Este 12 de diciembre el Gobierno presidido por Paolo Gentiloni cumple su primer año de vida.
Un gobierno que está llamado a durar aproximadamente medio año más, ya que no habrá elecciones generales hasta marzo de 2018 y, hasta que se llegue a un pacto de gobierno, habrán transcurrido alrededor de seis meses en total desde el momento presente.
Un gobierno que desde el primer momento fue llamado “Renzi-bis” o “Renzi-due”, no sólo por el hecho de que Gentiloni se convirtiera en Primer Ministro gracias al apoyo de su antecesor, sino porque repetían hasta ocho miembros en sus carteras anteriores: Calenda, en Desarrollo Económico; Orlando, en Justicia; Madia, en Simplificación de la Administración Pública; Costa, Asuntos Regionales; Pinotti, en Defensa; Martina, en Política Agrícola, Alimentaria y Forestal; Galletti, en Medio Ambiente y Vigilancia Marítima y Terrestre; y Poletti, en Trabajo y Política Social.
A estos antiguos ministros de Renzi se añadían el propio Gentiloni, que pasaba de Asuntos Exteriores a presidir el Consejo de Ministros (la política exterior la llevaría a partir de entonces el antiguo Ministro del Interior, Angelino Alfano), y Maria Elena Boschi, que dejaba el ya desaparecido ministerio para las Reformas Constitucionales (innecesario tras la derrota en el “referéndum” del 4 de diciembre de 2016) para hacerse cargo de la Subsecretaría de la Presidencia del Consejo de Ministros (lo que en España se conoce como ministerio de la Presidencia).
Este nuevo Ejecutivo, que nacía con una mayoría de gobierno asegurada (formada básicamente por el PD de Renzi, el NCD de Alfano y el ALA de Verdini), tenía no pocos retos frente a sí: el saneamiento del sector bancario, que había quedado aplazado por la necesidad de que el “referéndum” saliera adelante; consolidar el crecimiento económico, crecimiento iniciado en tiempos del Gobierno Renzi; sacar adelante una nueva ley electoral (si la Italicum, en ese momento a la espera de una sentencia del Tribunal Constitucional, se quedaba en el camino, lo que al final acabó sucediendo, pero no por la sentencia sino por intereses políticos); hacer frente a la permanente crisis migratoria; y realizar un buen papel exterior, ya que a Roma le tocaba hacer de anfitriona para la celebración del sesenta aniversario de los Tratados constitutivos de la CEE y el EURATOM (firmados el 25 de marzo de 1957), así como tratar de tener un papel de relevancia en el Consejo de Seguridad de la ONU como miembro no permanente.
En ese sentido, Gentiloni parecía el perfecto Primer Ministro de transición: culto (habla cinco lenguas diferentes), con amplio bagaje político (había pasado de la alcaldía de Roma como ayudante de Rutelli y había estado tanto en la fundación tanto de la Margarita como del Partido Democrático), conocedor de la realidad exterior tras haber estado más de dos años al frente de la diplomacia italiana, y hombre de talante dialogante. Y el tiempo parece haber dado la razón a Renzi sobre la elección de su acierto, más allá de que Renzi buscara, por encima de todo, un sucesor que no pudiera hacerle sombra ya que ya estaba preparando su retorno a la primera línea política, lo que lograría a comienzos de mayo al vencer en las primarias del PD a sus dos rivales (Orlando, Ministro de Justicia, y Emiliano, Gobernador de Apulia).
Así, cuando ha transcurrido el primer año del gobierno número 64 en la Historia de la I República italiana, Gentiloni tiene motivos para sentirse lo suficientemente satisfecho con la tarea realizada. Parte del sector bancario está ya saneado sin necesidad de aumentar la deuda pública italiana (que sigue contenida en el 132.5% de su PIB), aunque aún queda mucho por hacer; los fastos de los Tratados de Roma fueron todo un éxito, más allá de que el ambiente era más de funeral que de celebración ya que estos tenían lugar en un momento en que uno de sus 28 integrantes (el Reino Unido) acababa de activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa, por el que comunicaba su marcha en un plazo de menos de dos años de la UE; la economía ha seguido creciendo, y puede acabar cerrando con una subida del PIB de entre 1.5% y 2%, cifras no vistas desde hace casi una década; y se ha contenido de manera bastante eficaz el movimiento migratorio, entre otras cosas porque las mafias traficantes de seres humanos ya han comenzado a buscar otros destinos, como la costa española. Eso sí, la mafia italiana sigue imparable su avance, siendo el mejor exponente el crecimiento en Apulia de la llamada “Socciettà Foggiana”.
La escisión en el partido
Frente a estos innegables éxitos, Gentiloni no ha sido capaz de sacar adelante una de las leyes “estrella” de la legislatura, la llamada Ius Soli, por la que se concede la ciudadanía italiana a los hijos de inmigrantes italianos que llevan más de cinco años viviendo en suelo transalpino. Tampoco ha podido evitar la escisión en las filas de su partido, si bien Gentiloni nunca ha sido Secretario General del PD, siendo realmente el enfrentamiento entre Matteo Renzi, por un lado, y Massimo D´Alema y Pierluigi Bersani, por otro. La escisión se acabó consumando en marzo de 2017, y ello dejó el grupo parlamentario del PD en el Senado con solo 98 representantes, cuando había llegado a tener hasta 114.
En todo caso, Gentiloni ha sabido ganarse el respeto de ambos sectores (más allá de su acreditada lealtad a Renzi), y por ello, ahora que existe una profunda división en la izquierda italiana, desde ambos sectores se pide el arbitraje de figuras de consenso como son Romano Prodi o el propio Paolo Gentiloni para poder superar las profundas fracturas internas.
Teniendo en cuenta que el Primer Ministro romano tenía por delante un horizonte máximo de año y medio de gobierno (ya que los 300 primeros días de la legislatura se fueron con el Gobierno Letta mientras el Gobierno Renzi alcanzó los 1.020 días, toda una plusmarca para una persona no elegida por las urnas), Gentiloni ha hecho las cosas razonablemente bien.
Y ello no es poco para una persona que hace solo cuatro años y medio no tenía ninguna posibilidad de presidir un gobierno en Italia: recordemos que se presentó a las primarias para la alcaldía de Roma en 2013 y se llevó el apoyo de tan solo el 11% de los militantes, derrotándole ampliamente el médico Ignazio Marino, quien, tras convertirse en Alcalde de Roma, tendría que presentar anticipadamente su dimisión por supuestas irregularidades en el manejo del dinero público.
Así que, como decimos, si no hubiera sido por Renzi, Gentiloni ni hubiera dirigido la política exterior italiana ni menos aún presidir el Gobierno italiano, pero, más allá de si continúa en política o no, puede decirse, a falta de unos meses para que deje el Palazzo Chigi (sede de la presidencia del Consejo de Ministros) que ha sido un buen Primer Ministro consciente de sus limitaciones y también de sus capacidades.
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