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EL DIRIGENTE HÚNGARO AMA A SU NACIÓN, EL SOCIALISTA ABUSA DE LA SUYA

La distancia infinita entre Viktor Orbán y Pedro Sánchez que desmiente a González Pons

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la Cumbre de la OTAN 2022. Europa Press

Recientemente, el diputado del grupo popular y vicesecretario de Asuntos Institucionales e internacionales del Partido Popular, Esteban González Pons, acusó a Pedro Sánchez de ser «el Viktor Orbán del sur» durante una reunión con periodistas y corresponsales europeos en Madrid.

Sin embargo, poco tienen en común Pedro Sánchez y Viktor Orbán, más allá de que ambos tienen dos ojos y dos piernas. La primera diferencia entre ambos jefes de Gobierno es también la más obvia y, probablemente, las más destacable en una democracia.

A diferencia de Viktor Orbán, Pedro Sánchez jamás ha ganado unas elecciones por mayoría. Sí ha logrado que el PSOE sea la fuerza más votada en las dos elecciones generales de 2019 —abril (28,6%) y noviembre (28%)—. Verdaderamente, Pedro Sánchez llegó por primera vez al Gobierno de la nación a través del mecanismo de la moción de censura. Por el contrario, Orbán ha obtenido mayorías absolutas en las últimas cuatro elecciones: 54% en las más recientes, las de abril de 2022; 49,2% en las de abril de 2018; 44,87% en las de abril de 2014 y 52,7% en las de abril de 2010. Desde 2014, el apoyo popular de Fidesz ha aumentado de forma considerable, pasando de los 2,2 millones de votos a los más de tres millones que el partido liderado por Orbán obtuvo en 2022. Y con toda la oposición a Fidesz presentándose en una candidatura común. 

De hecho, el respaldo de la nación húngara a Fidesz fue lo que permitió que, en 2011, la supermayoría —dos tercios— del partido en el Parlamento pudiera promulgar una nueva Constitución; la Ley Fundamental. El texto constitucional anterior había sido redactado en 1949 bajo el yugo de la URSS, y la libertad de los luchadores anticomunistas de Fidesz en la redacción permitió introducir condenas expresas al comunismo en el preámbulo de la nueva Constitución, así como menciones a la gesta histórica de Hungría y a la importancia del cristianismo como brújula moral y de valores en Europa. 

De hecho, los legisladores húngaros no reconocieron la Constitución de 1949 —«puesto que fue la base de un gobierno tiránico, la declaramos inválida»— y aseguraron que la soberanía nacional de Hungría se perdió en 1944, no siendo recuperada hasta 1990. El preámbulo de la Ley Fundamental —escandaloso para sus opositores—, es, sin embargo, una oda a la historia y valores de Hungría; a la libertad, la democracia y el imperio de la ley y, en definitiva, a la humanidad en sí. «Tras las décadas del siglo XX que nos llevaron a un estado de decadencia moral, tenemos la necesidad imperiosa de renovación espiritual e intelectual».

De estas firmes posiciones puede extraerse una muy lógica segunda diferencia entre el presidente del Gobierno de España y el primer ministro de Hungría: su rechazo al comunismo y al totalitarismo. Viktor Orbán, activo en la política desde joven en la Liga Húngara de Jóvenes Comunistas (KISZ) fue, sin embargo, un activista y luchador civil por la democracia. Como tal se consagró en la fundación, en 1988, de Fidesz (Alianza de Jóvenes Demócratas), un partido libertario y firmemente anticomunista que fue perseguido por el régimen comunista durante sus primeros años. En 1989, durante los actos en homenaje a los líderes de la Revolución húngara de 1956, Orbán pronunció un conocido discurso en la plaza de los Héroes en Budapest en el que exigió la retirada de las tropas soviéticas y la convocatoria de elecciones libres.

Por el contrario —y a pesar de sus declaraciones («no dormiría tranquilo», 19 de septiembre de 2019)—, Pedro Sánchez no ha dudado en gobernar con los votos del Partido Comunista de España o la Unión de Juventudes Comunistas de España, partidos confesamente comunistas miembros de Izquierda Unida, formación inscrita a su vez en Podemos-Sumar, o los de partidos de herencia terrorista. No sólo con su historia ni su ejemplo, sino con sus actos, Orbán se desmarca, una vez más, de la siniestra figura de Pedro Sánchez. Tal y como la eurodiputada y exembajadora en España Enikő Győri (Fidesz) recriminó a Pons «en Hungría no hace falta hacer coaliciones con los extremos: comunistas y nacionalistas no entran en el poder». Allí conocen bien ambos extremos, pues Hungría sufrió el yugo del comunismo, pero también los abusos del Partido de la Cruz Flechada.

