Marty y Melinda Rangers, una pareja estadounidense dedicada al mercado inmobiliario, decidió tras mudarse al Caribe hace escasos meses que era el momento adecuado para tener hijos. Pese a sus esfuerzos, les fue imposible gestarlo, ya que ambos superaban los 40 años. Ante estos obstáculos, la pareja optó por la gestación subrogada en lugar de la fertilización in vitro (FIV). Después de invertir meses en investigar y comparar opciones, Marty y Melinda se inclinaron por una agencia de gestación subrogada en California, de reciente apertura pero con buenas referencias. Les presentaron a una posible madre gestante que, tras pasar por exámenes psicológicos y médicos, parecía la candidata ideal para ayudarles a cumplir su sueño de ser padres.
Sin embargo, este camino se tornó complicado después de que descubrieran que esta mujer, a quien describieron como amable y confiable al principio, bebió en alguna ocasión por el estrés que le generaba llevar consigo un bebé que sería arrebatado.
El proceso de subrogación requirió una inversión significativa, con una cifra que ascendió a aproximadamente 100.000 dólares. Esta suma se desglosaba en 30.000 dólares para la agencia, 65.000 para la madre subrogada y 5.000 dólares en honorarios legales. Además, firmaron un extenso contrato de 40 páginas que cubría aspectos que jamás habrían imaginado. Entre las normas establecidas, se especificaba que la madre subrogada no podía consumir alcohol o drogas, viajar al extranjero o tener nuevas parejas sexuales sin autorización, todo para evitar riesgos para el bebé.
Todo parecía marchar bien hasta que, aproximadamente a los cuatro meses de embarazo, Melinda revisó el Instagram de la gestante y encontró un video en el que se la veía bebiendo, aparentemente, un trago de tequila. Sorprendidos y decepcionados, Marty y Melinda se sintieron inseguros sobre la honestidad de la madre subrogada. Cuando la confrontaron, ella alegó que solo estaba bebiendo agua, pero su actitud dejó a la pareja con serias dudas sobre la fiabilidad de su defensa.
«Con una gran carga emocional» y «tras largas deliberaciones», según comentaron, Marty y Melinda obligaron a la mujer a interrumpir el embarazo en la semana 20. «La confianza en ella se había perdido por completo», explicó Marty. Aunque se trataba de «una decisión muy dolorosa«, sintieron que era la única salida ante el miedo a que esta persona pudiera haber puesto en riesgo la salud de su futuro hijo.