Un nuevo informe elaborado por los periodistas François Bousquet y Thierry Dubois sobre las bandas de violadores pakistaníes que abusaron de niñas durante años en el Reino Unido ha revelado nuevos detalles que fueron silenciado durante años. Detrás de eufemismos burocráticos como grooming gangs o «preparación de menores», se esconde una realidad sistemática: el abuso sexual de decenas de miles de jóvenes, la mayoría chicas blancas de entornos empobrecidos, cometidos por grupos organizados de inmigrantes.
Los autores del informe sostienen que no fue sólo un fracaso policial o institucional, sino un colapso moral colectivo de toda una clase dirigente que prefirió callar antes que asumir las implicaciones culturales y étnicas de los hechos. Políticos, servicios sociales, cuerpos de seguridad, jueces e incluso los medios de comunicación contribuyeron —por inacción o por temor a ser acusados de discriminación— a la impunidad de los agresores.
La historia de Victoria Agoglia es uno de los casos más estremecedores. Huérfana desde los ocho años, fue víctima desde los trece de una red de explotación en la ciudad de Rochdale. Drogada, golpeada y violada durante años, denunció su situación sin éxito ante los servicios sociales en 2003. Dos meses después, murió de una sobredosis de heroína, inyectada por un hombre de 50 años que formaba parte de la red. Su historia simboliza la indiferencia con la que el sistema trató a estas niñas, como si fueran desechables.
Este patrón se repitió en al menos 27 ciudades y condados británicos, desde Rotherham y Telford hasta Oxford, Leeds, Newcastle o Birmingham. En Rotherham, se calcula que al menos 1.500 menores fueron víctimas entre 1997 y 2013. En otras zonas, como Telford, las cifras también ascienden a miles. Niñas de 11, 12 y 13 años eran captadas por hombres mayores que se hacían pasar por novios, luego eran convertidas en adictas al alcohol, a la heroína o al crack, y finalmente forzadas a prostituirse o a participar en violaciones grupales.
Los agresores solían compartir ciertos rasgos: nombres similares, raíces culturales comunes y ocupaciones como conductores de taxi o dueños de locales de comida rápida. Según estudios judiciales citados por el informe, el 84% de los implicados en casos de violaciones colectivas juzgados entre 2005 y 2017 eran de origen pakistaní, aunque representan sólo el 7% de la población. Las víctimas, elegidas por su vulnerabilidad social, eran vistas como presas fáciles e «impuras» según ciertos preceptos interpretados de forma radical.
Una de las víctimas relató cómo su principal agresor le recitaba versos coránicos mientras la golpeaba. En el juicio de Rotherham, dos condenados gritaron «Allahu Akbar» al ser sentenciados. Aun así, durante años, hablar del trasfondo cultural de estos crímenes fue considerado tabú. La policía de Telford incluso emitió un memorando interno instando a no investigar ciertas denuncias, por «sensibilidad comunitaria».
Mientras tanto, las estadísticas siguen siendo una nebulosa. Los informes oficiales son escasos o directamente censurados. El gobierno británico, con gobiernos conservadores y laboristas, ha evitado publicar datos desglosados por origen étnico. Incluso el exfiscal Nazir Afzal, de origen pakistaní, pidió una auditoría profunda en 2012. Sin éxito. Según The Independent, podría haber más de 76.000 víctimas sólo en el Reino Unido. Otras estimaciones elevan la cifra aún más: un caso nuevo cada 7 minutos.
El periodista Tommy Robinson, conocido por sus posturas soberanistas, fue condenado a prisión por transmitir en directo el juicio de una de estas bandas en Huddersfield. Fue vetado de las redes sociales, mientras los acusados eran protegidos bajo órdenes judiciales de silencio. En Rotherham, una concejal que exigió una investigación terminó siendo obligada a realizar cursos de «diversidad cultural» por señalar el origen étnico de los violadores.
Además, señala que los agresores elegían a sus víctimas a conciencia: menores británicas de tez blanca a las que acusaban de ser «infieles». «Si no vas velada, serás violada».
El informe también denuncia la doble vara de medir en los medios. Mientras se amplifican otros escándalos con nombre y apellidos, los casos de abuso masivo contra niñas blancas fueron tratados durante años como anécdotas marginales. Las víctimas fueron invisibles. El Reino Unido, según los autores, sacrificó a una generación de menores obreras para evitar el coste político de enfrentarse a sus propias contradicciones multiculturales.