El rey Carlos III ha emitido su mensaje de Pascua, que lejos de ceñirse a la celebración de la resurrección de Cristo y al sentido profundo de la fe cristiana, optó por un discurso difuso, cargado de referencias interreligiosas y lugares comunes, en el que volvió a diluir el contenido espiritual de la Pascua en favor de un relativismo buenista.
«Uno de los enigmas de nuestra humanidad es cómo somos capaces tanto de una gran crueldad como de una gran bondad», afirmó el monarca británico. A partir de esa reflexión, Carlos III fue alejándose del núcleo de la festividad cristiana para centrarse en imágenes de sufrimiento humano, actos de heroísmo civil y el trabajo de cooperantes en zonas de conflicto. Según explicó, hace unas semanas recibió a varios de ellos en el Palacio de Buckingham y expresó su «profunda admiración por su resiliencia, valentía y compasión».
El que ostenta el título de Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra y es oficialmente «Defensor de la Fe», dedicó su mensaje pascual a hablar de amor y servicio, pero no como experiencia cristiana enraizada en la Cruz y la Resurrección, sino como un valor universal presente en todas las religiones. Así lo expresó al referirse a la acción de Cristo lavando los pies de sus discípulos: «Su humilde acción fue una muestra de su amor que no conocía límites ni fronteras y es central para la creencia cristiana», dijo, para inmediatamente añadir que ese mismo amor «reflejó la ética judía de cuidar al extranjero y a los necesitados, un profundo instinto humano que resuena en el Islam y otras tradiciones religiosas«.
Una vez más, el rey Carlos sustituyó el anuncio claro de la fe cristiana por un mensaje genérico de valores compartidos, sin distinción doctrinal ni afirmación de verdad. A pesar de referirse brevemente a la figura de Jesús, no habló del sacrificio redentor ni del misterio de la Resurrección como el centro de la Pascua. Prefirió ensalzar un humanismo sentimental que, en su formulación, nada tiene que ver con el Evangelio.
No es la primera vez que el monarca recurre a esta estrategia de diluir los contenidos cristianos en discursos interreligiosos. En su mensaje de Navidad de 2024, ya había puesto el acento en cómo «todas las grandes religiones» comparten la creencia en el «amor y la misericordia de Dios», eliminando así cualquier referencia a la singularidad del cristianismo o a la figura de Cristo como Salvador.