Si Hungría defiende posiciones que se dan de bofetadas con las que abanderan los eurócratas, aún mayor es el contraste que ofrece otro país del Grupo de Visegrado: Polonia.
En la reciente cumbre del Consejo Europeo -llamémosle, por el reciente premio Princesa de Asturias, Cumbre de la Concordia-, el enfrentamiento más sonado fue el que protagonizaron el flamante nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, a cuenta de la renuncia del Grupo de Visegrado a aceptar las cuotas de ‘refugiados’ que les corresponden según la UE.
Fue la escenificación de una brecha cada vez más profunda y difícil de salvar entre dos modos de concebir Europa y la propia Unión Europea, como el pacto eminentemente comercial entre naciones soberanas que siempre ha sido o como el embrión de un megaestado nuevo, como se vende hoy en Bruselas.
Pero si Hungría defiende posiciones que se dan de bofetadas con las que abanderan los eurócratas, aún mayor es el contraste que ofrece otro país del Grupo de Visegrado: Polonia.
Polonia no se calla ante los insultos de Macron
Su primera ministra, Beata Szydlo, de la que no puede decirse que se muerda la lengua, tuvo ocasión de responder en persona a la abierta hostilidad del presidente francés en la pasada cumbre. «Polonia está abierta a cooperar con Francia, pero cómo sea esta cooperación dependerá del señor Macron, de si opta por desplegar su antipatía por los países del centro y este de Europa o prefiere hablar de hechos», dijo.
«Es bueno hablar de hechos -remachó- y evitar suposiciones basadas en estereotipos».
Polonia es, en esto, una paradoja. Pocos países tan europeístas al otro lado de lo que fuera el Telón de Acero, pocos tan entusiastamente atlantistas.
La proporción de polacos que se plantea salir de la UE es notablemente inferior a la de franceses o griegos, o incluso italianos, y su pertenencia a la OTAN les provoca aún menos dudas.
Y, sin embargo, todo en su política les lleva a un enfrentamiento constante con la UE. No ayuda, para empezar, que en su parlamento la izquierda no tenga un solo escaño, lo que no indica exactamente una especial simpatía por las actitudes ultraprogresistas de rigor en la zona del mundo gobernada desde Bruselas.
El patriotismo de Polonia
Polonia es fieramente patriótica en un momento en que ‘soberanía nacional’ se ha convertido en una expresión casi obscena, fuertemente católica cuando la fe cristiana despierta tibia hostilidad en la élite, crecientemente provida en estos tiempos en los que se considera el aborto casi como un derecho humano (o sin casi). En definitiva: un desastre, un choque de trenes a corto plazo.
Dicho de otro modo: el europeísmo polaco es un ejemplo de libro de amor no correspondido. Y, naturalmente, Polonia empieza a darse cuenta y a distanciarse.
Lo cuenta a la cadena rusa Sputnik la exeurodiputada polaca Joanna Senyszyn: «La UE ha amonestado repetidas veces a Polonia por su negativa a aceptar refugiados y sus reformas del Tribunal Constitucional. Desgraciadamente, tendremos que sufrir las consecuencias. Quizá el Gobierno se replantee su postura y acceda a aceptar algunas mujeres y niños, igual que prometió la anterior primera ministra, Ewa Kopacz. En cualquier caso, Merkel se ha puesto de parte de Macron».
Senyszyn no es partidaria del Partido Justicia y Paz, ahora en el poder, que está alejando a Polonia de sus socios principales de la Unión Europea. Pero, evidentemente, no todos los polacos lo ven así.
Sobre todo, queda Washington. Su fervor atlantista, muy condicionado por el recelo de siglos frente al vecino ruso, no tiene igual entre los países de la OTAN. Y se acaba de saber, lo cuenta Reuters, que es muy probable que el presidente Trump realice una breve visita a Polonia el próximo mes, de camino a la cumbre del G20 en Alemania.
Polonia es de los pocos países europeos que no tiene razones para lamentar la elección de Donald Trump, más bien al contrario. Cada vez más aislada en la UE, el espaldarazo de una visita del ‘amigo americano’ es un triunfo para el gobierno de Szydlo.