Bélgica camina a la islamización ante la inoperancia de los principales partidos incapaces de tomar medidas reales para frenar la situación.
2030. Esa es la fecha fijada por el Partido ISLAM belga para constituir una suerte de Estado Islámico en el país. Sus líderes no ocultan sus intenciones y el programa pasa por reemplazar todos los códigos penales y penales por la sharia.
Creado en vísperas de las elecciones municipales de 2012, el Partido ISLAM obtuvo unos resultados notables y las últimas encuestas muestran un crecimiento progresivo, especialmente en Bruselas, capital del país y principal centro islámico a nivel europeo.
El experto islámico Michaël Privot ha alertado sobre los peligros de este partido y ha señalado que podría producirse una «implosión social»: «En doce años, Bruselas estará habitada fundamentalmente por musulmanes».
En los próximos comicios, el partido se dispone a presentar candidatos en 28 municipios. A primera vista, parece una proporción ínfima para los 589 municipios belgas, pero demuestra el progreso y las ambiciones de este nuevo partido.
Segregar a las mujeres
Hace apenas unas semanas, el portavoz del partido, Redouane Ahrouch, defendió segregar por géneros en lugares como los autobuses porque es la mejor forma de “proteger” a la mujer en un contexto de diversidad de culturas y religiones.
“Llevo 25 años conduciendo autobuses en este país y he visto de todo. Las mujeres con minifalda no pueden ir tranquilas. Se trata de que en hora punta las mujeres entren por la puerta delantera y los hombres solamente por la trasera», sentenció.
Preguntado si no es mejor educar a los hombres en el respeto a las mujeres en vez de segregar a los usuarios del transporte público, respondió que “eso es lo que defendería un partido de siempre, uno que solo tiene palabrería” pero el suyo “quiere hacer cosas, cosas útiles y que den resultados ahora”.
Bélgica y el salafismo
La respuesta a la situación del país, además de las desacertadas políticas comunitarias, hay que buscarla más atrás en el tiempo, concretamente en la década de 1960. En aquellos años, los predicadores salafistas llegaron al país tras unos encuentros diplomáticos. El rey Balduino realizó una oferta a su homólogo saudí Faisal, que estaba de visita en Bruselas, para, a cambio de petróleo, permitir la construcción de una Gran Mezquita en el centro de Bruselas.
El esplendor económico que vivía Bélgica impulsaba entonces a muchos marroquíes y turcos a viajar al país. El acuerdo entre los dos reyes haría que la mezquita fuera el principal lugar de culto. Los saudíes lograron el alquiler del pabellón oriental de Bruselas por 99 años, a coste cero. Tan sólo un año después, el régimen de Riad abría la Gran Mezquita y el Centro Cultural Islámico de Bélgica, uno de sus primeros bastiones en el interior de Europa.
En un principio, la nueva mezquita fue considerada como “la voz oficial” de los musulmanes en Bélgica. Nada más lejos de la realidad. Las enseñanzas salafistas que se ofrecían en su interior estaban muy alejadas de la versión del islam que seguía la mayoría del país. A pesar de la crisis económica que ha obligado que muchas personas hayan abandonado el país, hay alrededor de 600.000 personas de origen turco y marroquí en un estado de apenas 11 millones de habitantes.
“La comunidad marroquí proviene de las regiones montañosas y del valle del Rift, no del desierto. Pertenecen a la escuela Maliki del Islam y son bastante más moderados que los musulmanes de Arabia Saudí”, asegura George Dallemagne, diputado del parlamento belga, que recuerda: “Gracias al acuerdo con Riad, muchos de estos hombres moderados se radicalizaron y algunos llegaron a viajar a Medina para continuar su formación”.
La falta de integración es uno de los argumentos utilizados por las élites europeas para justificar el islamismo radical y los atentados en suelo europeo.
Dallemagne explica cómo, tras la apertura de la Gran Mezquita, los clérigos sauditas incitaban a todos los inmigrantes a “alejarse” de los ciudadanos del país. “Siempre pensamos en Arabia Saudí como un aliado, pero pero los saudíes mantienen un doble discurso: quieren una alianza con Occidente cuando se trata de la lucha contra los chiítas en Irán, pero quieren conquistar el resto del mundo con su religión”, sentencia.