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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Tusk abre la cumbre sobre inmigración dando tácitamente la razón a Orbán

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en una imagen de archivo | EFE

Hoy empieza la cumbre sobre el asunto qué más divide a Europa en estos momentos y que amenaza con romper sus organismos multinacionales por las costuras: la inmigración.

El polaco Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, ha hablado, palabras que muestran hasta qué punto ha cambiado el panorama en este asunto en cosa de un año. Tusk propone ahora crear «plataformas de desembarco» de inmigrantes fuera de Europa, «si es posible» en cooperación con la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)». Del ‘Welcome Refugees’ y de la invitación universal de ‘Mamá’ Merkel, mejor nos olvidamos.
Lo cuenta en la carta en la que invita a los líderes europeos a la cumbre, en la que implora un acuerdo para no dar sensación de desunión y propone estas medidas porque no hacer nada «podría crear la impresión de que Europa no tiene una frontera externa», cuando «la gente en Europa espera que demostremos determinación en nuestras acciones para restablecer su sentido de seguridad». Sí, Orbán tenía razón. Pero si esperan que alguien en Europa Occidental vaya a dársela, no contengan la respiración.
Al fin se ha impuesto cierta cordura en este endiablado asunto, y no, sospechamos, porque en sí misma la llegada de millones de jóvenes varones procedentes de culturas radicalmente distintas sin tiempo para integrarlos sea una auténtica locura, sino porque la situación está soliviantando al elector europeo, que cada vez vota ‘peor’. Esas son las buenas noticias.
Las malas noticias son que un acuerdo es muy improbable, si no imposible.Si solo se tratase de poner de acuerdo a países que quieren más y países que quieren menos, podría hacerse. Sería cuestión de ir acercando posturas hasta llegar a un número más o menos aceptable para los dos bandos. Pero es que ya no es eso.
Por ejemplo, Italia. Sí, ha cerrado el grifo, está devolviendo barcos por donde han venido como si no hubiera mañana, con el aplauso mayoritario de los italianos. Pero su postura en este asunto no es meramente ‘menos refugiados’; ni siquiera ‘ni uno más’. Italia se convirtió, una vez cerrada la vía griega gracias al acuerdo con Turquía, en el destino preferente de pateras y barcos de rescate, a tal punto que en poco más de dos años entraron unos 700.000 subsaharianos.
Así que lo que quiere es, para empezar, acabar con las Reglas de Dublín, que estipulan que el refugiado debe pedir asilo en el primer país seguro al que llegue y, para seguir, que los otros países de la UE le alivien de la ‘carga acumulada’, es decir: reparto.
Alemania no solo está dividida con respecto a los demás socios comunitarios: está dividida consigo misma. La canciller pidió a su ministro del Interior, Horst Seehofer, del partido bávaro en coalición con los democristianos de Merkel, la CSU, que le solucionara la papeleta. Pero cuando Seehofer le presentó su receta, rechazo radical en la frontera, la canciller se horrorizó y dijo que «Nein!». Seehofer insistió, y como sin los votos de la CSU Merkel no puede seguir gobernando, le ha dado un últimatum.
Por su parte, los países del Grupo de Visegrado –Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia– tienen muy clara su postura: cierre a cal y canto de fronteras. No van a admitir ni un solo de esos refugiados que la UE insiste que les corresponde, o que la propia Italia querría pasarles. No es no, por decirlo con una consigna de moda.
Bruselas -léase: Alemania, Francia y sus miñones- ha tratado de meter en cintura a estos recién llegados del atrasado Este europeo, amenazándolos con sanciones y pérdida de derechos de voto. Pero si no ha funcionado hasta ahora, ahora no está el horno para bollos, siquiera para intentar ir por las malas.
El primer ministro austriaco, Sebastian Kurz, entre Pinto y Valdemoro, les guiña a los de Visegrado pero tampoco quiere estar a malas con sus socios occidentales, y ha propuesto las medidas más orginales y controvertidas, casualmente las mismas, en parte, que ahora propone Tusk: «áreas seguras» en los países de origen de los refugiados, protegidas militarmente si hiciera falta. Imagínense por un momento el follón.
En el resto de países están como Tusk, que quieren parar la avalancha –con un ojo en el ascenso de los partidos ‘xenófobos’– pero no pueden desdecirse tan deprisa de todas las buenas intenciones desplegadas en los últimos años. Así que ya me dirán, con este panorama, cómo van a llegar a un acuerdo.

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