la herida de Trump. Se olvida de que ya hay una persona inocente muerte, pero como para él debe de ser un «deplorable», quizás es que se lo merecía.

Pedro Vallín, columnista de La Vanguardia, es todavía más canalla, pues da a entender que lamenta que el tirador fallase.

Si alguien se pregunta cómo fue posible el odio que condujo a la guerra civil española, aquí tiene dos ejemplos. Estos son los que pretenden darnos lecciones de decencia o de empatía, incluso de amor cristiano. Hemos de estar agradecidos a Trump por haberles arrancado a la prensa, a las estrellas de Hollywood y a los profesores universitarios su máscara de respetabilidad. Ahora los vemos como lo que son: jenízaros desalmados al servicio de sus sultanes.

Fondo newsletter