Ocho activistas del grupo Ultima Generazione (Última Generación) han vertido este domingo un líquido negro y carbón en la Fontana di Trevi, una de las fuentes más conocidas de la ciudad de Roma, para reivindicar el fin del uso de los combustibles fósiles.
«No pagamos por fósiles», rezaba la pancarta mostrada por los activistas mientras coreaban lemas como «Nuestro país se está muriendo» entre los insultos de algunos transeúntes y turistas.
Este último episodio de vandalismo para llamar la atención sobre la «emergencia climática» ha enfurecido hasta a sectores de la izquierda. «Basta ya de estos ataques absurdos a nuestro patrimonio artístico. Hoy la Fontana de Trevi está manchada. La restauración será cara y compleja, esperamos que no haya daños permanentes. Invito a los activistas a competir en un terreno de confrontación sin poner en riesgo los monumentos», comentó el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, del Partido Democrático, según recoge Il Giornale.
El alcalde de la capital de Italia señaló que el asalto a los monumentos es «totalmente contraproducente incluso respecto a una batalla ambiental». Limpiar la famosa fuente «va a costar mucho tiempo y esfuerzo», dijo. «Mucha gente tendrá que trabajar para quitar la pintura, asegurarse de que no haya daños permanentes, como esperamos», añadió Gualtieri, recordando que la intervención «también costará agua, ya que la fuente se recicla y por lo tanto ahora se va a vaciar, tirando así 300.000 litros de agua, lo equivalente a su capacidad«, añadió.
Este ataque a una de las fuentes más conocidas del mundo, obra de Nicola Salvi, es el enésimo acto vandálico que ha sufrido el patrimonio italiano a cuenta de los activistas climáticos. En los últimos meses, museos, estatuas y edificios públicos están siendo víctimas de sus reivindicaciones.
En julio del año 2022, en la Galería de los Uffizi de Florencia, unos «ecovándalos» pegaron sus manos a una de las obras maestras del Quattrocento italiano: La Primavera, de Sandro Botticelli. Unos meses después, ecologistas lanzaron sopa de guisantes sobre un cuadro de Van Gogh ubicado en el Palacio Bonaparte de Roma.
En diciembre, arrojaron pintura sobre la fachada del Teatro de La Scala de Milán; en enero, hicieron lo propio en la sede del Senado italiano, el Palacio Madama; en marzo, sobre la estatua de Víctor Manuel II en la Plaza del Duomo de Milán.
Hace tres semanas, dos activistas rociaron con pintura naranja la fachada de la sede del Ayuntamiento de Florencia, el Palazzo Vecchio. En esta ocasión, el hartazgo ante las protestas climáticas lo encarnó el alcalde de la ciudad toscana, Dario Nardella, quien redujo él mismo a uno de los vándalos espetándole con un «ma che cazzo fai?» (¿pero qué coño haces?). Finalmente, en abril, otros vándalos ecologistas vertieron un líquido negro en el agua de la Fuente de la Barcaza de Bernini de la plaza de España de Roma. Ahora le ha tocado el turno a la Fontana di Trevi.
La primera fuerza política de Italia, el partido que lidera la presidente del Consejo de Ministros del país, Giorgia Meloni, Fratelli d’Italia, presentó a principios de abril un proyecto de ley para frenar este vandalismo, con penas de prisión incluidas.