Francia, nación que durante siglos se ha presentado como faro de la laicidad, de los valores ilustrados y de la civilización occidental, se enfrenta hoy a una transformación cultural sin precedentes. El país ha pasado de contar con apenas unas decenas de lugares de culto musulmán en los años 70 a registrar más de 2.300 mezquitas en 2025, según las últimas estimaciones.
Aunque no existen registros oficiales que confirmen la cifra exacta de estos centros en 1975, los datos disponibles sí reflejan que el aumento ha sido exponencial desde los años 70. Según fuentes académicas y registros del Observatorio del Laicismo, hoy hay más de 2.300 mezquitas en Francia, a las que podrían sumarse otras 200 o 250 en proyecto.
De la inmigración a la islamización
Este auge no ha venido acompañado de cohesión nacional ni de integración cultural. Muy al contrario, el crecimiento de la población musulmana —ya entre el 10% y el 13% del total— ha coincidido con un retroceso de los valores republicanos en barrios enteros, convertidos en enclaves paralelos donde la ley islámica sustituye de facto a la ley francesa.
Las mezquitas no se limitan a funciones religiosas: son también centros de activismo político, de influencia ideológica y, en muchos casos, de radicalización. Así lo han advertido los propios servicios de inteligencia franceses, que vinculan parte de este entramado con movimientos salafistas, islamistas o financiados desde el extranjero.
Pese a este contexto, las autoridades siguen aferradas a un discurso multiculturalista que ha demostrado ser un completo fracaso. Se permite que cada comunidad imponga sus costumbres: en la escuela, en la administración, en los servicios públicos. Se retiran crucifijos, se oculta la Navidad, se eliminan referencias cristianas… pero se protege y promueve el velo, el Ramadán y la construcción de mezquitas.
Y mientras muchas comunidades cristianas tienen que cerrar iglesias por falta de fieles o de fondos, el Estado y numerosos ayuntamientos facilitan la cesión de terrenos y permisos para nuevas mezquitas, con un claro desequilibrio entre el discurso oficial de «laicidad» y la práctica política cotidiana.
Lo que ocurre en Francia no es un caso aislado, sino un adelanto de lo que puede suceder en el resto de Europa. Muchos países —incluido España— están repitiendo el mismo modelo de puertas abiertas, permisividad ideológica y abandono de sus raíces culturales.