«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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'AGENDA HUNGRÍA' (II)

Orbán destapa la irrelevancia de Europa provocada por el globalismo

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán. REUTERS
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán. REUTERS

Los medios de comunicación sostenidos con fondos públicos, sean de titularidad estatal o no, caricaturizan la figura y la política de Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, y de su partido, Fidesz, con ese trazo gordo de las resoluciones de condena de un Parlamento europeo tan escorado a babor que amenaza con llegar al punto de no retorno y hundirse, arrastrando tras de sí cuanto halle a su paso. Sin embargo, Orbán revalida, elección tras elección, una mayoría aplastante de dos tercios, sustentada en su capacidad de resistir los ataques de las burocracias de Bruselas y las insidias de organizaciones y medios patrocinados por Soros, y en su firme voluntad de ejecutar políticas que defiendan el ser de los húngaros, su modelo social y familiar, las tradiciones, las fronteras y, en fin, promuevan la prosperidad de familias, pueblos y empresas de Hungría.

Orbán, en el discurso del que ayer les hablaba en Băile Tușnad, una pequeña población de Rumanía de mayoría húngara, reflexiona sobre el hecho indiscutible de que, a pesar de que los datos (esperanza de vida, mortalidad infantil, desnutrición, pobreza, alfabetización, número de horas de trabajo) nos indican indiscutiblemente que el mundo va a mejor de forma imparable, la impresión general, el sentimiento, la opinión pública – no publicada – es que el mundo está empeorando, hasta el punto de que “una especie de expectativa apocalíptica va cobrando fuerza”.

Se pregunta el líder de Fidesz, “¿podría ser posible que millones de personas simplemente malinterpreten lo que les está pasando?”. Y se responde a sí mismo que el mal humor es un sentimiento de vida occidental. Ese mal humor es el síntoma externo de una enfermedad más profunda; esa decadencia de Occidente que proclamaba Spengler, que se manifiesta en la incapacidad de nuestras sociedades de ver más allá del siguiente ejercicio presupuestario o de la próxima declaración del impuesto sobre sociedades; una inhabilidad para verse y reconocerse a sí mismas como algo valioso, fruto del esfuerzo – heroico en muchas ocasiones – de las generaciones anteriores y que conviene proteger y promover; su falta de voluntad de ser lo que uno es, al decir de Maeztu.

El choque violento de civilizaciones está ahí, en nuestras fronteras, en nuestros barrios, en nuestras ciudades, en las bolsas de valores, en los mercados y organizaciones internacionales. Muchos seguirán negándolo y la mayoría, cegada por la propaganda unánime de líderes políticos, económicos, sociales y de opinión, ni se entera. Zapatero, el presidente que aceleró el proceso de disolución de la nación española socavando las bases de nuestra unidad y conciencia nacional, alimentó la falsaria “Alianza de Civilizaciones”; sabiendo que esa alianza no era sino una formal declaración de rendición de la Civilización cristiana frente a China, India, o el Islam.

Orbán recuerda cómo esas otras civilizaciones “han adoptado la tecnología occidental y han aprendido el sistema financiero occidental”, si bien no han adoptado ni tienen la menor intención de hacerlo, los valores occidentales. Y ello porque lo que se pretende exportar como “valores occidentales” ha sido degradado por el pensamiento débil post-moderno. En Bruselas lo veo todos los días. Para los oligarcas y burócratas de la Comisión y del Parlamento Europeo los valores occidentales son un modelo de democracia débil fundada en la teoría de los derechos humanos infinitos – siempre que esos derechos se proclamen solo para una minoría que quiere disolver la realidad histórica, biológica o cultural del hombre y de Europa – que socava las exigencias de la dignidad y libertad humana, la supranacionalidad que disuelve la nación, la eliminación de las fronteras que amenaza las comunidades y la ideología de género que busca destruir la familia. Todo eso es rechazado y combatido por China, India, el Islam o el mundo ortodoxo.

Sólo quienes adviertan esta realidad podrán enfrentarse a la misma. O mejor dicho. Frente a esta realidad solo caben dos opciones: negarla, y seguir adelante como si nada promocionando con dinero público el género, los procesos inmigratorios forzados y el poder de las organizaciones y mercados internacionales; o aceptar la realidad, y hacerse fuerte en la defensa de la economía, la familia, la sociedad y las leyes nacionales, expresión de la voluntad de la soberanía del pueblo que tiene voluntad de ser y permanecer en la comunidad internacional.

Occidente, como uno de esos grandes espacios schmitianos, se deshace como un azucarillo, perdiendo el control de la energía y las materias primas en una caída vertiginosa. Orbán dice con claridad lo que la mayoría niega: Europa ha pasado a ser irrelevante, sin energía, sin materias primas, sin tierras raras va a ser imposible competir, combatir, existir. El coronavirus, la guerra de Rusia y Ucrania y la crisis que entra en casa por la cesta de la compra, prueban lo anterior.

Soberanía energética, soberanía alimentaria, soberanía extractiva. En España sabemos mucho de eso porque, pastoreados por lo peorcito de la casta política europea, hemos ido más allá. Demoliendo las térmicas de carbón, o prohibiendo la explotación de hidrocarburos o la extracción de determinados recursos y yacimientos geológicos. Esta es la realidad.

Y frente a ella, sólo dos opciones: la rendición globalista postmoderna al fanatismo climático y al fanatismo “woke”; o la entusiasmante tarea de recuperar la vitalidad y cooperación de las naciones de Europa. Yo lo tengo claro: Agenda España.

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