«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
GANÓ LAS ELECCIONES DEL PASADO 1 DE OCTUBRE

Robert Fico: el líder socialdemócrata que inquieta a Bruselas por replantear la relación de Eslovaquia con Ucrania

Robert Fico. Europa Press

En Eslovaquia ha ganado las elecciones el candidato Robert Fico, con su partido socialdemócrata Smer. E inmediatamente todos los grandes medios de comunicación occidentales han lanzado sus titulares con un mismo adjetivo: «prorruso». La etiqueta de «prorruso» es una de esas palabras-policía que últimamente se han vaciado de precisión y han quedado solo para estigmatizar al disidente: «rojo», «facha», «negacionista», «conspiranoico», etc.

La acusación de «prorruso» suele venir de los poderes liberal-progresistas asentados en Bruselas y Washington. Normalmente, para hostigar a las derechas. Y, normalmente también, con muy poco fundamento (caso de Orbán o Bolsonaro) o incluso sin fundamento alguno (caso de Abascal o Meloni). Pero el mismo sambenito también sirve para atizar a las izquierdas no-alineadas con Bruselas y Washington (las pocas que queden): en Irlanda, Alemania, Austria, Francia, Italia… y ahora también en la Eslovaquia de Fico.

El Occidente (político-militar) quiere promover un tipo de izquierda que en otro lugar hemos llamado «izquierda leoparda» (por los tanques Leopard). Es aquella que ha cambiado su viejo «No a la OTAN» por un nuevo «Todo por la OTAN»: aquella que ya no mide el progresismo de un partido o un país según su inversión en bienestar, sino según su contribución al arsenal atlantista.

En este sentido Robert Fico ha sido claro: detendrá el envío de armamento a Ucrania. Además, supervisará con firmeza la importación de productos y personas desde Ucrania. Y propondrá aligerar las sanciones contra Rusia (mejor dicho, contra el pueblo ruso y los pueblos dependientes de su mercado). ¿Por qué todo esto? Según nuestros telediarios, porque Fico es un prorruso putinista eurasiático kremliniano neozarista y neobolchevique.

La realidad es que Fico es simplemente proeslovaco, lo que le ha valido un vasto apoyo popular. Ha señalado que los costes del envío de armamento son ya inasumibles para Ucrania (como empieza a ocurrir en buena parte de Occidente) y que además sólo prolongan una guerra que debería reconducirse hacia la diplomacia. Con el riesgo añadido de arrastrar a Eslovaquia a una posible extensión del conflicto, pues está en primera línea a la hora en enviar sistemas de misiles, cazas, e incluso la promesa de personal militar. La política de Fico es a favor de la propuesta de paz de actores «progresistas» como el Papa, China o Brasil, y no a favor de la «guerra de Putin».

Lo cierto es que cortar el suministro de armamento ni siquiera sería una política especialmente rompedora o noticiosa, pues Eslovaquia ha enviado tantos materiales y repuesto que estaba ya llegando a su fin de existencias. Los medios han fabricado un escándalo irreal. Pero sí quedaría dañado el relato de la «renovada unidad de Occidente» y la «vanguardia de Europa Central y Oriental», pues tanto Eslovaquia como Polonia (dos de los principales socios de Ucrania hasta el momento) están reconsiderando el envío de armamentos.

Las precauciones de Fico con los «refugiados de guerra» no tienen nada de «xenofobia anti-ucraniana», al igual que no podemos tachar sus críticas en 2015 a la oleada de «refugiados de guerra» sirios y libios como mera islamofobia. Detrás de ambos fenómenos hay legítimas preocupaciones de seguridad e integración, que se reflejan en el descontento popular. Eslovaquia es proporcionalmente el mayor país de acogida de ucranianos (hay casi 50 por cada 1.000 eslovacos) y los problemas han comenzado a manifestarse: bandas organizadas que se aprovechan del tipo de cambio de la moneda o de la reventa de productos rebajados, peleas con otras minorías (como los gitanos) o conflictos con elementos ultra-nacionalistas anti-comunistas que vandalizan el patrimonio eslovaco de época soviética. Que tome nota España, país con mayor número de solicitudes de asilo de ucranianos por detrás de Polonia, Chequia y Eslovaquia.

Sobre las sanciones, Fico se compromete a no aprobar nuevas rondas sin antes analizar las posibles repercusiones para Eslovaquia y, más allá de su país, para el conjunto de la Unión Europea. Por esto podemos decir que Fico, además de proeslovaco, es proeuropeo. Probablemente, más que los bruselócratas dispuestos a inmolar la economía de su continente. Fue Fico, de hecho, quien logró en 2009 el ingreso de Eslovaquia en la Eurozona y el Espacio Schengen. Es cierto que Fico ha desafiado en ocasiones la narrativa angloeuropea sobre la guerra de Ucrania, sus causas y su inicio. Pero, pese a ello, Fico nunca ha comprado el paquete completo de la propaganda rusa: se ha negado a reconocer la anexión de Crimea en 2014 y su partido ha condenado la invasión de Ucrania en 2022.

El balance general es que Eslovaquia, como miembro de la UE y de la OTAN, siempre ha sido leal a Occidente, incluyendo los anteriores mandatos de Fico. Si se ha acercado tácticamente al «enemigo» (como Rusia), a países «problemáticos» de la UE (como Hungría) o ajenos a la UE (como Serbia) es porque previamente los actores occidentales le han despreciado como socio, bien sea por sus posturas económicas iliberales o sus posturas sociopolíticas no progresistas.

Cada vez más, para Occidente ninguna lealtad es suficiente. Igual que se obligó a Ucrania entre 2008 y 2013 a escoger plena y radicalmente entre Occidente y Oriente (partiéndola en dos en el proceso), se pretende obligar a Eslovaquia a escoger entre sus dos vocaciones naturales, la euro-atlántica o la eslavo-oriental. Y es (¡paradójicamente!) este celoso empeño lo que ha acabado poniendo en el poder a (lo que ellos llaman) «un prorruso». Fueron las fuerzas «europeístas» y «atlantistas» las que derribaron los dos gobiernos anteriores a Fico. Dos gobiernos que eran decididamente liberales y occidentalistas, pero a los que quisieron impedir la compra de vacunas rusas y a los que impusieron un traumático desacople energético con Rusia. Y ahora tendrán que oír una contundente respuesta; no la voz rusa de Putin, que es el coco con que nos meten miedo, sino la voz eslovaca de un pueblo soberano, que es lo que realmente les da miedo a ellos.

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