En 2009, el Servicio de Desarrollo de Identidad de Género (GIDS por sus siglas en ingles) de la clínica Tavistock y Portman atendió a 50 personas por disforia de género. En 2020 los pacientes habían aumentado a 2.500 y otros 4.600 menores formaban parte de la lista de espera. La explosión de casos –un patrón que se repite en los países en los que la legislación facilita la «transición de género», también en España– provocó que el servicio británico de salud (NHS por sus siglas en inglés) decidiese abrir una investigación.
El informe de la pediatra Hilary Cass, una reputada doctora en Reino Unido a la que se encargó el caso, reveló que la clínica no era «una opción segura o viable a largo plazo» y confirmó lo que cientos de denunciantes ya habían advertido antes que ella: en Tavistock se estaban proporcionando bloqueadores de pubertad a menores sin tener en cuenta sus circunstancias psicológicas y con consecuencias y efectos secundarios dañinos e irreversibles para su salud.
La clínica cerrará esta primavera, según anunció en julio el Sistema Nacional de Salud británico después que conocer el informe de Cass. Ahora, un libro revela, a través de los testimonios de antiguos médicos y pacientes del centro cómo se les suministraron medicamentos a menores después de una sola evaluación y a pesar de que muchos padecían problemas mentales previos.
Time to Think: The Inside Story of the Collapse of the Tavistock’s Gender Service for Children (Tiempo para pensar: la intrahistoria del colapso de servicio de género para menores de Tavictock), escrito por la periodista de la BBC Hannah Barnes, se publicará el próximo 16 de febrero. Su autora ha contado en una entrevista con Hadley Freeman en The Times las dificultades que tuvo que afrontar para publicar un libro sobre un asunto todavía polémico en Reino Unido, pese a estar basado en cientos de entrevistas con médicos y pacientes del centro.
El GIDS fue fundado en 1989 por Domenico Di Ceglie, un psiquiatra infantil italiano con el objetivo de crear un lugar en el que los jóvenes pudieron hablar de su identidad de género «con aceptación sin prejuicios». Por entonces, el centro no ofrecía bloqueadores de pubertad para los menores de 16 años, pero sí remitía a los pacientes a las clínicas endocrinológicas que se los suministraban.
En 1994, el servicio pasó a formar parte de la clínica Tavistock and Portman NHS Trust, conocido por sus terapias de grupo. El impulso para la clínica llegó en la década de los 2000 desde Holanda. Entonces, un informe patrocinado por la farmacéutica Ferring, que comercializaba Triptorelin, un bloqueador de la pubertad, esbozó por primera vez el enfoque que debía tomarse con los menores de edad que sufriesen –o dijesen sufrir– disforia de género. Según el «protocolo holandés», como se le conoció en adelante, los beneficios de suministrar bloqueadores de pubertad en menores de edad eran mayores que los perjuicios. Tavistock decidió seguir el ejemplo.
Ya por aquel entonces el tipo de paciente que atendía el GIDS estaba muy determinado: más del 25% había pasado por centros de acogida, el 38% procedía de familias con problemas de salud mental y el 42% había perdido al menos a uno de sus progenitores. La mayoría tenía antecedentes de otros problemas, como ansiedad y maltrato físico, y casi una cuarta parte tenía antecedentes de autolesión. El conocimiento de este patrón no provocó ningún cambio en la metodología del centro.
En 2014 y bajo la dirección de la doctora Polly Carmichael, el GIDS eliminó el límite de edad para acceder a la medicación permitiendo que niños de tan solo nueve años tuvieran acceso a ellos, y pese a que se sabía muy poco del impacto que los bloqueadores podían tener en los pacientes. Al mismo tiempo, los casos se dispararon, lo que se tradujo en menos tiempo para los doctores para evaluar los casos. «Algunos médicos han dicho que se les presionaba para que derivaran a los niños a bloqueadores porque así liberarían espacio para ver a más niños en lista de espera», ha afirmado Barnes a The Times.
Mientras los casos aumentaban y cada vez más menores accedían a los tratamientos, más aumentaban también los casos de niños con problemas mentales que llegaban a la clínica. Según Barnes, cualquier preocupación planteada por los médicos a sus superiores en ese sentido recibía siempre la misma respuesta: había que ponerles los bloqueadores a menos que dijeran específicamente que no los querían. Y pocos niños lo decían.
Entre quienes padecían algún trastorno previo, destacaban los pacientes con rasgos autistas –más de un tercio de los pacientes de Tavistock sufrían esta discapacidad–. «Algunos empleados temían estar medicando innecesariamente a niños autistas«, escribe Barnes.
Y lo mismo ocurría con jóvenes homosexuales. Los médicos consultados por la autora recuerdan múltiples casos de menores que habían sufrido acoso homófobo en el colegio o en casa y después se identificaron como trans. Uno de ellos, el Dr. Matt Bristow, antiguo médico especialista en el GIDS, llegó a creer que el centro realizaba «terapias de conversión para niños homosexuales«, y en el equipo se llegó a bromear con que «al paso que iba el GIDS no quedaría ningún gay».
Como ha ocurrido y está ocurriendo en los centros transgénero, la proporción de sexos en los pacientes que son atendidos ha variado durante los últimos años de forma notable. Si GIDS recibía a una gran mayoría de niños cuando comenzó su servicio en 1989, en 2020 las niñas superaban a los chicos en una proporción de seis a uno en algunos grupos de edad.
Barnes también denuncia en su libro que los menores atendidos en Tavistock no cumplían los requisitos de quienes en Países Bajos habían sido tratados según el «protocolo holandés» –tras ser sometidos a pruebas exhaustivas y no presentar problemas de salud mental–. «El GIDS -según casi todos los médicos con los que he hablado- remitía a menores de 16 años que no cumplían esas condiciones para administrarles bloqueadores de la pubertad», escribe Barnes.
La autora plantea en su libro tres motivos que pudieron provocar que el escándalo no saliese antes a la luz: la presión de grupos activistas externos como Mermaids o Gendered Intelligence, que el servicio de género representara una cuarta parte de los ingresos de Tavistock, y el respaldo político y mediático que los centros transgénero recibieron con el paso de los año de forma cada vez más habitual.
De acuerdo con las sugerencias de la Dra. Cass, el GIDS cerrará esta primavera y será sustituido por centros regionales, donde los jóvenes serán atendidos por médicos de múltiples especialidades.
Barnes sabe que algunos se enfadarán con ella por haber escrito el libro. Pero también sabe que tenía que escribirlo: «Incluso entre los médicos que trabajan en primera línea en este tema, no hay consenso sobre la mejor forma de atender a estos niños. Tiene que haber un debate al respecto, y tiene que salir de la clínica y llegar a la sociedad, porque no se trata sólo de las personas trans, sino de algo más grande. Se trata de los niños«, ha dicho a The Times.