Otra de las diferencias clave también se encuentra consagrada en la Ley Fundamental de 2011. En Hungría, la familia se entiende como la base de la sociedad y el futuro de la nación. El preámbulo de la Constitución lo deja claro: «Confiamos en un futuro en común y en el compromiso de las generaciones más jóvenes. Creemos que nuestros hijos y nietos volverán a hacer grande a Hungría con su talento, persistencia y fuerza moral».

En aquel país ninguna ley sale adelante si, durante su desarrollo y análisis, se detecta que pueda afectar de forma negativa a las familias húngaras y a la familia como institución. Es decir, no es que Hungría se aprueban leyes específicas sobre la familia, sino que se da un paso más, y todas las normas se promulgan con la familia en mente. El legislador no se acuerda de la familia en ocasiones, sino que ésta está siempre presente. Es la manera húngara de no caer en las garras de una «necesaria» inmigración masiva, estrategia de largo plazo —imposible, por tanto, en la España de Pedro Sánchez— que permite a los húngaros mantener a Hungría húngara.

Así, Viktor Orbán —a diferencia de Pedro Sánchez— ha convertido en uno de sus principales objetivos el bienestar de las familias. Gran parte de ese bienestar proviene, precisamente, de los alicientes económicos de los que disfrutan las familias húngaras: programas de construcción de vivienda, ayudas a la adquisición de la primera vivienda familiar o ayudas directas en forma de cheque bebé, menos comunes. Pero la joya de la corona del plan húngaro para las familias son los incentivos fiscales: existe la posibilidad de condonar las deudas personales a partir del tercer hijo y las mujeres madres de cuatro hijos obtienen una reducción del IRPF del 100%. 

De hecho, la apuesta del Gobierno por las familias es tan grande que las ayudas familiares suponen el 5% del PIB nacional de Hungría. Esta estrategia ha permitido que aumente la tasa de fertilidad, se reduzca el número de abortos, crezca el número de matrimonios celebrados y disminuyan los divorcios. También ha sido decisiva para conseguir que Hungría sea el segundo país de la Unión Europea con mayor número de propietarios, tan solo por detrás de Rumanía. Hoy, el 91,7% de los húngaros reside en una vivienda propia.

La incapacidad manifiesta de Pedro Sánchez de defender las fronteras de España es otro elemento diferenciador, pues su homólogo húngaro mantiene firmes la limes húngara en su propósito de conservar la identidad nacional y entiende la inmigración como una necesidad que debe ser legal, controlada y supeditada al interés nacional. El pasado miércoles, de hecho, el primer ministro húngaro presentó una nueva ley que endurece el sistema de inmigración, incluso a pesar de la falta de mano de obra: «Hungría es para los húngaros y los puestos de trabajo húngaros pertenecen, en primer lugar, a los húngaros». Es su manera de asegurar que todo ciudadano húngaro pueda ganarse honestamente el pan. 

El Ejecutivo de Orbán también ha dedicado cuantiosos recursos económicos a reforzar las vallas fronterizas ante el aumento de la presión de la inmigración ilegal. Son decisiones que le han valido críticas en Bruselas. Esta es, de nuevo, una diferencia respecto a Pedro Sánchez, ya que Viktor Orbán sí es atacado desde las instituciones europeas y se le acusa día sí y día también de haber terminado con el Estado de Derecho en Hungría. Quizás la mayor paradoja sea que, efectivamente, el enorme peso de Fidesz realmente permitiría a Orbán terminar con la separación de poderes, pero en aquel país los magistrados continúan manteniendo su independencia con respecto del poder ejecutivo y el Tribunal Constitucional lleva a cabo su labor esencial incontaminado del Gobierno. En un obsceno alarde de doble rasero, la Unión Europea se agita ante el liderazgo nacional del húngaro en solitario, pero permanece muda frente a las maniobras del socialista que derogan de facto la democracia y la separación de poderes en España.

Uno cumple y honra su Ley Fundamental; ama a su nación, su cultura y su historia, procura el bienestar de sus familias y defiende sus fronteras. El otro abusa de la Constitución a plena luz del día; menoscaba a la familia como base social; rinde sus fronteras nacionales y vende la dignidad, la unidad y la soberanía de la nación por mantenerse en el poder un día más. Y esa es, quizás, la mayor diferencia de todas.

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