No sé si el gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, el único en su partido en lograr una verdadera «marea conservadora» en las pasadas elecciones de medio mandato, se daba cuenta hasta qué punto iba a crear escuela en todo el mundo con su decisión, hace unos meses, de reenviar una remesa de cincuenta de los ilegales llegados a su estado hacia un lugar donde los podría acoger mejor, por riqueza y por su expreso amor por los inmigrantes, Martha’s Vineyard.
Lo que demostró, en realidad, es que los demócratas quieren que entren miles de inmigrantes ilegales al país, con tal de que se queden en los estados y zonas del sur que, oh casualidad, suelen votar republicano. Con lo que logró mostrar al mundo la hipocresía de sus rivales políticos al tiempo que enfriaba el entusiasmo antifronteras de la élite.
El método, más o menos, lo empleó la primer ministro Meloni enviando barcos de traficantes de personas (ONG de ‘salvamento’) a puertos franceses, con un éxito similar. Y ahora es una ciudad sueca, Gotemburgo, la que ha decidido reubicar a los recién llegados en sus mejores barrios. Para el lector madrileño, imaginen que todos los centros de menas se trasladan a Somosaguas, La Moraleja o el Barrio de Salamanca.
La idea se le ha ocurrido y la aplica el Ayuntamiento, en una decisión tomada la semana pasada, con la muy bienintencionada (los suecos no tienen arreglo en esto) finalidad de lograr una mejor integración de los recién llegados.
Para empezar, en esos barrios se habla sueco, a diferencia de lo que sucede en los guetos donde se amontonan ahora los supuestos refugiados, algo que ha destacado el concejal socialdemócrata Jonas Attenius, en declaraciones a la emisora SVT. «Durante décadas, han sido nuestros suburbios los que han tenido que asumir esa responsabilidad, ahora queremos que los recién llegados se ubiquen en las áreas prósperas», dijo Attenius.
Paradójicamente (y al contrario que en el caso norteamericano), aquí es un supuesto conservador, el concejal Axel Josefsson, quien se queja y señala que el sistema antiguo de amontonar a los inmigrantes en los barrios pobres ya funcionaba. «Partimos del principio de evitar colocar a los recién llegados en las zonas más vulnerables y creo que funciona bien», afirmó.
Josefsson debe de referirse a que funciona para los suecos ricos, que pueden permitirse el mismo lujo que los opulentos progresistas de Martha’s Vineyard: seguir defendiendo la inmigración masiva, legal o no, sin pagar las consecuencias. Y la primera consecuencia es una segregación que ha convertido los barrios pobres en verdaderas zonas prohibidas, algo que lleva siendo el problema político número uno de Suecia desde hace ya años.
Los políticos suecos han llegado a plantearse aplicar el modelo danés, que hace pocos años fijó un tope de población inmigrante para las ciudades, a fin de que no se convirtieran en pequeños Estados dentro del Estado. Así, un personaje tan poco sospechoso de derechización como el socialdemócrata Anders Ygeman, exministro de Integración, reconoció que apoya la idea de limitar el número de residentes «no nórdicos» por zonas para que no se convirtieran en mayoría en los barrios.
En toda Europa Occidental es un verdadero quebradero de cabeza, pero en otras partes, como Francia, son más partidarios de «parches» que harán más mal que bien, pero que dejarán tranquilos a los progres pudientes en sus pequeñas islas culturales. Así, Macron está considerando trasladar a los inmigrantes a áreas rurales relativamente homogéneas no solo para evitar la segregación, sino también para abordar los problemas demográficos en el campo francés.
El presidente anunció su apoyo a esta política en septiembre, pero fue criticado por figuras de derecha como el líder populista de la Agrupación Nacional Jordan Bardella, quien afirmó que Macron «quiere castigar la ruralidad porque distribuir la inmigración en el campo y en las aldeas francesas también es distribuir los problemas que se derivan de ella».