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EL RÉGIMEN SE ENSAÑA CON OBISPOS Y SACERDOTES

La represión a los católicos en Nicaragua y la desidia de la comunidad internacional

Protesta por el ataque a la libertad religiosa de la tiranía de Daniel Ortega. Embajada de Nicaragua en Ciudad de México. Reuters

Daniel Ortega y su cónyuge, Rosario Murillo, forman la pareja que hoy desgobierna el Estado centroamericano de Nicaragua. Él saltó a la palestra pública cuando el país se encontraba gobernado desde 1950 por la tiranía oligárquica de Anastasio Somoza García, más tarde mantenida por sus hijos Luis Somoza Debayle y finalmente Anastasio Somoza Debayle, derrocado este último en 1979 por la revolución sandinista liderada por el movimiento guerrillero-comunista cuyo jefe máximo fue Daniel Ortega.

Desde 1979 hasta 1985, Nicaragua fue gobernada por una suerte de sucesivas Juntas Cívico-Militares con ideologías más o menos variadas, es decir, entre socialdemócratas, centro-izquierdistas y el ala más radical o ultraizquierdista que representaba Daniel Ortega con su Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Hasta que finalmente, Ortega se impuso sobre sus compañeros en las elecciones de 1984. Según la Constitución debía gobernar cinco años. Pero Ortega no quería la democracia para Nicaragua, simplemente pretendió replicar el modelo comunista cubano a lo Fidel Castro, su único aliando en la región entonces. La oposición se organizó en un grupo que se autodenomino «contra» y contó con el apoyo de los Estados Unidos debido a que aún eran los tiempos de Guerra Fría y con Ronald Reagan en la Casa Blanca. 

Pronto la violencia retornó a Nicaragua, sobre todo en Managua, capital del país y principal epicentro de la puja política entre los sandinistas y la contra. La lucha desembocó en unas negociaciones en 1988 que terminaron en las elecciones de 1990 donde resultó derrotado Daniel Ortega y su FSLN, que quedó más de diez puntos por debajo de la socialdemócrata Violeta Chamorro, quien contaba con un sólido apoyo internacional no sólo de Washington, sino de Caracas bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez.

Pero Ortega, como todo animal político, jamás se retiró de la arena política nicaragüense. Hugo Chávez con su reemergencia de la izquierda en Latinoamérica fue el impulso necesario que tuvo para volver a la presidencia el 2007, a partir de allí se atornilló en el poder.

La nueva era de Ortega sigue el guion neocomunista implementado por Chávez en Venezuela: constituyente y liquidación de los pilares institucionales de la democracia para instaurar un Gobierno fuertemente presidencialista con una suerte de visos legales que le permitan eliminar sistemáticamente cualquier factor opositor y una penetración ideológica de las Fuerzas Armadas, abriendo paso a un pretorianismo neocomunista a secas anclado internacionalmente en el apoyo geoestratégico de Caracas y La Habana.

Los nicaragüenses tardaron en reaccionar, 11 años después de la llegada de Ortega al poder, en 2018, tuvieron lugar las primeras protestas antiorteguistas de carácter masivo, que se prolongaron hasta comienzos de 2019. Se trató de un genuino movimiento estudiantil y democrático brutalmente aplastado por Ortega que terminó con más de 300 muertos y encarcelamiento de otros cientos más, en su mayoría jóvenes estudiantes universitarios. Luego vinieron las elecciones presidenciales de 2021 en las que todos los candidatos presidenciales de diferentes movimientos de la oposición fueron encarcelados y continúan privados de su libertad.

La Iglesia Católica de Nicaragua ha sido la única institución en el país que ha mantenido una voz de combate contra la tiranía. Por ello la brutal represión, el esfuerzo de Daniel Ortega por silenciarla y la liquidación sistemática de la libertad religiosa ante el silencio internacional.

La situación actual es supremamente alarmante, tal y como documentó Fernando del Rincón, en el portal de CNN: «Sacerdotes detenidos, rodeados y silenciados; procesiones canceladas e iglesias bloqueadas«. Y sin contar las imágenes de sacerdotes golpeados por paramilitares sandinistas o civiles armados que han destrozado y quemado iglesias católicas en todo el país. Lo más reciente es el secuestro de la Policía Nacional del Obispo Rolando Álvarez, no sin antes destrozar el Palacio Obispal de la Diócesis de Matagalpa.

Y mientras se mantiene el silencio de la comunidad internacional y de sus órganos institucionales formales. De los gobiernos de la región, empezando por el de EEUU, y de cientos de ONG y movimientos supuestamente por la «libertad», la «democracia» y la «tolerancia» como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, el Centro Carter, entre otras… todas están en silencio demostrando una baja o nula estatura moral.

Es condenable también que el propio jerarca de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, mantenga su silencio, permitiendo esta histórica arremetida contra sus propios servidores. Obispos, sacerdotes y feligreses están abandonados a la suerte del tirano de Managua.

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