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El coche eléctrico será la transición para no tener ninguno

La ‘enmienda Ferrari’: cómo las restricciones de movilidad no afectarán a las élites

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y la activista climática Greta Thunberg. Europa Press
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y la activista climática Greta Thunberg. Europa Press

Con 340 votos a favor, 279 en contra y 21 abstenciones, la polémica medida pone fin a la tecnología que revolucionó el transporte y la movilidad individual. El conglomerado político-empresarial impone una serie de objetivos que, al menos en España, están alejados de la realidad.

Llevamos años viendo anuncios y leyendo noticias de cuánto hacen las empresas de automóviles para cuidar el medio ambiente: motores que cada vez consumen menos, carrocerías más aerodinámicas, menos pérdida de energía, etc. Nadie estaba en contra de esto, más bien todo lo contrario. La actual tecnología de combustión ha rebajado consumos medios de 11 litros por cada 100 km a apenas cinco en los modelos más habituales de gasolina. En gasoil esta cifra se ve reducida. Y apenas sacrificando potencia en ambos modelos de motores.

Como suele ocurrir, con el paso del tiempo la tecnología mejora y permite nuevos avances, con la consecuente reducción de costes y la creciente facilidad de acceso para un público cada vez mayor. Esto, en cambio, no ha ocurrido todavía con la apuesta por la movilidad eléctrica. Es cierto que hoy en día hay muchos fanáticos del coche eléctrico, así como de otros modos de movilidad ya sean bicicletas o patinetes, pero aun así su uso sigue siendo prohibitivo para la mayoría de la población debido, principalmente, al coste de los mismos. ¿Cuántos pueden permitirse una bicicleta de más de 1.000 euros o un patinete de unos 500? Ni qué decir de vehículos de cuatro ruedas por encima de los 30.000 euros. Sé que hay coches por debajo de esta cifra, pero no son aptos para las necesidades de familia o para largos desplazamientos. Por ahora, este tipo de desplazamiento sólo es útil o aceptable en las ciudades siempre y cuando tengas un punto de carga en tu casa o el tiempo para cargarlo en alguno de los pocos puntos disponibles para el gran público.

Más allá de estas diferencias y barreras, lo que está claro es que por ahora es una moda. El problema es cuando se impone desde la clase política burocrática sabiendo que no es todavía un método viable para la gran mayoría de las personas. Si ya determinadas políticas como Madrid Central u otras de exclusión de los centros urbanos ya han generado una gran polémica y han dejado atrás a muchas personas que no pueden (o no quieren) cambiar su parque móvil, que en poco más de 10 años se prohíba su venta y poco a poco su uso es un claro ataque a las clases más humildes que se verán forzadas a prescindir de transporte privado. ¿Es esto lo que se desea? No le quepa duda de que así es.

Es la misma lógica en la que se basó el Gobierno gallego cuando Alberto Núñez Feijoo estaba al frente: «No se está obligando a vacunar, sino sancionando al que no lo haga». Los políticos no nos están obligando a usar el coche eléctrico, sólo lo favorecen a nivel impositivo, sancionan al que use vehículos antiguos en núcleos urbanos y lo que está por venir. Nadie te obliga, pero lo vas a pagar de tu bolsillo te guste o no. Y todavía hay gente que no entiende de qué va esto.

No es aire puro todo lo que es eléctrico

Otra de las grandes mentiras es la supuesta sostenibilidad de este tipo de vehículos. Como suele ser habitual, una cosa es lo que vemos y otra lo que realmente es. Nadie niega que un vehículo eléctrico en sí mismo hace menos ruido y produce menos emisiones cuando se usa: no tiene un motor de combustión interna y, por lo tanto, el ruido es nulo y la emisión de gases, también (el sonido que solemos escuchar como una nave espacial es artificial para que al menos haya un sonido para advertir a los viandantes). Lo que no cuentan es lo que cuesta producir en serie este tipo de tecnología, lo que contaminan las baterías, así como la extracción de los materiales necesarios para su fabricación.

Estos materiales son el litio, el cobalto, el níquel y el manganeso y se extraen, principalmente, de minas al aire libre (las más contaminantes) usando productos que a su vez son también contaminantes. Es decir, que para no contaminar lo que se pretende se contamina más. ¿En un futuro seguro se desarrollará una tecnología que evite este proceso? Seguro que sí, pero por ahora no.

En cuanto a las baterías, en la actualidad tienen una vida media de siete años –o unos 200.000 kilómetros– y reponerlas tiene un coste superior a 1.000 euros. Importante tener esto en cuenta a la hora de calcular los costes y beneficios. Por otro lado, las baterías no son como los motores actuales. Reciclarlas supone un coste elevado y muy contaminante. Volvemos a la misma pregunta de antes: ¿en un futuro será así? Seguro que no, pero por ahora esto es lo que tenemos. Hay otro riesgo añadido y es su estabilidad, siendo esta muy inferior a la de los motores de combustión. Cualquiera que bucee por redes sociales habrá visto vídeos de baterías ardiendo por contacto con la lluvia, por ejemplo. Si tiene alguna duda al respecto, lo mejor que se puede hacer es leer el informe de Volvo de 2021 sobre la fabricación de uno de sus modelos eléctricos.

El coche eléctrico como transición para no tener ninguno

Las medidas ambientales de los gobiernos de distinto color político no deben llevarnos a engaño. Como suele ocurrir con estos casos utópicos, todos imaginamos un futuro estilo ciencia-ficción donde podamos desplazarnos con vehículos de última generación, en ciudades blancas y cristalinas con cascadas de agua pura, etc. Y puede ser, pero desde luego no para el común de los mortales.

Si nos fijamos en las proyecciones del Foro Económico Mundial, la idea de la ciudad del futuro es la urbe de 15 minutos. Es decir, que cualquier ciudadano pueda acceder a todos los servicios necesarios en un radio de ese tiempo. Esto le puede sonar muy bueno (para eso pagamos impuestos, ¿no?), pero seguramente no caiga en lo que viene asociado a eso: no poder moverse como lo hacemos ahora fuera de esos límites. O bueno, quizás sí, pero pagando. Ya nos dijeron que eso de viajar en avión se acabó, que vayamos en tren, pero el tren es cada vez más prohibitivo. Nos dijeron que eso de comer carne es malo, que mejor insectos. Nos dijeron que el coche contamina mucho y que lo mejor es ir en transporte público (si es que tienes conexiones disponibles), nos dijeron eso de no tener nada y ser feliz (y en ello están).

Producir en masa coches eléctricos es actualmente inviable, y no tiene pinta de que esto cambie en un futuro próximo debido al coste de producción y a la inexistencia de una red eléctrica que soporte tales picos de consumo, especialmente cuando nos prohíben usar las energías que sí lo permitirían como la nuclear.

Y, ante todo, no crea en lo que le dicen. La venta de vehículos de combustión interna estará prohibida pero sólo para el común de los mortales. ¿Sabe por qué? Porque existe una enmienda conocida como «Ferrari» que excluye de estas restricciones a los vehículos de gran potencia y producción limitada. Traducción: si eres un ciudadano cualquiera, irás en bicicleta o andando; si eres un ciudadano rico, barra libre. ¿Quién se puede permitir un Ferrari, un Pagani o un Bugatti? Si no quiere admitir la respuesta, al menos ha de reconocerla.

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